Un vistazo a una realidad escondida

Angie Yiseth Ortiz Daza*

Fotografía Jesus Abad Colorado**

“Con frecuencia se nos olvida que los campesinos que en las montañas y en las veredas producen nuestros alimentos y conservan los bosques son quienes han puesto sus hijos para todos los ejércitos, han perdido la tierra y perdido la vida y han sido humillados y ofendidos”.
Jesús Abad Colorado

Al despertar escucho la intensa alarma de mi celular, miro la hora y me doy cuenta que son las 6:15 a.m. del sábado, es una mañana fría, esas que acostumbran a ser en el mes de agosto, miro desde la comodidad de mi cama hacia un pequeño espacio entre la cortina y la ventana y me doy cuenta que el sol parece estar escondido entre las nubes grises, quisiera poder seguir disfrutando de la suavidad y calor de mis cobijas pero recordé que había programado mi agenda el día anterior y rápidamente me motivo para salir de la cama, pienso en todos los trabajos que tengo para este fin de semana, aunque al menos hoy haré algo diferente, visitaré la exposición el Testigo de Jesús Abad sobre el conflicto armado en nuestro país, un tema poco mencionado en mi familia.

Luego de levantarme, me pongo lentamente mis pantuflas, tomo una cobija y el celular y abro la puerta con cuidado para no despertar a mis padres, bajo las escaleras intentando ser lo más silenciosa posible, entro al estudio y enseguida me dispongo a continuar redactando la noticia sobre incendios forestales en el ártico que debía enviar en la noche del sábado un informe que por cierto, me genera miedo de conocer nuestro futuro, en ese momento siento cómo mi estómago se queja por la falta de alimento pero quiero esperar a que mi hermano se levante para desayunar juntos. Al cabo de un rato, mis padres se despiden con apuro para irse a sus trabajos, me doy cuenta de que son las 8:00 a.m., hora a la cual, según mi agenda, ya debía empezar a alistarme para salir a las nueve y estar en frente del Claustro de San Agustín a las diez. Ahora me dirijo a la cocina pensando que vamos a desayunar, pongo a calentar el café y a hervir dos huevos, mientras tanto aprovecho el tiempo y lavo algunos platos. Antes de servir, tengo que llamar a mi hermano para que se despierte, pues dos días antes decidí proponerle que me acompañara y accedió amablemente.

— Sebastián, ya está servido. — Le grito mintiéndole
— Ya voy. — Me contesta con voz adormilada

Mientras tanto sirvo el café y los huevos acompañados también con pan y galletas, gracias a mis padres, nunca ha faltado la comida en nuestra mesa, me dirijo hacia el comedor con ambos platos y me doy cuenta de que Sebas aún no ha bajado, así que lo llamo de nuevo. Después de un rato, el primero en bajar es Jack, nuestro perro, lo saludo con ánimo y ternura, luego baja mi hermano con poca energía, generalmente trasnocha leyendo o estudiando Trading, por eso me acostumbre a verlo así en las mañanas. Cuando terminamos de desayunar, nos quedamos un rato pensando en la mejor ruta para irnos a la exposición, concordamos que lo mejor es la ruta J23 del Transmilenio ya que es la más rápida, aunque ambos sabemos en el fondo que usar ese medio de transporte no sería nada cómodo. Me levanto de la silla y le echó un vistazo a la ventana, al parecer hoy no tendría mucha suerte con el clima, enseguida pienso que lo mejor es usar ropa bien abrigada, no quiero tener que soportar otro resfriado. Regreso al comedor, tomo los platos que pueda con ambas manos y me dirijo rápidamente a la cocina, termino de lavar la loza y subo a mi cuarto para alistarme.

