Sin miedo a escribir

Editorial número 12

Jenny Marcela Rodríguez*

Escribir no es una tarea sencilla, más o menos desde los siete años estamos construyendo oraciones, superando la etapa de círculos y “palitos”. Sin darnos cuenta o mejor, sin ser realmente consientes, empezamos a crear. Inicialmente copiamos, transcribimos las palabras de otros en un interés por aprender cierta estética, la redondez de ciertas letras o la prolongación de otras; que si es cursiva, que si se escribe con la mano derecha o con la izquierda, si es de arriba hacia abajo o lo contrario. Mejor dicho, creo que vamos aprendiendo a conocer el modo en que nuestro cuerpo se moverá en relación con el arte de escribir a mano por el resto de la vida.

Ahora también los más chicos tienen otro intermediario, de hecho el uso de éste nos sorprende más -aunque no cause tanta emoción como los primeros trazos-, la escritura en dispositivos móviles (smartphones, tablets, pc). Hay una cierta danza táctil en su uso, rápidamente los niños y niñas encuentran la aplicación, la “leen” e identifican su uso. Pronto llegan las primeras cartas (o mensajes), a las maestras, a los padres, a los tíos; frases simples como te quiero papá o mamá, acompañadas casi siempre por un dibujo muy personal, abstracto quizá, que representa ya no con letras sino con otras formas a la persona en cuestión; he ahí las primeras creaciones.

Aunque según los especialistas en educación, recientemente entrevistados a raíz de los resultados de las pruebas PISA, es evidente el extendido uso de copiar o copy-paste sigo creyendo que hay una fase, tímida sin duda, de creación. No pueden ustedes negar que escribieron cartas de amor (o post it®) “inspiradas” en poemas o incluso en canciones. Puede que ese sea el problema, junto con la insistencia en copiar de libros (siendo optimista) o de páginas web, como El Rincón del Vago o Wikipedia (en el mejor de los casos una vez superado en noventero Encarta), les solicitamos a los estudiantes escribir resúmenes, reseñas, “ensayos” y, la última tendencia, monografías en grado 11. Así empieza una carrera incomprensible por escribir, llenar y llenar páginas, muy pocas veces con lo que le interesa al joven, y más cercana a un acto adivinatorio: lo que él cree que le interesa al docente leer. Seamos francos, si es que lo lee.

Al llegar a la universidad puede que la cosa cambie, pero el joven ya está inmerso en una lógica que a él mismo le cuesta romper: no sabe cómo ser otro estudiante; ha olvidado crear o proponer, solo sabe colorear dentro de la línea; el árbol es siempre con tronco café y hojas verdes. Nos odian –seamos sinceros, muchos de nuestros estudiantes nos odian, o lo que es peor, nos ignoran- , cuando escuchan “tema libre” y, máximo, en la siguiente sesión están suplicando una asignación.

Si en el colegio ven hasta doce materias, en la universidad –aunque no tanto- también tienen una carga importante. Los estudiantes cambian como si nada del algebra lineal a macroeconomía, luego dos horas de antropología; después de almuerzo, si lo hacen, un poco de cálculo y puede que para terminar, algo “sencillo” como inglés. Claro, seamos justos, algunos ajustan su horario para tener un día “para descansar”, la mayoría de las veces esto se traduce en pasar el día en la universidad sin entrar a clases. Recordando a uno de nuestros autores, hemos olvidado que es el ocio, lo demeritamos, todo tiempo debe ser ocupado, con cualquier acto, pero ocupado.

Pero si usted ha llegado a este párrafo se preguntará, ¿y por qué la retahíla? Permítame contestarle: en la revista que tengo honor de editar, es decir, en esta, escriben estudiantes. Desde septiembre de 2016 hemos publicado 162 materiales entre textos argumentativos, textos de opinión, entrevistas, crónicas, cuentos, poemas; también fotografías, infografías y videos. Más de 168 autores, estudiantes de distintos programas de la Universidad Santo Tomás y de otras instituciones de educación superior han participado; a esto se suman estudiantes de colegios de varias ciudades a nivel nacional. De mayo de este año a la fecha hemos recibido más de sesenta postulaciones y sabemos que esto significa que muchos trabajos no serán publicados, pero también que hay un proceso, no solo editorial, sino de confianza, de que los estudiantes consideren que otros los lean, de sentir orgullo.

Usted dirá que cómo lo sé y créame que yo también dude. El estar al otro lado de la pantalla me blindaba de la respuesta, incluso de la pregunta, pero en el mes de octubre (es decir para nuestro número 12), les escribimos a nuestros autores con una solicitud “les agradecemos nos escriban un párrafo corto o un vídeo rápido contándonos que significó para ustedes ser publicados en nuestra revista”. “¿Responderán?, quién sabe, esperemos”, ese fue parte de la conversación que tuvimos.

Y sí, respondieron:

Es muy emotivo el ser partícipe de este proyecto impulsado por la revista Artefacto, el encontrarse con espacios que posibilitan el encuentro con multiplicidad de lectores, personas que aman la literatura y el trabajo reflexivo. Siempre es magnífico el dar a luz un relato, cuento o historia; crear mundos adornados con palabras, posibilidades y sueños arrebatados del silencio. ¿Qué sensación podría expresarse? me arriesgaré a decir que gratificación, no hay nada más satisfactorio para una obra que convertirse en voz e idea a partir de la posibilidad de ser degustada, un deleite producido por aquellos que están a la expectativa de lo que aflora el silencio.

En pocas horas empezaron a llegar mensajes, ArteFacto ya no solo se consolidaba como un espacio de participación de estudiantes, además debíamos comprenderlo como un escenario social, en donde los estudiantes se volvieron autores, dónde podían empezar a entregar semillas del profesional que quieren ser, sobretodo de las personas que son. Algunos escribieron que una vez superado el matoneo de amigos, estos les preguntaban sobre cómo lo hicieron; y la respuesta es fácil, haciendo las cosas bien desde un inicio, escribiendo –creando- no para el profesor sino para ellos mismos, superando el miedo, creyendo.

Y es que miedo es la primera respuesta que uno escucha, en todos los ámbitos profesionales. “¿Y si no gusta? ¿Y si me dicen que no? ¿Y si no soy tan bueno?” Quienes hemos estado cerca de Arte Facto sabemos que este es el espacio ideal para probar, incluso el espacio ideal para el error, finalmente estamos acá para aprender y para enseñar, por eso agradezco a todos los que han escrito en esta revista, por lo mucho que me enseñan.

Podría quedarme en las cifras o en los gráficos, que igual se los comparto a continuación, pero prefiero compartirles la importancia de escribir, de pensar, de crear.

 

Jenny Marcela Rodríguez
Editora Arte-Facto.
Revista de estudiantes de humanidades
Universidad Santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) octubre de 2019 No. 12

 

 

 

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