Sin límites

Blenda Victoria Ibarra Benítez*

Aún cuando te han anunciado la muerte, tan solo con unos segundos de haber nacido y llegado a este mundo, las fortalezas y ganas de vivir, sin tener noción de ello, pueden superar cualquier adversidad.

Al llegar a este mundo nos enfrentamos a múltiples situaciones y adversidades que nos van formando como personas, algunas de ellas se enfrentan, e incluso desde una temprana edad, y otras situaciones son vivenciadas cuando hemos llegado a la vida adulta. Un gran ejemplo es esa lucha por vivir, desde el primer momento en que corremos una maratón con otros seres diminutos, que al igual que uno quieren llegar a ese primer refugio; que nos cuidará, alimentará, formará y nos verá crecer durante nueve meses. Durante esos nueve meses, dentro de ese refugio pequeño y cálido, nos cuida el ser más amado que tenemos en nuestras vidas y al salir de él, debemos de luchar por nuestra propia cuenta, para poder tomar ese primer aire que nos ayudará a vivir y soltar ese llanto fugaz que significa vida. Algunas personas apenas nacen no logran recibir ese respiro y llanto, este es el caso de Zaid.

Zaid es un niño que quiso salir de su refugio antes de la fecha programada; nació en Bogotá el siete de febrero del 2005 ¡a los siete meses! era un niño frágil, pero grande a su vez, él a comparación de otras personas no recibió ese oxígeno durante valiosos e importantes minutos de su corta existencia, esto debido a la ineficiencia médica, quienes hicieron padecer a la madre durante 14 eternas y dolorosas horas al no realizarle una cesárea, generando múltiples complicaciones en el momento del parto y dándole un rumbo diferente al destino de este niño.

El nació sin signos vitales, ocasionando que no le llegara el suficiente oxígeno a su pequeña cabeza; pero luego de ese lapso, su corazón empezó a dar pequeños latidos dando señal de vida. Sin embargo, por su delicada situación tuvo que permanecer en ese lugar que lo vio nacer durante dos meses. Su recuperación tuvo una evolución muy rápida, seguramente porque ya presentía que iba a llegar a un hogar que le daría amor para verlo crecer.

La llegada de él fue muy emotiva para la familia, pues era esperado con mucho amor. En ese entonces yo era tan solo una niña que vio la cara de ese bebé con un rostro angelical de tonalidad blanca, su cabello como el de la noche, oscuro y a la vez brillante, sus ojos dos estrellas que alumbran e inspiran amor y fortaleza, acompañados por unas pestañas largas y onduladas. La familia lo rodeó de amor, cariño y cuidados y así fueron pasando los días y meses amando y queriendo más a este pequeño niño.

Al cumplir los seis meses de haber llegado a este mundo, la familia se encontraba reunida en la alcoba del bebé, él estaba acostado en su pequeña cuna ya bañado y con un aroma que apaciguaba el lugar. De pronto uno de los presentes notó unos movimientos involuntarios en sus brazos, la familia pensó que eran pequeños reflejos. Pero al pasar tan solo unos días, se dieron cuenta que esos movimientos eran continuos e involuntarios; tal situación invadió a la familia de angustia y esa misma tarde la mamá y la tía se dirigieron al hospital para conocer con certeza qué era lo que estaba sucediendo. Pasaron allí dos meses de angustiosos exámenes neurológicos y aún no se sabía qué era lo que estaba sucediendo. Tres meses después de haber visto esos movimientos involuntarios, Zaid acababa de cumplir sus nueve meses, en el cual recibieron la dolorosa noticia de que no iba a crecer, ni a desarrollarse como los demás niños, tanto física como psicológicamente. En ese momento la familia quedó en un mar de lágrimas y en un silencio que inundaba la sala de la casa.

Los médicos le comentaron a la familia que Zaid no iba durar mucho, que nació con complicaciones que hacían que su pequeña cabeza tuviera innumerables chispas que se conectaban de manera desorganizada y resultaban en convulsiones, y que en cualquier momento se podía ir, de igual manera informaron que al ser un niño diferente a los demás, él no iba a poder caminar, hablar, manejar esfínteres, e incluso realizar algún gesto voluntario en su rostro.
Llegó el año y Zaid aún no podía sostenerse de manera voluntaria. Pero pudo más la voluntad, el amor, la perseverancia y la fe de una familia por ver a Zaid sano, el niño logró dejar de estar acostado en una cama a los tres años de edad y poderse trasladar en cuatro apoyos; fue un momento muy emotivo y de significativos avances, dio sus primeros pasos al año siguiente. Son momentos que inundaron a la familia de alegría y fortalezas ya que cada paso era un motivo de esperanza y una razón más para saber las ganas que tenía por vivir este pequeño niño.

