Tiempo, el gran robo de los hombres grises

Jhon Fredy Maldonado Ruiz*

Hace unos días, eufórico por la idea de publicar en una revista o de que se conocieran parte de mis pensamientos e ideas (creyendo que a alguien le pueden interesar), envié una propuesta escrita por correo electrónico. La respuesta fue lacónica y reflejaba muy bien su contenido: “agradezco su propuesta. No son algunas líneas, son más de 11 páginas y no tengo tiempo para leerlas”.

En un primer momento pensé que se trataba de una manera del editor para evadirse a mi propuesta; luego creí que era una pena que esta persona hubiese caído en el sistema actual capitalista neoliberal; sentí compasión porque había perdido lo más preciado que podemos tener como seres humanos, el tiempo. Sin embargo, al final, después de muchos rodeos, como un perro cuando desea caer en su cama, la situación ocupó mi mente por varios días. “No tengo tiempo”, una frase que se disparaba en el día y en la noche, en clase y en el almuerzo.

Después de todo, caí en mi cama (consciencia?), destrozado por aquellas sencillas palabras. También yo, que pensaba estar del lado contrario al editor, había perdido el tiempo o me lo habían robado. Llegó a mi mente la imagen narrada por Michael Ende (2007) en su bella novela Momo y los hombres grises. Era como una revelación, como un puñetazo en el rostro con nocaut contundente. Quizá todos hemos perdido el tiempo, cada día estamos más acelerados. Quizá los hombres grises habían robado mi tiempo destinado a aburrirme, para no hacer nada, y lo habían convertido en tiempo para producir. Yo también me había dejado robar y no me había dado cuenta de ello.

Esa es la lógica de la tecnología digital y sus contenidos, del capitalismo y la producción-consumo. Esta maraña son los hombres grises. A diario circulan por nuestras pantallas millones de pixeles que representan nuestras realidades: noticias, chismes, cadenas de oración, información, teorías, películas, libros y nuevas producciones discográficas. Estas imágenes no se quedan en nuestra memoria o la de nuestros aparatos para durar, solo lo hacen, como dice Remedios Zafra (2017), por si se necesitan. La idea es acumular, tener más, guardar para luego. También, parece que todo tiene que servir para algo. No sabemos bien para qué, pero ha de ajustarse a la lógica de producción y consumo. Además de ser productivo y acumulable lo que circula ha de ser ágil: no podemos gastar mucho tiempo en su revisión, análisis y posterior utilización. “El tiempo es dinero” y no se puede perder, pues a diferencia del dinero, el tiempo no vuelve.

“No tengo tiempo”, es un enclave de poder para ajustar parámetros, para negar relaciones, para lidiar con excesos. Con tres palabras desbarrancamos marcos individualizantes y los condenamos a lógicas lineales de producción masificada y acelerada (Han, 2017). Con tres palabras expropiamos las capacidades del freno de mano para nuestro fluir vital en la cotidianidad. Con tres palabras obsequiamos nuestra libertad de “aburrirnos”, de paréntesis para el sol, el helado, la pareja, los hijos, una novela, el cine o sencillamente para nada, a la cadena de montaje. Con estas tres palabras, como con un mantra, entramos en trance y nos disponemos para leer kilómetros de informes o artículos científicos, ver cientos de imágenes, escuchar horas de grabación y, así, quizá escribir unas cuantas líneas, enviar múltiples correos o para llenar cientos de formatos que “evidencien” o “justifiquen” el tiempo asignado a lo que parece que realmente importa, al trabajo; que se convierte en medio para el éxito, el cual es entendido como acumulación (de experiencias, de propiedades, de relaciones, de dinero, de competencias, todas con el sello de “perfectas”), es ese lugar privilegiado para aquellos que destinan hasta la más mínima gota de tiempo para dedicarse a labores productivas, en casa, en la universidad, en el transporte, en el parque, en el gimnasio, teniendo sexo o viendo cine. Los exitosos siempre están produciendo y son emprendedores de su vida (Han, 2014).

Por el contrario, “tener tiempo” implica navegar contracorriente, irrumpir con una lerda y poco esbelta balsa en el devenir tormentoso del mar de la lógica lineal-capitalista neoliberal. Es alertar a los hombres grises que estamos allí, “desperdiciando un gran valor”, es recibir una etiqueta de irresponsable, improductivo o perezoso. Etiqueta que nos pone sobre la mesa como un mal, como nuestro propio mal, pues si esa caracterización adorna nuestra frente, se supone que la consecuencia inmediata es la condena al ostracismo del fracaso, que por demás hoy se ha convertido en algo aterrador. Ya no es el lugar para iniciar de nuevo, sino la lepra del mundo consumista que me obliga a gritar por los caminos “impuro, impuro”. De tal condena solo volvemos cuando hayamos aprendido “el valor” del tiempo, cuando le demos uso responsable, cuando produzcamos y tengamos la posibilidad de consumir. Así, perder el tiempo que “tenemos” parece ser actualmente una de las faltas graves en contra de la autogestión del éxito.

En la anterior óptica, el tiempo se transforma en un bien público, global, que no nos pertenece individualmente y, por lo tanto, hemos de cuidarlo. Eso nos mete en sistemas informáticos que controlan el tiempo en que hacemos, las agendas en el Smartphone, los planes de trabajo, de visita, de producción, de consumo. Además, nos venden la idea que solo tenemos derecho al tiempo libre cuando hayamos culminado la jornada, el tiempo de labor o, sencillamente, cuando ya seamos obsoletos para el sistema. Sin embargo, ¿por qué solo allí? Creo que se trata de una lógica de aprovechamiento, de uso y deseche. Esos hombres grises además de haber robado nuestro tiempo se apropiaron de nuestro ser, de su valía per se. De ahí que las personas se puedan descartar una vez ya no sean “útiles” para producir o para consumir. Allí es cuando se supone que podremos escribir, ser abuelos, pasear con el perro, caminar lento en medio de la multitud, escoger entre un vino u otro en el mercado, detenernos frente a las vitrinas o en el camino para cortar flores, saludar y hablar con desconocidos.

Hoy quizá sea necesario que les robemos el tiempo a los hombres grises, que lo recuperemos y seamos más los que nos animemos al fracaso, a la pérdida del tiempo, al lugar del aburrimiento, al espacio para hacer nada. Que volvamos a detenernos frente a los escaparates a ver y tocar las prendas, a sentir el olor de las crispetas, a saborear en un eterno momento la delicia de un helado, un té con galletas o un café con croissant, para leer lo que sea, para hablar, para escuchar, para ver el rostro del otro.

 

Jhon Fredy Maldonado Ruiz*

Docente del Departamento de Humanidades y Formación Integral

Universidad Santo Tomás

Referencias

Ende, M. (2007). Momo. México D.F.: Alfaguara.

Han, B.-C. (2014). Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Barcelona: Herder.

Han, B.-C. (2017). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder.

Zafra, R. (2017). El entusiamos. Barcelona: Anagrama, S.A.

 

         Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan los puntos de vista de la

Universidad Santo Tomás.

ARTE-FACTO. Revista de Estudiantes de Humanidades

ISSN 2619-421X (en línea) octubre de 2018 No. 8

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