Una mano que se agita diciendo adiós

Bogotá, julio 17 de 2018

Una de las tantas noches que salíamos de nuestra actividad laboral en la universidad, lo vislumbre distinto, taciturno y especialmente serio. Esa noche su mirada atravesaba todo aquello que se le intentara interponer. Su voz revestía una dureza que aunque no quería que se notara, la amistad logró percibirla. Siempre que estuvimos en situaciones análogas a lo largo de los años ya teníamos caminos dispuestos para afrontar difíciles circunstancias.

Haciéndome el desentendido miré el horizonte y le pregunté si le gustaría caminar un rato a las orillas del caño al lado de la UNIMINUTO, de manera inmediata respondió que sí y nos fuimos caminando lentamente, siempre acompañados por una innumerable cantidad de pedalistas que buscando el descanso en sus hogares hacían uso de la cicloruta. Ambos sabíamos que se tenía que hablar de algo serio pero nuestra buena costumbre de largos coloquios nos llevó por muchos lugares consuetudinarios antes de encarar el tema.

Hacía mucho frío, más que de costumbre, hasta que al fin le pregunté si finalmente había ido al médico y le inquirí sobre lo que le había dicho. Con su voz de profesor entonó una perorata magnífica, como solo él sabía hacerlo. ”Como dijo Adriano en las memorias de Yourcenar “Soy un enfermo que da audiencia a sus recuerdos.” Viniendo de él la respuesta fue como un terrible golpe a la cabeza. Inmediatamente entré en preocupación le pregunté de qué me estaba hablando y sobre todo conociendo la fortaleza de su salud, de qué enfermedad hacía mención.

Con la pasividad de hombre adulto me miró profundamente y me recordó que él ya no bebía licor pero que si quería me invitaba una media. Sin pensarlo dos veces y como antaño enseguida estuvimos al frente de una tienda comprando media de ron, la cual no imaginé que fuera a necesitar tanto. Por entre los edificios que quedan al otro lado del caño apareció la luna, los perros ladraron a lo lejos y el viento acarició con esmero las copas de los árboles. Con la tibieza de su voz y con una delicadeza sin igual para no hacerme ningún daño, me contó que le habían diagnosticado cáncer en el estómago. Una ráfaga de viento helado intentó refrescar mi conmoción. Después de eso por un breve instante nos fundimos en un solo abrazo y un solo llanto.

Todo ser humano conoce mejor que nadie su organismo. Yo creo que por esa época el hombre sintió un campanazo que lo expresa muy bien Yourcenar cuando El emperador Adriano afirma “…he llegado a la edad en que la vida, para cualquier hombre es una derrota aceptada” No se niega su enorme amor por la vida y la gran lucha con la que atendió su enfermedad, pero aquella noche entre los dos quedó claro que la parca batía su manto sin ninguna clase de solemnidades.

Una vez recibida la infausta noticia guardamos silencio por un buen rato y en nuestras interioridades pasamos revista a esos 52 años de amistad, los mágicos días de colegiales alebrestados por el fervor de la revolución cubana, mis dos años en el servicio militar de los que directamente o indirectamente siempre tuvo conocimiento, la manera en que me fue metiendo al seno de su hogar, después, nuestras universidades y nuestra formación profesional y por supuesto los trabajos a los que siempre nos fuimos llevando mutuamente. Los colegios “perratas” por los que transcurrió una buena parte de nuestras existencias, las monumentales borracheras con las que escandalizamos tratando de entonar boleros (Tú me acostumbraste), los primeros trabajos con los que empezamos a vivir con cierto decoro y dignidad, pero sobre todo nuestro acompañamiento permanente en las buenas y en las malas.

Todas las cartas quedaron abiertas, nos enteramos mutuamente de las faltas a la amistad que habíamos cometido y en un acto de profunda nobleza perdonamos todo aquello que hubiera podido empañar esa amistad sellada con los años. Yo digo que si hubo un momento álgido de lo que se puede llamar amistad fue ese instante en que nos miramos a los ojos y quedamos regocijados y en paz. Cuando tomó su taxi en la calle 80 sentí que algo se desgarraba dentro de mí.

Quedé solo, en el pavimento frío, entre lágrimas y llovizna regresé a casa, comprendí entonces que después de tanto años de cordialidad y compañía finalmente podría quedar solo. Lo que sigue lo conocen mucho mejor que yo, razón por lo cual no lo mencionaré.

Ustedes se preguntarán cuál fue el origen del conocernos. Fue allá en Ciudad Kennedy, un barrio obrero nuevo construido bajo el auspicio de los americanos, en el colegio Politek de la universidad Incca donde empezábamos a estudiar nuestro bachillerato, en una vieja bodega de Avianca en lo que era el aeropuerto de Techo. En el colegio descubrí un tipo que tenía ciertas virtudes que eran bien escasas en el medio en el que nos desempeñábamos, hablaba con mucha elegancia y buena dicción, cuando no estaba escandalizando con palabrotas, con las que siempre intentaba llamar la atención de sus compañeros. Hacía referencia permanente a problemas de los que nadie nunca dijo una sola palabra y en los cuales yo también estaba interesado, pero lo más interesante es que le buscaba mil caras a un solo problema. Puedo decir que frente al mundo de la ciencia y el conocimiento nunca pudo ser unilateral.

