La casa de la hondonada

Eduwar Efraín Beltrán Beltrán*

–Abuela cuéntame más– decía el niño mientras apretaba ligeramente la mano de aquella mujer que parecía un tanto apresurada mientras cortaba una cebolla.

–Hijo dame un momento debo terminar el almuerzo, ya casi es medio día y los obreros están por llegar– respondió aquella mujer mientras se limpiaba la cara.

–Está bien abuela pero date prisa, estoy impaciente ya quiero oír otra de tus historias– exclamó el niño mientras se sentaba en un rincón de la cocina.

La mujer terminó de cocinar y se sentó en una pequeña silla de madera mientras secaba sus manos con el delantal. –Dime hijo qué quieres que te cuente–, exclamó la mujer mientras miraba como el fuego consumía la leña dentro de la estufa de carbón.

El niño con gran emoción exclamó –cuéntame sobre la bruja que venía a asustar a mis tíos cuando eran niños–. La mujer se acomodó sobre la silla tomó una bocanada de aire  y comenzó.

Hace algunos años cuando tus tíos aún eran niños siempre venía a la casa un espíritu, tu abuelo siempre creyó que  se trataba de una bruja porque según él tenía forma de pájaro. Una vez ellos venían de ver las vacas a altas horas de la noche, en ese momento vieron que en el balcón de la casa estaba sentado lo que parecía ser un pájaro muy grande el cual al verlos salió volando y se chocó con una caneca grande que estaba en la esquina del patio, para después perderse rápidamente entre los cafetales, esa fue la primera vez que vieron a la bruja sin saber que esa no sería la última. El niño abría los ojos con gran asombro y en su cara se apreciaba un aire de interés y curiosidad. La mujer continúo.  

Poco tiempo después tu tía Aurora empezó a decir que en su cuarto había algo malo que la asustaba todas las noches, ella ya no quería dormir sola porque sentía la presencia de alguien que respiraba cerca de su cuello y algunas veces le jalaban el cabello. Un día ella llego del colegio e hizo sus tareas  a la luz de una lámpara de aceite, al terminarlas apilo todos sus libros en la mesa de noche que quedaba junto a su cama, no obstante, al momento de apagar la lámpara sintió que arañaban la ventana desde afuera; lo cual es muy extraño ya que la casa se encontraba en medio de la nada y era muy difícil que un vecino pudiera llegar a  esa hora. Con gran susto cubrió su cabeza y en ese momento volvió a escuchar aquella respiración que parecía muy agitada, pero a la vez siniestra, sintió como el terror invadía su cuerpo de los pies a la cabeza. De un momento a otro ¡pummm! se escuchó un estruendo en toda la habitación, alguien había arrojado todos sus libros al piso, ella empezó a gritar desesperadamente tanto así que tu abuelo tuvo que pararse e ir corriendo para ver qué pasaba –exclamó la mujer– pero cuando él entró y alumbró con la luz de la vela se dio cuenta que en aquella habitación no había nadie más que su hija llorando y todos los libros regados por el suelo.

Tu tía siempre ha sido muy imaginativa ya que llevo a su hermana a dormir con ella y movió la cama al centro de la habitación para que así las asustarán a ambas por igual –dijo la mujer mientras en su rostro se dibujaba un sonrisa, sin embargo continuó– Efectivamente, desde aquel día ellas sentían como algo o alguien les movía la cama y se paraba en el marco de la ventana ya que faltaba un vidrio, tu tía describía aquel sonido como el de un pájaro caminando dentro de una jaula; también tenían la sensación de escuchar que atrás de la casa caían muchos objetos los cuales ellas describían como el sonido de muchas monedas o cristales rotos –el niño anonadado por la historia irrumpió–¿Abuela y tu jamás escuchaste o viste nada?, la mujer con cara de serenidad contestó –espera hijo no seas impaciente que esa es la mejor parte– una vez dicho esto continuó.

Poco tiempo después siempre a las seis de la tarde se escuchaba un estruendo en toda la casa, un sonido tan fuerte que daba la impresión de que alguna pared se había caído, tu abuelo iba corriendo pensando que se había desprendido alguna roca y había caído contra la casa ya que esta se encontraba en una hondonada. Pero cuando llegaba al lugar de donde provenía dicho ruido no encontraba absolutamente nada lo cual era muy raro para nosotros.

