Ayúdame a entender esta angustia

Jhon Maldonado Ruiz*

Hola Juan. Te saludo con este sencillo estribillo que denota lo que considero una amistad enmarcada en el respeto por las palabras certeras y sinceras; manera en que estoy seguro serán absueltas mi dudas que te expondré a continuación. En ese sentido, deseo utilizar el cadente género escritural que es la carta para expresarte algunos de mis pensamientos y “angustias”, que he experimentado no solo como docente sino, también, como ser humano traspasado por las particularidades de la vida en este siglo que como tantos caracterizan, es convulso. Tú dirás, ¿por qué la carta?

La he escogido porque considero que ella recrea ambientes de familiaridad y encuentro con el rostro del otro, que siendo totalmente otro no se deja embargar por las complicidades falaces del “yo te cito, tú me citas” o “el estoy de acuerdo en todo contigo, si tú también lo estás conmigo”; con la carta explícitamente me tomo el tiempo para detenerme, contemplar, preguntar y luego responder, ejercicio que por demás en nuestra época, dirá Byung-Chul Han en la Sociedad del cansancio, está subvalorado en razón a la lógica de aceleración y saturación de la economía neoliberal; y, finalmente, porque aquí uno no se anda con las cargas de los títulos académicos: hablamos de experiencias, percepciones y sentires a propósito de un interés común entre dos o más seres humanos.

Hace unos días caminaba apreciando la vida a través de los ojos de Florent-Claude Labrouste, al que sé conocemos juntos, y con quien quizá me une no solo los tiempos de la edad, también algún sentimiento de desánimo frente a la aparente sinrazón de muchas de las fibras de lo que llamamos vida; y aunque yo no estoy alivianado por el Captorix, sí creo que de alguna manera, específicamente en lo laboral o profesional, todos los días las condiciones están dadas para que nos mediquemos con antidepresivos. Pienso, por ejemplo, en las mañanas que pasamos frente al espejo medicándonos con frases de autoayuda, diciéndonos que somos los mejores, que estamos comprometidos, que no importa lo duro que trabajemos, que no pasa nada con que en el trabajo no valoren nuestro esfuerzo, con que no se dé el ambiente para disfrutar lo que hacemos, que nos tiene sin cuidado que los beneficios se dispensen a unos y no a todos, que mañana será un día mejor; o, también, en los títulos, reconocimientos, referencia y “me gusta” que se liberan a diestra y siniestra por las redes sin causar un solo centavo o recurso para mejorar nuestras situaciones económicas. Ambas realidades contribuyen a que nuestro cerebro libere, precisamente serotonina y endorfinas que nos hacen sentir placer y comodidad. Sí, efectivamente creo que nos medicamos, de otra manera creo que sería más complejo vivir esta clase de vida, cual Sísifo camusioano, que es la académica en el marco capitalista neoliberal. ¿Sentirás lo mismo que yo?A propósito de lo anterior, me surgen diversos cuestionamientos, que son un tanto angustia, a los cuales quisiera trabar posibles soluciones con tus palabras, de ser posible; aunque por ahora, solo deseo compartir contigo estas líneas. Ya veremos qué sucede.

Por un lado, dadas las circunstancias laborales de los que hacemos academia, ¿cómo será posible que descubramos la luz al final del túnel de esta lógica del “rendimiento”? ¿Puede haber condiciones que nos sustraigan de esto? No lo sé, lo único que tengo claro es que cada día nos piden más y mayores compromisos, más producción, más tiempos para el ejercicio profesional, más evidencias de lo que hacemos. Pareciera que no hay manera.

Basta caminar por los paisajes desérticos expuestos por Antonio Negri y Michael Hardt, el mismo Han, el adusto Žižek y el recién extinto Bauman, quienes no esconden en sus líneas los pormenores de una debacle a manos de los modelos de contratación, de medición y competencia en nuestros diferentes procesos culturales, políticos, económicos y, desde luego, académicos. Quizá, como cuenta Michael Ende en nuestra Historia interminable, se cierne sobre nosotros la nada, ya nadie cree que esto pueda cambiar y como humanidad solo cabalgamos hacia el abismo profundo, mirando hacia el frente obnubilados por las luces vespertinas del horizonte que marca nuestro modelo de consumo con sus promesas de felicidad. Quisiera saber qué piensas.

En ese escenario tan gris que te planteo, quizá movido por la tristeza de mi corazón, será posible que lo que ofrecemos a nuestros estudiantes son solo pompas de jabón. Me explico, en clase apostamos por las humanidades, por una formación crítica que les permita discernir lo mejor para la humanidad, que les den herramientas y competencias para triunfar en la vida, y lo hacemos de la mano de perspectivas que están endulzadas con utopías de sociedades más justas, humanos más respetuosos de la diferencia, una humanidad idílicamente en paz con la naturaleza, sistemas económicos y políticos incluyentes. Ahora que lo pongo por escrito, dudo más, crees que es posible cambiar la vida en solo 16 semanas. Realidades, que tan pronto nuestro chicos y chicas cruzan el umbral de la graduación e inician, acuñados en pequeños escritorios y frente a ventanitas que dan a paredes desprovistas de color, su vida laboral, se rompen como sucede con las pompas de jabón una vez salen de su burbujero. Si es así, ¿qué cabría hacer para que no fuesen burbujas sino firmes simientes para que dichas ideas tomen cuerpo?

Tú y yo hemos transitado por algunos caminos similares, nos une el amor por la educación, la literatura y la buena comida. Pensando en ello, anhelo saber si sientes y piensas lo mismo; qué nos traerá el destino con estas divagaciones. Espero no agobiarte con estas preguntas como si fuesen cantinelas de alguien soso y con lentes grises; aun así, espero tu respuesta.

Con afecto,

Jhon

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Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.

ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) octubre de 2019 No. 12

 

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