Una enfermedad mortal

Valeria Díaz Fernández*

Era un día como cualquier otro, nublado con intenciones de llover; me desperté como de costumbre a las 5 de la mañana me bañé, me arreglé, desayuné y me dirigí al colegio. Estaba cursando el grado séptimo y estaba en la quinta hora cuando llegó un profesor a decirme que habían venido a recogerme; sinceramente no tenía ni idea de qué era lo que estaba pasando, pues normalmente cuando me recogían antes de la hora de salida era o porque estaba enferma o porque tenía cita médica y yo sabía perfectamente que no tenía cita médica ni nada por ese estilo, pero de igual manera salí.

Recuerdo perfectamente que mi mamá se encontraba vestida con una chaqueta de cuero y un jean azul claro y se le veía muy triste, cosa que se me hacía extremadamente raro pues mi mamá siempre irradiaba felicidad; pero en ese momento exacto se le veía demasiado decaída, estaba pálida y se veía que no había querido comer nada en todo el día. Le pregunté qué le pasaba, pero me dijo que cuando llegáramos a la casa me lo contaría todo que ese no era el momento.

Mientras íbamos para la casa de mi abuelita paterna me surgían recuerdos de cuando era pequeña, recordé todas las veces que salía con mi mamá a visitar a mi abuelita materna después del colegio, lo recuerdo tanto, pues siempre que iba a su casa me recibía con crema de cebolla y sinceramente son muy pocas las cremas o sopas que me gustan, pero esa en específico me encantaba y no he logrado probar una igual y creo que jamás lo haré; recuerdo que detestaba cambiarme, pero ella me decía que apenas me cambiara nos íbamos al parque, dejaría que me montara en el inflable y me gastaría un helado y pues como resistirse a eso. Todo esto fue sumamente raro ya que fueron recuerdos espontáneos, supuse que sería porque hace como un mes que no la veía, entonces decidí dejarlo pasar.

Al llegar, toda mi familia se encontraba reunida en la sala y se veían sumamente afligidos, cosa que me resultaba extraña, me senté junto a ellos y recuerdo que dijeron que la noticia que estaba a punto de oír no iba a ser fácil para mí, y hubiera deseado cualquier cosa menos lo que tenían que decirme.

Me dijeron que mi abuelita se encontraba enferma, que tenía cáncer, en ese preciso momento me rompí por dentro, esa mujer era como mi mayor soporte, era la persona más importante en el mundo para mí, siempre estaba dispuesta para mí y era la única persona a la que podía contarle todo, así que esa noticia me acabó completamente.

Tenía tantas preguntas, pero la esencial era si en ese momento se encontraba bien, pero lo que dijeron no se acercaba en nada a lo que quería escuchar, dijeron que de lo avanzado que encontraron el cáncer decidieron dejarla hospitalizada. Cada cosa que me decían me acababa cada vez más. Al día siguiente fuimos al hospital a visitarla, ella se veía tan bien que nadie pensaría que tendría esa horrible enfermedad. A lo largo de los días la acompañaba a sus sesiones de quimioterapia, la acompañaba a lo que más pudiera, pues me sentía tan culpable de no haberla ido a visitarla y que en ese momento la estuviera perdiendo. A medida que pasaba el tratamiento ella iba perdiendo el cabello, había momentos en los que se mostraba muy fuerte y otros en los que realmente estaba muy débil, sinceramente en el día me mostraba muy feliz y trataba de pasarla muy bien con ella, pero en la noche me sentía extremadamente mal, normalmente lloraba y escuchaba a mi mamá llorar en el cuarto de al lado.

Al pasar los meses mi abuelita fue empeorando y la quimioterapia no estaba dando fruto, por un tiempo se vio que estaba mejorando y que quizás la radiación estaba funcionando; pero un día nos encontrábamos en el hospital con ella acompañándola, cuando de repente empezó a convulsionar, rápidamente llamamos al doctor y nos sacaron del cuarto, nos dijeron que mi abuelita había sufrido un derrame y que lo más probable era que al despertar sus habilidades básicas, como el habla, podrían estar afectadas.

Al despertar esperábamos con fe que no fuera a pasar lo que nos dijo el doctor, pero nos dimos cuenta que efectivamente mi abuelita no podía hablar y seguido de esto vimos que no podía comer bien, esto la frustraba mucho pues a ella no le gustaba depender de nadie.

Empezamos a ir a terapias de habla para que mejorara, pero como no podía comer bien empezó a deteriorarse y a sentirse cada vez más mal. Y el 26 de agosto de 2016 se encontraba en su casa y se desmayó, mi tío llamó a los paramédicos, pero para cuando ellos llegaron ella ya había fallecido.

Yo llegaba del colegio a la casa de mi abuela paterna, me sirvieron el almuerzo y sabía que algo pasaba, pero nadie quería decírmelo, hasta que llegó mi prima a decirme que lo sentía mucho, yo no entendía por qué y todos la miraban como diciéndole que yo no sabía. Ella se fue apenada y sin decirme nada; empecé a insistir y me dijeron que mi abuelita había tenido una recaída y se encontraba en el hospital. Realmente no me lo creí del todo pues mi prima no me hubiera dicho eso; seguí insistiendo hasta que me dijeron que mi abuelita había fallecido, realmente me sentía devastada y completamente vacía, no comí nada y estuve todo el día en un estado de shock, ese día se murió algo en mí.

Al día siguiente fue el velorio y no me quise acercar en todo el velorio al ataúd, pero me dijeron que ahí podía despedirme, cuando fui no pude del dolor y lloré demasiado, no podía dejar de llorar, estuve por meses tan mal que no me relacionaba con nadie, no comía, simplemente estaba sin estar, pasaron los meses y decidieron contratar un psicólogo pues estaba muy mal.

El psicólogo me ayudó bastante y al día de hoy me sigue doliendo recordarla; la extraño demasiado y siempre que vamos al cementerio a visitarla me es imposible no llorar, aunque me gusta ir mucho a verla pues cuando me quedo sola con ella le cuento todo sobre mi vida y le digo lo mucho que la extraño. Esa mujer era mi todo y sé que pronto volveremos a encontrarnos y cuando nos volvamos a encontrar no soltaré su mano nunca más. Pero mientras eso sucede seré una mujer exitosa, tendré mi familia y triunfaré tal como ella lo quería.

Valeria Díaz Fernández*
Estudiante de Ingeniería Ambiental
Universidad Santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y
no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) julio de 2021 No. 19

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