Flores entre las losas

Juan Sebastián López*
Imagen de Pedro Meyer**

Querido Jhon:

Mientras pongo en orden mis ideas para contestar a tu carta puedo ver, a través del gran ventanal de mi oficina, un cielo despejado y azul. Al tiempo, escucho el zumbido de una pulidora y el traqueteo incesante de un martillo hidráulico. Mientras la vista me permite evocar unas vacaciones de ensueño en Marruecos, el oído me arrastra a las primeras escenas de Tiempos modernos, la película de Chaplin.

Te lo cuento porque pienso que un poco así es el mundo en que vivimos: bello y siniestro; luminoso y estresante; singular y rutinario. ¿Por qué leemos a Camus, Han, Žižek, Bauman, y mucho más a Shopenhauer, Ciorán o Houellebecq? Porque la vida, a pesar de todo, puede ser bella y emocionante, porque hay una tremenda poética en aquellas flores silvestres que crecen entre las losas del asfalto.

Reconocer y abrazar la contradicción es solo una forma de lidiar la propia vida. Como bien dices, hay otras maneras: drogas, espiritualidades, ejercicio, religión, militancia política, sexo, trabajo, arte, familia, dietética, filosofía… Y cada uno hace lo que puede en esa búsqueda compleja de equilibrios emocionantes o, según se vea, de emociones equilibradas. No sé si tales inquietudes hayan tenido el mismo ímpetu en el pasado, pero me parece que el mundo actual, tan frenético e hiperestimulante, agudiza un cierto tipo de preguntas existenciales. La palabra que se me viene a la mente con respecto a la condición del sujeto contemporáneo es desasosiego: una suerte de inquietud que te postra, una ansiedad que te agota. Eso es lo que encuentro en los paisajes que describes y contra lo que lucho frecuentemente en mi propia vida.

No obstante, compartir con mis colegas más jóvenes, mis estudiantes y mi propio hijo me ha permitido notar, como dijiste, una suerte de luz que se cuela por las cortinas. Junto a la flexibilización laboral y la depredación neoliberal también alcanzo a ver cómo la esfera pública se abre, cómo es cada vez más difícil controlar el flujo de la información, y de qué maneras tanto caos y desregulación acompañan (pero no causan, aclaro) un ensanchamiento de las posibilidades y los recursos para poder ser más nosotros mismos, para ser artistas de nuestra propia vida, para que se respete nuestro lugar en el mundo, para ser plurales como el universo, diría Pessoa. Parafraseando a Sloterdijk, nunca habíamos vivido con tanto estrés pero, de igual manera, nunca como ahora nuestro horizonte de posibilidades respecto a lo que queremos y podemos ser había sido tan amplio. La incertidumbre es un campo de oportunidades y creo que ellos, los más jóvenes, entienden mejor eso que nosotros.

Sabemos bien que el mercado es una inmensa y eficiente máquina de apropiación cultural y que mantenernos al margen es realmente difícil. No obstante, también es nuestra responsabilidad poner en valor la envergadura de los cambios sociales en curso. Las reivindicaciones feministas, las cuestiones de género, las luchas medioambientales y los debates identitarios de diversa índole me resultan absolutamente refrescantes y valiosos, sobre todo porque me llevan a imaginar un futuro de sociedades más abiertas, tolerantes y plurales, un futuro donde las particularidades individuales y los vínculos universales se presenten como alternativa al colectivismo sectario con el que nos hemos hecho tanto daño en el pasado. En este sentido, los más jóvenes tienen mucho que enseñarnos. Debemos aprender a respetar y estimular sus búsquedas, su tozudez en lo que atañe al cultivo de su personalidad, su deseo de ser auténticos. Quizás, promoviendo ese anhelo de autodeterminación logremos resistir creativamente al autoritarismo y avanzar en el ideal ilustrado más noble, el del uso autónomo y responsable de la razón, en dejar de ser camellos y transformarnos en niños para decir, sin complejo alguno, yo soy.

¿Qué papel pueden jugar las humanidades en esa tentativa libertaria? Creo que tiene que ver con potenciarla. Pedro Meyer, el gran fotógrafo mexicano, decía que fotografiaba para recordar. En el mismo sentido podríamos decir que historiografiamos, leemos, narramos, hacemos música y la escuchamos, vamos al cine, discutimos y estudiamos, en últimas, para nada más y nada menos que para vivir con más profundidad e intensidad: con banda sonora, con marco teórico, con efectos especiales, con finales abiertos, con precuelas y secuelas, con relatos paralelos. Nos corresponde, entonces, hacer de las humanidades una actitud ante la vida, de modo que nuestros estudiantes entiendan, por la vía del ejemplo, que, como bien dijo Theodor Adorno, lo que es no es todo. Cualquier experiencia humana (el amor, la desesperanza, la rutina, la alegría, el duelo, la pobreza, el éxito, el fracaso etc.) se vive de un modo diferente cuando tenemos la cabeza, la sensibilidad y el corazón bien amueblados. Cuando eso ocurre las flores crecen entre las losas de cemento.

Dieciséis semanas nunca bastarán, es verdad, pero nuestros jóvenes tienen la vida por delante para mirar atrás y hacer sus propias conexiones. Supongo que al final todo se trata de confianza, generosidad y honestidad, que son más importantes y elocuentes que un syllabus.

Espero haber atendido al menos en lo básico a tu invitación. Sabes cuánto valoro tu amistad e iniciativa. Por otra parte, antes de entregar un texto suelo echarle una última leída, y la impresión que me deja esta carta, la mía, vamos, es que puede que me haya puesto un poco romanticón. Así que para buscar un contrapunto me gustaría invitar a Verónica Salazar y María Fernanda Peña, cuya lucidez y compromiso político admiro profundamente. A las preguntas que Jhon ha formulado me gustaría agregar: ¿Cómo describirían ustedes a estos jóvenes que llegan a nuestras aulas? ¿Qué sería lo esencial a generar entre ellos y nosotros durante aquellas pocas semanas en que compartimos el salón de clases?

Con inmenso agradecimiento,

JS

La fotografía de Pedro Meyer fue tomada de Herejías: una retrospectiva de Pedro Meyer. Fotografío para recordar.

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Este proyecto se llama "Cartas para..." El mecanismo es muy sencillo: alguien, cualquiera de nosotros, escribe una carta dirigida a otra persona, invitándola a que le escriba una carta como respuesta, y al mismo tiempo, invitando a otros a que se sumen. Además, si otro quiere responderla también lo puede hacer. ¡Vamos a tejer una gran red epistolar! 

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.

ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) octubre de 2019 No. 12

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