Por esa época empezamos nuestras peripatéticas conversaciones alrededor de la abandonada pista del aeropuerto de Techo, en torno a la existencia de Dios, los problemas de la sociedad y la cultura. Él me enseñó a formular las preguntas correctas en el momento adecuado y entonces aprendí a proponerle los temas de mi interés y él con su inteligencia me llevó a beber en sus ánforas, siempre desplegando su capacidad para referir todo tipo de conocimiento.

Desde que lo conocí quedé maravillado, trataba la mayoría de los temas con una suficiencia de hombre universal que aún hoy celebro y que permanentemente me mantuvo asombrado y siempre disfrutándolo con regocijo. Si alguien me pidiera definir la vida de mi amigo simplemente lo caracterizaría como un hombre de conocimiento.

Reconocerlo como hombre de conocimiento, es adentrarnos en el corazón de la generosidad y del respeto. Jamás se burló de alguien por su ignorancia, todo lo contrario, las fuerzas de su vida siempre las tuvo dispuestas para educar al que quisiera. Gastó una buena parte de su vida buscando estrategias para enseñar de la mejor manera posible. Bienaventurados aquellos que estuvieron a su lado en la última etapa de su vida porque ellos disfrutaron a plenitud la didáctica y la pedagogía de un buen maestro, forjada durante una buena parte de su vida.

Algo que me llamó la atención al respecto, fue su gran capacidad para asignar tareas. Bastaba encontrarse con él e intercambiar un par de ideas, cuando empezaba a disparar su cañonada de conceptos: “pero ya leíste este artículo, pero ya viste este libro, pero no has pensado en consultar tal autor que hace referencia ese tema, podrías buscar en la biblioteca esa página tan bien escrita de… bla, bla, bla,” hoy a la distancia, pienso que tenía como propuesta asignar tareas a todo aquel que se dejara. Inclusive tareas insospechadas, como cuando hablábamos del bolero sin solemnidad alguna, y de pronto me dice, no hermano para aclarar mejor ese punto tendrías que consultar la “Fenomenología del bolero.” Si alguien me pidiera definir la vida de mi amigo simplemente lo caracterizaría como un verdadero maestro enamorado de la educación y la cultura.

Una característica más de mi buen amigo fue aquella capacidad sin límites para la fina ironía y el buen manejo del humor, celebro especialmente esa agilidad de rayo veloz que tuvo para sacar del sobrero de mago, frases improvisadas y elocuentes, que muchas veces dejaron boquiabierto a todo un auditorio. Con ello quiero decir que uno de los lazos más fuertes de nuestra amistad fue el buen humor, nos moríamos de la risa con nuestras ocurrencias, con esos juegos de inteligencia que no sé dónde se inventaba, allí sí que interactuamos, a lo último con una sola mirada teníamos para desternillarnos de la risa, aunque fuera en silencio. Si alguien me pidiera definir la vida de mi amigo simplemente lo caracterizaría como un hombre cuya inteligencia siempre estuvo presta para el buen humor.

Alguien que me enseñó a respetar y que respetó fue mi maestro y amigo. Los derechos se respetan, una sociedad que no respeta es una sociedad caótica y triste, desafortunadamente se fue en medio de la más terrible gangrena de la corrupción en su país. Enseñó que había que respetar para que lo respetaran y tuvo voces de aliento para aquellos que intentaban defender sus derechos. Su concepto de justicia lo estudió teniendo en cuenta el derecho natural y el derecho positivo, aunque siempre procuro quedarse en el justo medio.

En la historia personal de cualquier ser humano existen esas partes oscuras que se llaman debilidades. También las tuvo, las sufrió, las vivió. Aunque procuraba no demostrarlo. Su sensibilidad frente a la problemática política y social era parte de su talón de Aquiles. En muchas ocasiones lo vi sufrir en silencio ante una masacre o ante uno de los innumerables falsos positivos. La corrupción lo asqueó hasta límites inimaginables y su desprecio hacia quienes dilapidan los recursos del Estado era total.

El hombre de conocimiento, el Maestro, la persona del buen humor, el amigo, Ay! el amigo verdadero se ha ido, llevándose consigo su formidable memoria y su inagotable caudal de conocimientos, acompañado por siempre de su fina ironía y su espíritu lúdico. Estoy completamente seguro que ninguna (o) de ustedes se atrevería a preguntarme si me ha hecho falta, porque de antemano saben que anduvimos juntos una gran parte de nuestras vidas y el desasosiego es infinito. Aunque me ha quedado difícil me ha tocado rescatar de la memoria una frase de André Malraux que en par de ocasiones, no sé por qué, citó: “La muerte sólo tiene importancia en la medida que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida.”

Bueno mi Deivi, me han invitado a esparcir tus cenizas en uno de los lugares que has amado. Procuramos sentar los cimientos de un recordatorio que pretendemos sea duradero, sembrando algunas plantas y en el recogimiento familiar leyendo algunas palabras con las que queremos rendirte un sentido homenaje. Doy gracias a la vida porque me trajo un hermano que fue parte trascendente en mi experiencia vital. Puedes irte tranquilo porque tu tarea fue cumplida a cabalidad.

Antes de retirarme tengo que decirte, que a pesar de tu sabiduría, jamás podrás imaginar la falta que nos haces.

Tuyo

 

Cartas para...

Este proyecto se llama "Cartas para..." El mecanismo es muy sencillo: alguien, cualquiera de nosotros, escribe una carta dirigida a otra persona, invitándola a que le escriba una carta como respuesta, y al mismo tiempo, invitando a otros a que se sumen. Además, si otro quiere responderla también lo puede hacer. ¡Vamos a tejer una gran red epistolar!

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ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) enero de 2020 No. 13

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