Pablo Eduardo Castillo García*
En la actualidad, la complejidad de fenómenos como la globalización, el desarrollo desde occidente y la competitividad individualista, es paradójicamente contrapuesta con la visión simplista y homogénea que dichas manifestaciones sociales representan para el común de la ciudadanía mundial; las dinámicas mercantilistas, clasistas y extractivistas por las que se mantiene el sistema socioeconómico dominante reproducen cada vez más brechas verticales entre sociedades e individuos. En el siguiente texto se pretende analizar los rasgos particulares de la cosmovisión propia de los pueblos indígenas de América Latina, en particular el buen vivir, en relación con aquella por la que apuesta la ideología del progreso occidental, con el objetivo de brindar una reflexión epistemológica que amplié el campo de alternativas en virtud del bienestar horizontal y colectivo.
Hoy en día, en occidente existen diversas posturas políticas y culturales que generan polarización entre los miembros de esta sociedad, las inequidades socioeconómicas son un elemento determinante en la diferenciación de perspectivas entre individuos y comunidades, y el discurso del sistema ideológico-económico logra formar una sensación latente de libertad individual, cuya garantía se basa en el respeto hacia la diversidad como valor esencial para mantener un equilibrio social. No obstante, es ilógico negar la manera en que encontrarse en una civilización interconectada por la estructura monetaria e interdependiente por el mercado global, produce ciertos aspectos homogenizantes que influyen de manera directa a cada uno de sus miembros, entre estos, el concepto de desarrollo.
Es evidente que para el pensamiento hegemónico en occidente, el desarrollo es sinónimo de crecimiento y prosperidad, una idea lineal que parte del deseo común de transitar de un estado de inferioridad hacia uno superior, de uno anterior y primitivo hacia uno posterior y sofisticado. En el plano ideal, esta concepción debería verse reflejada en la realidad social por medio de políticas, economías y pedagogías culturales que lleven a un estado de bienestar para el colectivo, sobrepuesto al individual; sin embargo, no es así. Por ende, mediante un análisis de la cosmovisión indígena del “buen vivir”, en este texto se pretenden identificar los aspectos que se verían impactados y transformados en la lógica occidental de desarrollo según dicho modo de entender la existencia (Alli Káusai). De esta manera, en primera instancia se vislumbrarán los elementos que componen la forma de entender y reproducir el desarrollo en occidente, haciendo énfasis en su real eficiencia con respecto al discurso modernista del que presume; posteriormente, se abordará la concepción del “buen vivir” propia de los pueblos nativos en relación con aquellos aspectos que dilucidan su modo de comprender la existencia en sociedad; y finalmente se plantearán puntos de convergencia entre los saberes gestados al interior de cada civilización.
A través del tiempo, la civilización occidental ha sido distinguida por ser efecto y materialización del pensamiento racional empleado para extender la modernidad de Europa a sus múltiples colonias, actualmente territorios con una fachada de emancipación que encubre la perpetuación de las élites criollas a partir del discurso libertario y a costa de los considerados marginados y excluidos de la sociedad: pueblos nativos, campesinos, artesanos, obreros y -hoy por hoy- el trabajador promedio, han sido históricamente desposeídos de aquello por lo que han bregado; el poseedor privilegiado por su status y poder adquiridos por medio de la violencia, permanentemente cosecha lo que el sujeto del común siembra. Occidente, entendiendo el desarrollo como mera “satisfacción de necesidades y acceso a servicios y bienes” (Viteri, 2002, p.2) y atándolo a sus dinámicas mercantilistas cimentadas en el neoliberalismo y desregulación estatal de la economía, ha sido el cínico causante tanto del crecimiento financiero de la clase poseedora de capital monetario y territorial (especialmente en Latinoamérica) como de las condiciones miserables a las que se tienen que atener quienes no entran en la exclusiva esfera de los favorecidos por la herencia, el capital inmerecido y la corrupción de las naciones.
Así, junto a la perennidad de las brechas económicas, la inmovilidad social y la reducción de la agencia autónoma para resolver problemáticas en las comunidades, el reducido concepto de pobreza material y monetaria producto del individualismo europeo se ve plasmado en las inequitativas realidades sociales “impuestas por el sistema educativo estatal, la ampliación de la frontera colonizadora, la agresiva actividad extractiva de hidrocarburos y de bosque; las migraciones, los procesos de urbanización de las comunidades indígenas” (Viteri, 2002, p.3-4).
