Yeritza Lorena Villamil Hernández*
Una tarde de domingo, recibí por parte de un amigo un mensaje por medio de un video, el mejor regalo que alguna vez él había recibido y que decidió compartir conmigo. Al momento de que él me escribió, puesto que estaba hablando con él por mensaje de texto, él me envío el recado donde se encontraba dicho regalo; y me dijo que le prestara mucha atención para que yo también pudiera tenerlo (el regalo). Al ver el mensaje, me topé con una pregunta que cautivó en gran manera mi atención en ese momento: ¿cómo puedes tener paz con Dios? Al leer esta pregunta, la primera reacción que tuve fue como ¿qué? ¿Por qué mi amigo quería que yo escuchara esto? Sin embargo, mi curiosidad me llevó a saber cómo tener esa paz con Dios, porque según yo, ya tenía dicha paz de la que se hablaba allí, o bueno, eso creía.
A medida que el mensaje seguía transcurriendo, me di cuenta de que esto verdaderamente no era así; puesto que como se me narraba allí, según Romanos 3:10 “Como está escrito: No hay justo ni aun uno;” lo que significa que todos hemos roto la ley de Dios, es decir que todos hemos pecado, y este pecado hace imposible que estemos en paz con Él.
Asombrada en verdad por lo que acababa de escuchar, sobre todo porque nadie nunca se atreve a decirte que eres malo aunque lo seas, entendí que de verdad no tenía esa paz con Dios, porque yo sabía que tenía pecado (como decir malas palabras, sentir rencor por las personas que me han hecho mal o envidia por los triunfos, logros de alguien más, ser rebelde a mi mamá, ser orgullosa); y en ese momento, me dispuse a escuchar lo que me decía la biblia en cuanto a cómo tener verdaderamente esa paz con Dios. Sin embargo, primero debía entender esas otras dos consecuencias que el pecado conllevaba.
Allí, por medio de Romanos 3:23, que dice que “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,” se me explicaba que el pecado también nos apartaba de Dios. Destitución significa separación, y eso fue lo que hizo el pecado entre nosotros y Dios, nos separó de él por una eternidad. Cuando oí esto, me deprimí mucho aunque en cierta forma podía entenderlo, porque es evidente en el mundo en que vivimos hoy en día, que Dios no está presente en ningún lado; tanta violencia, maldad reflejan claramente nuestra separación de Él. Adicionalmente se me mostraba que el pecado también acarreaba otra consecuencia (y ésta para mí es la peor de todas). Esta se puede evidenciar en Romanos 6:23 en la primera parte del versículo, que dice “porque la paga del pecado es muerte”, lo que significa que el precio a pagar por ese pecado que es la muerte, y no se refiere a la muerte física que todos vamos a tener algún día, sino hace referencia a una muerte espiritual, lo que quiere decir que es una muerte eterna separados de la presencia de Dios. Y aunque podamos pagarlo (el pecado), esto implica que nunca vamos a estar cerca de Dios. Esto de verdad movió mi corazón a reconciliarme con Él, porque yo no quería vivir apartada de él, y mucho menos durante toda una eternidad.
Hasta esta parte, yo sólo veía malas y ¡muy malas! noticias, lo que me llevó a sentirme muy triste por entender lo que me esperaba a causa de mi pecado. Sin embargo, en ese justo momento, algo alivió ese sentimiento. La biblia habla de una buena noticia que solucionaba el problema de nuestro pecado y nos daba la posibilidad de reconciliarnos con Dios.
Emocionada y algo curiosa por conocer esta buena noticia, se me habló de algo llamado el evangelio, palabra que ya había escuchado pero que no entendía bien lo que significaba. Esta palabra traduce en la biblia las buenas nuevas. En la carta de Romanos 5:8 dice “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.”. Cristo es esas buenas nuevas, puesto que como Dios nos amó tanto, manifestó su gran amor para con el mundo, aun cuando éramos pecadores, que envió a Cristo a morir en una cruz para pagar nuestros pecados, ser sepultado, pero de manera sobrenatural resucitar al tercer día venciendo la muerte para salvarnos y concedernos el inmenso regalo de la vida eterna juntamente con Dios. Y esto se puede leer en la última parte del versículo de Romanos 6:23 “mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” Dádiva significa regalo, y el regalo por parte de Dios es vida eterna por medio de la obra redentora de su Hijo Jesucristo.