A eso de las 9:30 a.m. nos encontramos en Banderas esperando el J23 Las Aguas y tuvimos suerte porque pasó muy rápido el articulado, una de las pocas cosas que rescato de este medio de transporte es que brinda la oportunidad de llegar rápido a lugares lejanos, pero para mí y mi hermano ese transporte es nuestra última opción. Durante el trayecto charlamos un rato sobre cosas varias, pero por momentos nuestra conversación se desvanecía, es como si cada uno se perdiera en sus propios pensamientos, todo transcurre con normalidad mientras llegamos a Museo Nacional; los vendedores, mendigos y problemas de tolerancia vienen incluidos cuando pagas el pasaje.

Al salir de la estación, se siente un cambio total en el ambiente y puede parecer extraño, pero es como si la mente cambiara de chip, pasa de estar a la defensiva ante cualquier amenaza a estar con la disposición de aprender sobre cultura e historia, tal vez eso sea lo que produzca el centro de la ciudad bogotana. Sigo a Sebas por el centro de la ciudad mientras admiro las estructuras de las casas, luego de un rato llegamos a la plaza de Bolívar donde decidimos tomar un descanso para ubicarnos mejor, caminamos sobre varias cuadras de la zona, las cuales son custodiadas por militares ya que junto al claustro se encuentran las casas de la presidencia y vicepresidencia de la república y el batallón infantería de la Guardia presidencial N° 37, hasta que finalmente llegamos al Claustro de San Agustín.

Ambos nos quedamos viendo aquella casa blanca de al parecer 2 pisos con ventanas pequeñas de madera, tejado de ladrillo con algunas plantas creciendo sobre él y una amplia puerta de madera que destacaban su estructura colonial. Justo en ese instante, Sebastián me sorprende diciendo:

— ¡Qué bien, llegamos!, nos rindió, hasta ahora son las 10:15.

Al entrar, observamos una pequeña sala con una cafetería y una recepción, allí vemos y saludamos casi al unisonó a la guardia de seguridad, quien con una sonrisa y siendo muy amable nos da las indicaciones para llegar a las habitaciones donde se encuentra la exposición de Jesús. Pasamos por un corredor, y justo antes de subir por las escaleras ubicadas al costado izquierdo como nos había señalado la carismática guardia, nos congelamos por unos cuantos minutos para observar la estructura del lugar, efectivamente encontramos una acogedora casa de dos pisos y además vemos 2 salas en el primer piso de pared negra y luz amarilla que generan curiosidad en el ambiente, pero decidimos ignorarla y seguir con nuestro objetivo; la exposición del Testigo.

Subimos al segundo piso, mientras yo observo el ambiente que nos rodea y pienso en la historia de aquella casa, es inevitable no sentir intriga por saber cómo vivían las personas en una época anterior a la nuestra, Sebastián al notar mi curiosidad, menciona aquel lugar fue remodelado en el 2008 por la Universidad Nacional de Colombia para adecuar y mejorar la apariencia del Claustro, el cual fue declarado monumento nacional desde 1975, cabe resaltar que la residencia tiene aproximadamente 6 habitaciones o salas en este piso y están alrededor de un pequeño jardín que se encuentra en el centro avivando el lugar, el cual se puede observar desde un amplio balcón con piso de madera y barandas blancas coloquiales acompañadas de unos elegantes arcos blancos. Al entrar en la primera sala, observamos que en el piso están esparcidas las raíces de un árbol el cual es una representación a escala real de uno que reposa en una de las fotografías, esto me lleva a pensar que el escenario es tan solo una antesala para mostrarnos que las imágenes que estaríamos a punto de ver son un reflejo de la historia y crecimiento del pueblo colombiano.

Comenzamos a dar los primeros pasos observando las imágenes detenidamente y comprendiendo el contexto de cada una con ayuda de las leyendas que están alrededor, enseguida me siento nostálgica y culpable por la ignorancia sobre el acontecimiento de tantas familias en el país, siento que no es tan fácil analizar dichas situaciones y mi hermano me va dejando atrás poco a poco.