Al poco tiempo y durante todas las noches empezamos a escuchar  algo o alguien que caminaba por el ático de la casa –dice la mujer mientras le señala al niño el ático– un ruido que parecía ser los pasos no de un humano sino de un animal ya que estos eran pesados pero lentos, como alguien que quiere hacerse notar. El niño con cara de susto y preocupación mira fijamente el ático imaginando aquellos sonidos y deseando no escucharlos jamás; aun así, la mujer continúa con su relato.

Cierta vez un obrero se quedó a dormir y como no había suficientes cuartos en la casa se fue a quedar al ático, pero a media noche nos despertaron sus gritos ya que él decía que había visto al diablo, se bajó de allí y no quiso volver a subir, solo dijo que nunca en su vida él se volvería a quedar allí,  a lo cual tu abuelo accedió y lo dejó dormir en la sala. Desde ese momento supimos que la casa estaba embrujada, que alguien nos quería hacer algo, tu abuelo en un inicio sospechaba de un vecino llamado Salvador el cual siempre estaba peleando por todo, él creía que él había enterrado alguna cosa en sus tierras o había llamado la peste sobre la casa  con el fin de asustarnos y hacer que abandonáramos las tierras y nos fuéramos con nuestros hijos. Sin embargo, al poco tiempo tu abuelo se dio cuenta que todas las mañanas amanecía con moretones en todo el cuerpo que parecían ocasionados por chupones infringidos por una persona, en ese momento empezamos a creer que tal vez era una mujer que estaba enamorada de tu abuelo y venía a visitarlo todas las noches, ya que esto era una creencia popular en el pueblo.  Se decía que las mujeres que practicaban la brujería tenían la capacidad de transformarse en caballos o en pájaros siempre y cuando abortaran sus hijos o los abandonaran. El niño ya con cara de miedo tragó una bocanada de saliva mientras le echaba otro vistazo al fogón y a la leña que, para ese momento, ya había sido totalmente consumida por el fuego y sólo quedaban unos cuantos carbones apagados. –Entonces ¿qué hicieron?– preguntó el niño con un tono elevado. La mujer dirigió la mirada hacia el pequeño y continuó.

Los hechos perduraron un buen tiempo, tanto los sonidos en el ático, los golpes en la pared y la presencia de algo que no era humano, al final nos estábamos acostumbrando a esto, y tampoco sabíamos qué hacer. Pero un día llegó a la casa un señor  que venía de Palenque él siempre venía de visita y traía cualquier presente, cierta vez tu abuelo le comentó sobre lo que pasaba y él inmediatamente le dijo que sin duda era una bruja que venía a atormentar ya que esto también le había ocurrido a él y a su familia, este hombre le aconsejó a tu abuelo esparcir sal y agua bendita alrededor de toda la casa y así mismo ponerla junto a las ventanas ya que según él esto purificaría la casa y la bruja ya no podría entrar nunca más.   – ¿Y qué pasó? – Exclama en niño con asombro, –tu abuelo lo hizo–dice la mujer mientras mira el reloj y parece un tanto afanada. Prosiguió.

Él esparció la sal alrededor de la casa y junto a las ventanas, fue donde el cura del pueblo y le pido que bendijera una botella de agua y él accedió. Cuando volvió a la casa hizo todo lo que aquel señor le había dicho lo cual fue una verdadera bendición ya que desde ese momento nunca más se volvió a escuchar nada ni a saber de aquel extraño ser que estaba atormentando. La mujer se levanta rápidamente de la silla de madera mientras se dirige con los platos de comida y dice –ya llegaron los obreros hijo después te cuento otra– el niño con una sonrisa en la cara asiente, se para y se va a su cuarto sin saber que era allí donde estas cosas ocurrieron unos años atrás.

Eduwar Efraín Beltrán Beltrán*

Estudiante de Ingeniería Civil

Universidad santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.

ARTE-FACTO. Revista de Estudiantes de Humanidades
ISSN 2619-421X (en línea) julio de 2018 No. 7

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