¿Tecnificamos o humanizamos?

AFB. A. Antonietti, 1916. Arxiu Fotogràfic de Barcelona

Querido Juan

Respondo con demora a tu carta, no por olvido sino porque en un mundo académico cada vez más automatizado, iniciativas como “Cartas para…” sorprenden e interpelan para bien. Así que gracias Juan y Jhon por esta invitación a pensar desde la “cadena de amistades”, la academia.

El semestre ha avanzado rápidamente y junto con las clases, muchas noticias me han sacudido. Como bien sugerías en tu invitación, siento que mi labor académica está ligada a mi existencia como ser político, de manera que frecuentemente una noticia, una conversación o una lectura me llevan a senderos de reflexión que quizás no estaban en mis planes. Hace un tiempo deje de luchar con esta “debilidad” y empecé a aceptar que esta curiosidad por los acontecimientos es parte de mi vida como historiadora.

En las últimas semanas han circulado muchas noticias en los medios de comunicación y en las conversaciones universitarias sobre la existencia de “una crisis del sistema educativo” en Colombia. Al parecer estos rumores están alentados por la baja en las matriculas este año en todas las instituciones educativas públicas y privadas. Las explicaciones de los analistas apelan siempre a códigos macroeconómicos que rara vez comprendo. Sin embargo, mi día a día con las preocupaciones de los estudiantes me lleva a considerar algunas situaciones. Los sectores populares que hace unos años entraron en buen numero al sistema universitario privado, parece ser que no están resistiendo a la presión del endeudamiento. Las familias trabajadoras difícilmente pueden afrontar con comodidad el alto precio de las matrículas. (Las angustias en torno a ICETEX, las conocemos todos) Por otro lado, las promesas de ascenso social ligadas a la formación universitaria están empezando a estar en entredicho pues no siempre una carrera universitaria significa empleabilidad para los sectores populares. (El denominado “techo de cristal” no es un mito y la “meritocracia” no es la norma) En efecto, experimentos como el programa “ser pilo paga” han empezado a visibilizar para nuestra sorpresa el clasismo dentro del sistema educativo. (Si esto es así en espacios que en teoría promueven la “igualdad” ¡qué podemos esperar de otros ámbitos!)

Creo que a todos los involucrados en el sector educativo nos caben responsabilidades frente a esta crisis. Hubo un momento en el que olvidamos la vocación humanística de la educación superior y nos dejamos arrastrar por el discurso mercantilizado del neoliberalismo: dejamos de hablar de objetivos educativos y empezamos a hablar de competencias desconociendo el carácter colaborativo del conocimiento. La palabra estudiante también empezó de manera perturbadora a cruzarse con la palabra cliente. Cedimos a la idea de que la educación era un privilegio de clase y no un derecho ciudadano. En su interior, las áreas administrativas sometieron a las pedagógicas, determinando su quehacer. Equiparamos tecnificación con humanización y terminamos por creernos que el “impacto del conocimiento” se materializa en indicadores económicos y no en mediciones de bienestar individual ni colectivo. Nos olvidamos de considerar la diversidad de las realidades educativas.

No estoy segura que repetir como un mantra “innovación” estimule más a nuestros estudiantes a problematizar la realidad, y tampoco creo que hablar de “apropiación social del conocimiento” nos convierta en sociedades más empáticas. Si bien en la última década hemos titulado a un mayor número de personas no necesariamente estas dan muestras de mayor humanización, argumentación o de compromiso con la igualdad y la solidaridad. (¡Basta ver las publicaciones de algunos en redes sociales para confirmarlo!) Hemos tecnificado la mano de obra pero estamos lejos de aportar en la construcción de sujetos críticos y comprometidos con su realidad social y ambiental.

Recientes debates han resaltado que la educación neoliberal genera una crisis del sistema universitario global que puede resultar en una mayor elitización del conocimiento. Los sectores populares no pueden pagar altas matriculas y vuelven a ser como en el Antiguo Régimen, mano de obra con baja injerencia política y tecnológica y nulas posibilidades de ascenso social (el caso de Estados Unidos es de los más nombrados) mientras que las élites refuerzan ahora más que nunca su privilegio social, económico, político y tecnológico a partir de la educación.

Me gustaría plantear algún camino de salida pero yo tampoco lo sé. Sospecho que darle sostenibilidad a las instituciones educativas hoy, requiere pensar las universidades desde su rol humanístico, ético, emancipador, reflexivo, generador de conocimiento y transformador de la realidad. Esto último nos debe llevar a reclamar con vehemencia independientemente de nuestras posiciones políticas, la democratización del conocimiento, el acceso al saber sin diferencias de clase, género o etnia. Tiendo a creer que esta crisis del sistema educativo universitario si la hubiere, debería llevarnos a pensar más en la sostenibilidad económica y no tanto en la rentabilidad, a extender los derechos y reducir los privilegios, a fomentar la cooperación y a desestimular la competencia. En últimas, los criterios de acceso no deberían pasar por el dinero sino más bien por el esfuerzo, la disciplina y la vocación.

Ahora releo lo que te escribí y puede ser que mis propuestas sean demasiado “rosas”. Quizás es porque te escribo y construyo estas líneas desde mi lugar en el mundo: como historiadora, como académica, como mujer, como latinoamericana, pero especialmente como profesora de una universidad privada de orientación humanística, que educa no a elites sino a los sectores populares (esto lo indican nuestros datos de admisión). No soy profesora de Yale, ni de la Universidad de los Andes. Soy profesora de la Santo Tomás y creo que nuestras realidades educativas son otras y por lo tanto nuestras respuestas deben ser también distintas. Soy consciente de las dificultades que tienen nuestros estudiantes para llegar a clase. Me cuentan los esfuerzos y sacrificios que hacen ellos y sus familias. Quizás las promesas de “competencia”, “productividad” e “innovación” han dejado de ser suficientes. Mis estudiantes son sociólogos y -en su mayoría- no esperan riqueza. Quieren ser más bien “flores entre las losas” como los nombrabas en tu carta. Esperan igualdad de oportunidades frente al conocimiento y sobretodo herramientas para interpretar la realidad y complejizar el mundo. De paso te confieso, que esta es la razón por la que estoy aquí. Para continuar con este ejercicio epistolar me gustaría invitar a mis admiradas amigas y colegas Laura de La Rosa y Catalina Acosta.

Un abrazo querido Juan, ya seguiremos conversando.

Verónica Salazar Baena

 

Este proyecto se llama "Cartas para..." El mecanismo es muy sencillo: alguien, cualquiera de nosotros, escribe una carta dirigida a otra persona, invitándola a que le escriba una carta como respuesta, y al mismo tiempo, invitando a otros a que se sumen. Además, si otro quiere responderla también lo puede hacer. ¡Vamos a tejer una gran red epistolar!

Puedes enviar tu carta acá

  

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.

ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) octubre de 2019 No. 12

Buscador