A medida que voy avanzando en el recorrido encuentro que las fotografías son una ventana que reviven momentos en la historia, tienen la capacidad de transmitir emociones, sentimientos y en algunos casos recuerdos. Me detengo a observar a las personas que me rodean y me doy cuenta de que a la mayoría de nosotros dichas imágenes nos transmiten tristeza y compasión, algunas personas incluso lloran en algunas de las salas de exposición.
Por otro lado, también comienzo a darme cuenta que Jesús Abad tuvo mucho cuidado al elegir en que habitación iban las fotografías y el orden en que se acomodaban, así mismo el color fue una característica de suma importancia pues, al ser las imágenes impresas en escala de grises, la emoción transmitida al público es más nostálgica, generan más tristeza y empatía con las víctimas, mientras que las que están a color invitan a la reflexión de la realidad política del país.
No puedo evitar sentir un nudo en la garganta cada vez que veo imágenes sobre los padres afligidos por las muertes de sus hijos, es un acto de valientes, aquellos que tienen que sepultar a sus propios hijos. Al ver sus miradas de profunda tristeza, enseguida pienso en mis padres y es inevitable que no se me agüen los ojos y si en verdad existe el alma, no soportaría presenciar como sufren los seres que más amo por culpa de mi muerte.

Hace poco había visto la entrevista en la que Cristina Zuleta hablaba sobre Hidroituango, en ese vídeo ella da a conocer su perspectiva y experiencia de vida. También, gracias a ella se puede entender el sufrimiento de aquellas familias que no tenían opción: o se iban para que la empresa pudiera hacer las respectivas construcciones o bien los iban desapareciendo sin que nadie en otra parte del país se enterara con claro está, la colaboración política corrupta de por medio. Por esta razón, concorde voy a avanzando en el recorrido, voy buscando relaciones que me ayuden no solamente a entender sino también a conocer de forma visual aquellos lánguidos momentos de desplazamiento forzado, desapariciones sin rastro, asesinato y opresión por los que tuvieron que atravesar esas familias.

Me detengo tenuemente en una fotografía que a mi parece recoge los momentos más difíciles por los que puede pasar una familia, un desplazamiento forzado que los obliga a abandonar todo lo que con mucho esfuerzo lograron conseguir, situaciones que pondrían a cualquiera a pensar sobre el significado de su existencia y su razón de vivir. Aquella imagen me impacta de tal forma, que siento como si fuera una observadora omnisciente justo en ese momento, como si me teletransportara a esa situación y sintiera en carne propia la desdicha de estar en el lugar equivocado y en el momento equivocado, también de ser una víctima directa de una guerra en la que no he levantado siquiera la primera piedra.

Me entristece pensar qué será la vida de Karina, luego de que sus padres hayan tenido que huir, en qué tipo de ambiente crecerá si sus padres van a tener que vivir seguramente en una zona de tolerancia en una ciudad desconocida, lo más seguro es que ella no pueda disfrutar su infancia y se vea obligada a madurar de forma prematura para así poder resistir una vida difícil.

Es injusto que aquellos campesinos que son los que más se esfuerzan y trabajan duro, sean los mismos quienes tengan que pagar los platos rotos entre un gobierno y los grupos armados ilegales, estos últimos cegados por la codicia del dinero y del poder. Mientras me encontraba detallando aquella imagen, no pude evitar escuchar una conversación entre dos hombres de aproximadamente 50 años, quienes también la estaban observando entre tanto recordaban momentos lúgubres del pueblo donde vivieron su infancia, dicho pueblo es San Carlos, ubicado en el oriente antioqueño, según un informe realizado por el Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia este lugar ha sido uno de los más afectados por el conflicto armado colombiano desde la década de los 80 aproximadamente, esto porque no solo posee una riqueza de recursos naturales impresionante, razón por la que es apetecido para la construcción de mega proyectos como hidroeléctricas, las cuales generan desplazamiento (como lo fue el caso de Hidroituango) y afectaciones ambientales, sino también la constante lucha por el territorio entre las FARC, el ELN, las Autodefensas del Magdalena Medio y el MAS (Muerte a Secuestradores), gracias a esto el municipio estuvo a punto de quedarse en la memoria de quienes habitaron allí y las cifras lo corroboran: 76 víctimas por minas antipersonales –la más alta del país–, 33 masacres en un periodo de diez años, 30 de las 74 veredas del municipio fueron abandonadas en su totalidad y más de veinte de manera parcial, cerca de 5 mil atentados a la infraestructura, asesinatos selectivos de líderes cívicos, 156 desapariciones forzadas, violencia sexual contra las mujeres, tomas al pueblo, extorsión y cuatro periodos de grandes desplazamientos. Luego de que ellos mencionaran lo duro que fue dejar su pueblo por los constantes ataques de los grupos armados, note que ambos se quedaron en silencio y uno de ellos con lágrimas en los ojos, dijo:

— Hombre, de verdad que es muy difícil intentar acordarme de cosas buenas de cuando fui niño, ver a toda esa gente huyendo de sus veredas y presenciar muertes todos los días, no es algo que un niño normal debería vivir
El hombre que lo acompañaba, con la intención de animarlo le dijo:
— Acuérdese hermano que desde el 2002 mucha de la gente que se había ido para Medellín a estado regresando, si no estoy mal, fueron 32 caravanas llenas las que vi en las noticias, incluso yo fui el año pasado a visitar a mi comadre y fue como ver un pueblo nuevo, resurgido de entre las cenizas de la guerra.

Incluso en el año 2011, la comunidad junto con la Alcaldía fue premiada con el Premio Nacional de Paz demostrando el amor que tenían los Sancarlinos para volver a su tierra.

A pesar de todo por lo que pasaron los habitantes de San Carlos, es reconfortante saber cómo ha ido creciendo de nuevo el pueblo con la esperanza de que se acabe la violencia.

Cada vez que salgo de una de las salas de exposición, Sebas me espera afuera para continuar con las demás, ya son las 11:00 a.m. y vemos que cada vez siguen llegando más y más personas, al cabo de un rato terminamos de ver todas las fotografías, salimos de la última sala y nos quedamos observando aquella mañana fría bogotana desde el balcón del Claustro de San Agustín, observo que el jardín está un poco descuidado y lo prefiero así, es lindo encontrar la belleza del desorden que brinda la naturaleza. Aún tengo las imágenes grabadas en mi cabeza y estoy melancólica por todo lo que observe, miro a mi hermano fijamente, parece que ni se inmutara por lo que vio, pero yo que lo conozco bien, encuentro pequeños detalles en su expresión que me demuestran que esas imágenes también le llegaron al corazón, pero ninguno de los dos decide entrar en detalles.

Al despedirnos de la amable guardia de seguridad a eso de las 11:30 p.m., decidimos caminar nuevamente hasta la estación de Museo del Oro y regresar a nuestra casa. Durante el recorrido pienso en lo afortunados que somos aquellos que hemos nacido en una ciudad, bajo un techo que a comparación con la violencia rural es sumamente seguro. Almorzamos juntos y de nuevo me envuelvo en mis trabajos.

Antes de irme a dormir pienso en la historia del pueblo San Carlos, pienso en la gente, los animales e incluso en la belleza natural del municipio y siento tranquilidad por la nueva ola de paz que está viviendo de nuevo la comunidad. De nuevo siento la suavidad y calor de mis cobijas, esas mismas sensaciones con las que me desperté y caigo dormida casi inmediatamente.

Angie Yiseth Ortiz Daza*
Estudiante de Ingeniería Ambiental
Universidad Santo Tomás

Misael huye con su nevera al hombro tras la muerte de 17 campesinos a manos de las FARC.
Va con su hija Karina y sus vecinos, y solo son noticia un día.
A Misael lo vi sacar los cerdos, que lloraban, la ropa y las gallinas.
Jesús Abad Colorado**

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y
no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) enero de 2020 No. 13

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