Un mundo hecho de memes

David Ríos*

Afuera está oscuro, es domingo y una nueva cuarenta comienza en mi barrio al norte de Bogotá. Las noticias del país y el mundo, como siempre, no son nada buenas, los medios titulan con su habitual y despreciable amarillismo: Masacre en Cali, Crisis económica mundial, Terrible pandemia azota el globo, Devastadora explosión en Beirut; las imágenes y las palabras pasan unas tras otras mientras deslizo el dedo por la pantalla del celular, justo antes de que mi masoquismo me lleve a la rutina de Twitter: ávido de indignación leo los comentarios y trinos de algunos conocidos y de miles de extraños, todos se insultan, todos se agreden, nadie escucha; es imposible no sentir algo de desazón al ver como la democracia ha sido tergiversada, exagerada, caricaturizada y convertida en un lánguido foro en el que cualquier persona borracha de opiniones habla y pontifica desde el púlpito de su ignorancia acerca de cualquier tema, cualquier persona, cualquier destino, sin el más mínimo pudor. Como niños con megáfono gritamos cuanto pensamiento se nos cruza por la cabeza, sin detenernos ni un segundo a reflexionar acerca de nuestras palabras. Es normal, en el siglo XXI, el yo lo es todo: mis derechos, mi voz, mi voto, mi comodidad, mi forma de ver el mundo, eso es lo único que nos importa, y mientras tanto, abrumados por el tsunami de información que día a día consumimos, olvidamos que todo aquello que vemos a través de las pantallas, aun cuando ha sido desfigurado por los intereses de quien lo publica, es real para alguien en algún lugar del mundo, y así, la miseria, la muerte y la desgracia se convierten en memes que nos sirven para comentar, compartir, bromear y olvidar en un segundo, quizás porque en el fondo lo único que nos importa es pertenecer a cualquier cosa que nos dé el más mínimo sentimiento de transcendencia. Es así que entre todos buscamos batallas que nos hagan sentir vivos, alzamos nuestras voces contra las injusticias del mundo, llenos de valor publicamos recuadros negros en Instagram, contradecimos a los malvados en Twitter y Facebook, denunciamos crímenes y mostramos nuestro lado más humano al compadecernos por la tragedia de moda, y todo pasa en un segundo, todo se acaba antes de comenzar, porque la verdad es que nada nos importa, y aquello que pensamos y juzgamos trascendental, lo tratamos como un mero producto de entretenimiento; hemos convertido al mundo entero en un gran tabloide, jugamos a querer cambiar el orden y el sistema, pero la verdad es que solo estamos interesados en desfogar nuestros más oscuros resentimientos, sobre cualquiera que piense diferente, vociferando orgullosos: soy consecuente con mi ideología, como si tener una ideología fuera motivo de orgullo, como si seguir un dogma significara ser poseedor de una inteligencia superior. Y mientras tanto volvemos a las más oscura de las ignorancias, porque siendo sinceros, a nadie le importa lo que ocurre, solo queremos ser vistos, queremos que nos reconozcan, que nos etiqueten, que nos aprueben, y como profetas vivimos buscando seguidores, aun cuando en nuestro caso rara vez tenemos algo importante que ofrecerles. La superficialidad es el credo de nuestro tiempo; la estupidez, nuestra consigna, y hoy después de cincuenta siglos de historia, y en medio de la vorágine de información más grande a la que hemos estado expuestos, aún hay hombres y mujeres que creen que la tierra es plana, que las vacunas son inservibles y perjudiciales, y ciertos políticos, inocentes. Vivimos tiempos extraños y desesperanzados, sin embargo sonreímos en los selfies, compartimos gotas de sabiduría budista en nuestros muros, citamos grandes autores que nunca hemos leído, exaltamos hechos y opiniones de los que poco o nada conocemos, buscando y repitiendo cualquier cosa que nos haga sentir vivos: #Blacklivesmatter, #PrayforAmazonas, #metoo, #Elvioladorerestú. Cada mañana hay un nuevo culpable, un nuevo caso en el cual hacer de jueces y de víctimas para poder irnos a dormir con la conciencia tranquila y repetirnos antes de cerrar los ojos: yo soy de los buenos, yo reciclo, yo nunca sería capaz de…

David Ríos*
Autor y compositor

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y
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ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) julio de 2020 No. 15

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