Es claro que la sociedad está fragmentada y en una crisis multidimensional que normaliza la violencia en sus más miserables formas. No obstante, en teoría, como consecuencia de la organización política germinada en la cultura latina, existen entidades que promueven la democracia como garante de los derechos vitales y la igualdad de condiciones/oportunidades para la ciudadanía; en teoría, se espera que –sin ser instituciones perfectas- dichos organismos incentiven con propuestas claras y aplicación concreta de las mismas la libertad, equidad y fraternidad entre individuos. Pero, más por arbitrariedad que por infortunio, la realidad no es así. El modo de confrontar todo aquello que se considera un obstáculo para el desarrollo social –mercantil-, en vez de la solidaridad y la responsabilidad mutua, está determinado por la invisibilización, criminalización y penalización del pobre; la marginalidad urbana avanzada (Wacquant, 2006), extendida al campo rural en América Latina, se hace presente en la cotidianidad de las personas a partir del supuesto progreso económico que genera desequilibrio social, la desregulación del mercado y el trabajo como modo de continuación de la jerarquía social mal dada, y la inseguridad social propia de dichas dinámicas. En efecto, la competitividad y la estigmatización territorial (Wacquant, 2006) desembocan en un sistema laboral que evidencia el trabajo como medio de fragmentación social, y los sistemas policiales, penales y carcelarios como infraestructura legal de una dictadura del mercado y, en consecuencia, antidemocrática.
Ahora bien, dada la somera descripción de algunas causas y consecuencias de la idea encarnada de desarrollo en occidente, surge la pregunta de cómo abordar dicha catástrofe a través de una cosmovisión tan aparentemente contrapuesta con el pensamiento contemporáneo como lo es el “buen vivir”, desde lo autóctono del continente americano. Cabe hacer la aclaración del marcado distintivo entre el modo de entender el bienestar derivado del desarrollo y aquel que procede de la visión originaria del Alli Káusai. A diferencia del primero, el bienestar propio de la concepción indígena no radica excluyentemente en la capacidad adquisitiva que posee cada individuo; el conocimiento “en cuanto a capacidad, destreza, identidad y cosmovisión” (Viteri, 2002, p.2) como plataforma para ejercer procesos productivos y resolver problemas de forma autónoma, es la base fundamental del sostenimiento y crecimiento de dichas sociedades, donde la solidaridad y reciprocidad son valores presentados como tipos ideales de la cultura.
De esta manera, la consciencia con que se plantea vivir permite convivir con las demás expresiones de vida horizontalmente, el carácter dialógico e interdependiente de las relaciones entre especies es comprendido de acuerdo la preservación y resguardo de la biodiversidad –expresada también en la naturaleza humana-. De hecho, la noción que dichas comunidades aluden a la pobreza se presenta como “la carencia de productos primordiales de la biodiversidad agrícola sin cuyo sustento resulta inconcebible la seguridad alimentaria” (Viteri, 2002, p.3), cuyo carácter es transitorio y consecuente de un desequilibrio ecosistémico, resultado a su vez de una falla en el uso, prevención y visión por parte de la humanidad.
Ciertamente, en la actualidad espacio-temporal de una sociedad hiperglobalizada es pertinente proponer dinámicas interculturales que permitan generar vínculos representados por un sentimiento pensante en torno al buen vivir de las especies, salvaguardando dicha forma de cohabitar de las lógicas mercantilistas, utilitaristas e individualistas occidentales. La planificación del manejo interdisciplinar del territorio, la disminución procesual –potencialmente radical- de las economías extractivas, la protección legal de las regiones ocupadas por poblaciones autóctonas y pluriétnicas, y una educación multicultural que promueva la diversidad de conocimientos, filosofías y lenguas distintas de las hegemónicas a nivel mundial, son elementos que en acto aportarían al real bienestar de la sociedad.
Referencias
Viteri, G. C. (2002). Visión indígena del desarrollo en la Amazonía. Polis. Revista de la Universidad Bolivariana, año/vol. 1, número 003, Universidad Bolivariana. Santiago, Chile Recuperado de https://ebookcentral.proquest.com/lib/bibliotecaustasp/detail.action?docID=3163843.
Wacquant, L. (2006). Castigar a los parias urbanos. Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología, (2), 59-66. Recuperado de http://www.scielo.org.co/scielo.php?pid=S1900-54072006000100005&script=sci_arttext&tlng=pt
Pablo Eduardo Castillo García*
Estudiante de Sociología
Universidad Santo Tomás
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ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) enero de 2020 No. 13