Mi visita a El testigo

“Me parece importante hablar de la piel de la guerra, la que viven los campesinos y la que se devora también a la naturaleza. Yo pienso en esa piel que está en algunas de las fotografías: en el río que lleva petróleo o cuerpos, en el cráter qe arrasa, en las marcas y huellas de combates en los árboles, en la trinchera, en los animales en medio de la guerra”. Jesús Abad Colorado.

Diego Mauricio Valencia Figueroa*

 

Es domingo y el día de mañana debo presentar el conversatorio de antropología, por lo que antes de salir a la exposición lo último que leí fue el texto de suicidio en comunidades indígenas. Ese texto me despierta rabia hacia el estado, porque mi conclusión de las causas de los suicidios indígenas es que, en gran medida, son una consecuencia del abandono del estado a estas comunidades. Siendo el estado el responsable de darles garantías a estas comunidades, por el contrario, aparece como un causante más de problemas.

Salgo de mi casa rumbo a la exposición, y como no sé qué transporte debo tomar, busco en mi celular como llegar al Claustro San Agustín, veo que lo que me aparece como mejor opción es tomar un bus SITP. Después de esperar unos minutos en el paradero el bus, decido que después de tanta espera ya hubiera podido irme en un Transmilenio, el cual me queda más lejos pero seguro pasara más rápido que el bus que estoy esperando.
Camino a la estación, me encuentro con familias de desplazados venezolanos, y pienso como el factor suerte termina siendo tan relevante en el destino de las personas. Veo como niños pequeños cuidan de sus hermanos aún más pequeños, similar a lo que se relata en la lectura de suicidio adolescente. Ahí los niños Emberá comienzan desde muy temprana edad a tener la responsabilidad de lavar la ropa, trabajar en los cultivos, elaboración de artesanías, etc. para ayudar a sus familias (Suicidio adolescente en pueblos indígenas, UNICEF-2012).

En estos países (Venezuela y Colombia), el simple hecho del lugar de nacimiento ha determinado el futuro de tantas personas. Para los indígenas del texto, los ha hecho víctimas de abusos y en el caso de los venezolanos los ha llevado a situaciones que los han obligado a dejar su país. Haciendo que la misma sociedad desvalorice su identidad.

En esos momentos, recuerdo de una conversación que tuve con una amiga que no es colombiana, y hablando de cómo, en las sociedades latinoamericanas, es de difícil subir en los niveles socioeconómicos me dice que en su país hay una expresión para los niños que nacen bajo estas condiciones, “canarios criados para el gato”, haciendo referencia a que, desde el nacimiento, ya se sabe cuál va a ser su destino.

Pero analizando cómo me siento al respecto me doy cuenta de que no me conmueve, se ha vuelto parte de lo cotidiano ver gente desplazada, al punto que ya no me siento mal al respecto. Eso que en el fondo sé que no es normal, se ha convertido habitual y no me incomoda.
Finalmente tomo el transporte que me llevara a la exposición, es un domingo y se ve mucha gente “en plan domingo”. En sudadera y compartiendo con otros. La ruta que tomo también está cerca de la ciclovía, que muchas personas utilizan para hacer ejercicio. El día también está bastante soleado, por lo que las gafas de sol y las gorras o los sombreros se ven frecuentemente.

Ya estando cerca del claustro donde es la exposición, también veo indigentes, y con el celular en la mano, pues estoy haciendo notas de voz para este trabajo, me doy cuenta de que me asustan, y que no me pongo en sus zapatos como lo hice anteriormente. Aunque sé que ellos también pueden tener historias de vida similares.
Como veo indigentes frecuentemente, prefiero llegar al claustro preguntando que con el GPS de mi celular. A la primera persona que le pregunto es al celador de la estación de Transmilenio en la que me bajo, le pregunto por el claustro San Agustín, pero me dice que no conoce el lugar. Salgo de la estación y le pregunto a unos policías sobre al claustro, no conocen el lugar, pero uno de ellos me ayuda a buscarlo en su celular y me dice que estoy cerca. Me orienta con indicaciones que acompaña con la mano, me dice hasta donde debo caminar y después cambiar de dirección. Realmente el claustro está cerca de la estación.

Cuando veo la edificación, noto su estilo colonial, la fachada es blanca con grandes ventanales y debido a su cercanía con la casa de Nariño está rodeada por la policía militar. En esos momentos, personas que por su acento no parecen ser de Bogotá, bromean con uno de estos militares diciéndole que si el presidente ya les tiene listo el almuerzo que vinieron al almorzar, es un poco más de medio día.

