Ella volaba

 *Santiago Muñoz Mosquera Ella volaba. Campos y montañas pasaban bajo sus pies con tan admirable irrelevancia. Volaba para aquí y para allá. A través de tormentas y huracanes.  Se perdía entre las espesas nubes para volver a aparecer del otro lado, sonriente y empapada. Volaba de edificio en edificio. Se paraba en las cornisas, saltaba y reía su caída. Pero cuando la muerte ya alzaba las manos para abrazarla entre su pecho, cambiaba el rumbo del destino como si la gravedad ahora la atrajera hacia el cielo y no hacia aquel pavimento adoquinado.

Qué bello volaba, cómo se movía entre las rendijas de los vientos para tomar altura y alejarse de la tierra. La gente admirada la veía. Más de una vez vi a una madre salvando a sus hijas del tejado que proponían imitar tal hazaña extraordinaria. Se cubría con una sábana, que se fundía con las nubes y su cuerpo, en aquella cautivadora danza que la confundía con el viento, la mezclaba. Se convertía en una brisa más que viajaba con millares de partículas de un lado para el otro en armoniosa perfección de movimientos. Un baile con el viento. Un baile con cada molécula que conforma aquel aire de este pueblo. Un baile atómico, un baile minucioso, un baile equilibrado, un baile coordinado y ensayado con el cielo.
A la llegada del crepúsculo aterrizaba frente a la capilla, exhausta. Se sentaba en el café Terraza y pedía un café blanco. Tomaba un sorbo y luego otro, mientras su sonrisa de danzante comenzaba a diluirse entre las voces, la música y la noche. Despaciosamente aquella sonrisa rutilante desaparecía de sus labios, que se marchitaban poco a poco, hasta formar aquel rostro de nostalgia, esa apariencia de melancolía. La noche transcurría en el lugar, las tazas de café sobre las mesas se distorsionaban en el tiempo para transformase primero en botellas de cerveza, luego en copas de whisky, de ron y de tequila. Inerte, ya sin que nadie la notara, se desvanecía entre las luces, entre aquel estruendo sigiloso de la algarabía. La primera lágrima caía entonces de su rostro, que se precipitaba fríamente hacia la mesa para estrellarse y romperse en mil fragmentos, y luego, un chasquido casi silencioso. Curiosa mujer, tú que danzas con los vientos, no puedes salvar tus lagrimas del caer hacia el vacío.

*Santiago Muñoz Mosquera
Estudiante de ingeniería civil
Universidad Santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.

ARTE-FACTO- Revista de Estudiantes de Humanidades ISSN 2619-421X (en línea) septiembre 2016 No. 1

 

Buscador