Con el pasar de los años Zaid ha tenido que convivir con fuertes chispas eléctricas que recorrían su cuerpo de los pies a la cabeza y lo agotaban tanto física como mentalmente. De pequeño no tenía la noción ni la conciencia para saber qué era lo que estaba pasando dentro de ese pequeño cuerpo, pero su mirada perdida y su cuerpo rígido hablaban por sí solos. A los cinco años de edad, su cuerpo comenzó a cambiar físicamente, su mano derecha comenzó a perder movilidad y fuerza, de igual manera su pie derecho; debido a esto, sus pasos comenzaron a tornarse diferentes, reflejando cierto grado de dificultad ya que caminaba con uno de sus pies en punta. Debido a su singular y delicada mano derecha la familia la nombró “la arañita” que hoy en día es llamada así, con mucho cariño.

Al ir creciendo, era más consciente de lo que le sucedía en su cuerpo cuando esas chispas lo recorrían. Debido a que emanaba dolor y angustia en su rostro, sus ojos decían que no lo dejáramos solos y de vez en cuando caían en su rostro pequeñas lágrimas de sufrimiento y con sus delicadas manos se aferraba como si le estuviera pidiendo a un Dios que ¡no más! para que de una vez por todas, pasara ese episodio, que sin avisar cuándo y en dónde volvían esporádica y repentinamente.

Con ayuda de diversos medicamentos se lograron apaciguar esos choques y la familia le ha tratado de dar una vida de calidad y de mucho amor; así duraron unos cuantos años de tranquilidad y de normalidad ante esta enfermedad. Sin embargo, en el año 2017, esas chispas eléctricas se pronunciaron en su cuerpo de una forma más repetitiva e intensa, incluso en tan solo un día podría tener hasta seis de esos tortuosos momentos. En uno de esos tantos episodios nos encontrábamos en el comedor todos reunidos viendo algún programa de tv, cuando un familiar se quedó observando a Zaid detenidamente debido a que no se movía, su mirada estaba perdida y su cuerpo como una frágil pluma. De inmediato lo llevaron de urgencias y el doctor, al compartir el diagnóstico, aseveró que Zaid había sufrido de un coma epiléptico y por tal razón se debía realizar una cirugía de alto riesgo en los dos siguientes meses para poder eliminar lo que tanto le estaba causando daño.

Al pasar esos dos meses antes de la operación, Zaid se encontraba en la casa, riendo, caminando con su pie derecho en puntitas ¡pero caminando! como si lo que le hubiera pasado hubiese sido una gran pesadilla. El día antes de la operación le mandaron a cortar el cabello, hasta poderle ver esa cabecita redonda y blanca con totalidad; él pensaba que se iba a ir una fiesta de disfraces, por ende, al día siguiente lo levantaron temprano y le pusieron su disfraz de Hulk, sin tener la menor noción que iba rumbo al hospital, para extraerle la mitad de su cerebro afectado. La cirugía duró diez horas, diez horas de angustia, llanto, momentos de silencio eternos y de miedos, pero a la vez con una fe que emanaba en el corazón de cada uno de los familiares.

Al salir de la operación se encontraba estable, le agradecimos a Dios por no llevarlo al otro plano existencial. Al verlo por primera vez en el cuarto de la habitación de aquel hospital sus ojitos estaban cerrados y se veían más grandes de lo normal, de su rostro se vislumbraban pequeños tics y al ver su cabecita había dos líneas que la dividían en dos, evidenciando la lucha de este pequeño. Pasaron meses en donde la mamá, el papá, las tías, la abuela y las primas iban a quedarse en el hospital días y noches para que nunca estuviese solo. Así pasaron 4 meses donde poco a poco iba abriendo sus ojos, su rostro volvía a sonreír, demostrando el amor y lo aferrado que estaba a esta vida.

Zaid, un niño a quien los doctores no daban expectativas de vida y hoy en día tiene 16 años, se esfumaron esos fuertes movimientos que emanaban de su cuerpo y lo hacían padecer dolor, es un niño que ríe, llora, siente y ama. Por la operación se le debilitaron sus dos piernas, por ende, no puede caminar como lo solía hacer antes. Pero está en terapias con profesionales y en constantes actividades con la autora de este escrito, con la esperanza de que algún día este niño vuelva a dar sus primeros pasos por segunda vez en su vida.

Zaid le ha demostrado a esta familia que no importa cuántas veces te caigas, ni que tan incapaz te vean, aprende a apreciar la vida y a vivirla, porque no sabemos cuándo será nuestro momento, y da pequeños pasos sin importar que tan largos sean, ese será el inicio de largos caminos.

Blenda Victoria Ibarra Benítez*
Estudiante de Cultura Física, Deporte y Recreación
Universidad Santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y
no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) julio de 2021 No. 19

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