Entro a la exposición y la primera imagen con la que me encuentro es la de una mujer que sostiene una foto de su esposo asesinado, es una foto enorme en toda la entrada del edificio, que es tan solo un abrebocas de lo que se verá en la exposición. Su marido era líder de la comunidad Emberá, el mismo grupo del que trata el texto del suicidio. Aumenta mi rabia y frustración, ahora que veo las caras de las personas de las que anteriormente leí.

La exposición está organizada en el segundo piso de la edificación, es un edificio con grandes salones alrededor de una zona descubierta en el centro. En los corredores se ven varias personas que conversan en voz baja mientras toman un poco de sol. La exposición se lleva a cabo dentro de los salones del edificio.

Es una exposición en la que Jesús Abad Colorado, periodista colombiano, registra el conflicto armado en Colombia. Llamada “el testigo” ya que por medio de fotografías ha capturado la vulnerabilidad de las sociedades colombianas que acompaña con cortos fragmentos de texto que narran la historia de cada fotografía.

Camino dentro de la primera sala de la exposición, y en el centro hay un árbol de papel enorme, que cubre gran parte de la sala. La mayoría de las fotos son en blanco y negro, en casi todas ellas se plasma el rosto de personas. Los fragmentos de texto realmente transportan al momento en que fue capturada cada imagen. En medio de tantas fotos en blanco y negro que muestran el sufrimiento de tantas personas, me alegra ver que Jesús Abad en sus fotografías no solo les ha dado voz a las personas, sino también a la naturaleza, como árboles y animales que también han sido afectados por estos conflictos.

Las primeras fotos que veo a color son de una mujer wayuu, proyectada en una pantalla donde muchas personas en silencio y con las manos tapando su boca se reúnen. La mujer lleva un atuendo rojo y en la descripción se lee que para los wayuu ese color representa fuerza, es resistencia y es una forma de decir “ustedes no nos doblegan”. Después veo otra foto que me llama mi atención, es un joven tocando marimba, el texto que la acompaña dice que es de Tumaco, “territorio rico marcado por la violencia y el olvido del gobierno, donde hay mucha gente que le apuesta a la vida. Entre ellos la familia Tenorio que desde hace 50 años tiene una escuela de danza para brindar a los jóvenes otras opciones de vida”. Aparecen en el momento preciso, despiertan la esperanza después de ver tantas fotos de momentos trágicos. Son como héroes de la vida real, que en medio de la adversidad se levantan para construir país. Que a pesar de todo por lo que han pasado no pierden la esperanza y siguen dando algo por sus comunidades tan sumergidas en la violencia.

Mientras sigo avanzando en la exposición intento analizar a las personas de la forma más discreta posible. En algunos momentos para desconectarme de las imágenes que me deprimen me concentro en las personas que recorren la exposición. La mayoría permanece en silencio y los que hablan lo hacen en voz baja, respetando el silencio del lugar. Algunos con los ojos llenos de lágrimas se detienen por momentos en algunas de las fotografías que llenan las paredes. Otros se ven más indiferentes, percibo como una joven se saca fotos posando frente a una pared llena de imágenes de personas con fotos en mano de seres queridos víctimas de la violencia. Es la actitud opuesta al resto, sonríe y posa como mostrando un paisaje a sus espaldas.
Así llego finalmente a las últimas fotos de la exposición, pienso que como están organizadas las imágenes dejan sembrada la semilla de esperanza. De fotos a blanco y negro que muestran la cruda realidad del conflicto, se comienzan a ver más y más fotos a color, con mensajes alusivos a la paz y en los textos que acompañan las fotografías comienzan a frecuentar mensajes de perdón.

Aunque cuando salgo, salgo triste, me gusta el final alusivo a la paz y resiliencia. Pienso en las fotos que vi de estas personas que en medio del conflicto que viven, se levantan para intentar cambiar la trágica realidad. Personas que muchas veces no nos imaginamos que existan cuando se habla de “conflicto armado”, y sus acciones son tan merecedoras de divulgación como las noticias de atentados que recibimos a diario.

Tal vez sean personas así las que necesite nuestra sociedad. Personas que ante el abandono del estado toman las riendas y se vuelven líderes en medio de las problemáticas que atraviesan sus comunidades. Personas que no han esperado que les llegue la ayuda del estado para actuar e intentar darle un futuro diferente a sus comunidades. Quizás personas así son las que necesitan las comunidades indígenas también, gente que les muestre el valor y la riqueza que tiene en sus manos y lo valioso que es todo esto para solucionar los problemas que tenemos como sociedad.

**Imagen tomada del álbum El testigo. Memorias del conflicto armado colombiano en el lente y la voz de Jesús Abad Colorado de Patrimonio Cultural U.N. https://www.flickr.com/photos/dirculturaun/albums/72157677530182887/with/32582624207/

Diego Mauricio Valencia Figueroa*
Estudiante de Estadística
Universidad Santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) octubre de 2019 No. 12

 

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