Esto en ese momento sobrepasó mi lógica, pero me hacía ver y entender de verdad ese Gran Amor que se hablaba en la biblia que Dios nos tenía, porque precisamente aun sin merecerlo, Él entregó a su Hijo justo a una muerte injusta para concedernos la salvación y estar junto a Él como en un principio.
Llegada a este punto entendí que hay tres cosas que se podían hacer con esa “dádiva” o regalo del que Dios me acababa de enseñar; Lo primero es rechazarlo ofendidos, pero esto implica el seguir estando separados de Dios y condenándonos. Lo segundo es tratar de pagar dicho regalo, pero como se me explicaba allí, un regalo no se paga porque ya no sería un regalo; y es por eso que no por obras (como dar dinero a la beneficencia, concederle hogar a alguien necesitado etc.) podemos comprar la vida eterna. No significa que hacerlas esté mal, simplemente que estas obras no nos conceden la salvación ni la vida eterna, ya que estas se obtienen por creer en la obra que hizo Jesús. Y lo tercero que podemos hacer con ese regalo es recibirlo agradecidos; esto es en otras palabras, aceptar la salvación que tendríamos en Cristo Jesús. Aquí me impacté aún más de lo que ya estaba, porque por tradición siempre se me había enseñado que bastaba solamente con ser buena persona para ganarse el cielo; y pues entendiendo ahora según lo que me decía la biblia, esto no es así porque se trata de una cuestión de fe.
En esta parte del mensaje se me compartió un último versículo para entender lo importante que yo era para Jesús, y como él de verdad deseaba convertirse en mi salvador para librarme de esa condenación y concederme la vida eterna. El versículo era Apocalipsis 3:20, que dice “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. Cuando leí esto de que Jesús llamaba a la puerta, yo no entendí muy bien estas palabras y a lo que se referían. Sin embargo, allí se me explicaba que la puerta a la que está tocando Jesús hace referencia a la puerta de mi corazón y que él la toca con el propósito de que yo le deje entrar a mi corazón y lo acepte como mi Señor y Salvador.
En este punto, yo deseaba abrirle la puerta de mi corazón y hacerlo el Señor y Salvador de mi vida, pero pasaba algo, y es que no sabía cómo hacerlo. Entonces en ese momento surgió otra pregunta, la cual tenía relación con la incógnita que yo tenía. Esta era… ¿Quieres recibir el regalo de la vida eterna por aceptar a Jesús como tu salvador? Cuando escuché esa pregunta, reafirme mi sentir de abrirle las puertas de mi corazón para recibir ese regalo y tener esa paz con Dios por medio de Jesús.
Por último, se me mostró cómo por medio de la biblia podía recibir a Jesús como salvador personal para tener el regalo de la vida eterna y reconciliarme con Dios. Según Romanos 10:9-10 dice “que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.” Y esto significaba que debía confesar con mi boca que Jesús es el Señor y que Dios le levantó de los muertos venciendo la muerte. Pero esto no sólo implicaba decírselo a Dios, sino también creerlo en mi corazón para que se me contara como justicia y fuera salva delante de Él. Todo esto lo debía hacer por medio de una oración, porque por nuestra fe manifestamos en Jesucristo el oír y abrir nuestro corazón; y manifestamos nuestro deseo de recibir la dádiva (regalo) de Dios.
Finalmente, hice lo que Dios me decía, si tenía solo que hablar con él, de corazón aceptando lo que Cristo hizo por mí como la biblia lo decía, yo quería hacerlo de todo corazón. Aquel día le dije estas palabras:
Dios Todopoderoso, reconozco que soy un pecador perdido y que no puedo hacer nada para salvarme por mis propios medios. Te pido que me perdones por mi maldad. Creo con todo mi corazón que Jesucristo murió en la cruz, derramando su sangre para pagar por mis pecados y que resucitó al tercer día demostrando ser Dios. El día de hoy, te abro la puerta de mi corazón, te recibo como mi Señor y Salvador personal. Dame entendimiento para seguirte, que cada día aumentes mi fe y transformes mi vida. Te lo pido en el nombre de Jesucristo. Amén.
Después de haber realizado esta oración, yo me sentí muy tranquila y feliz al saber que me acababa de reconciliar con Dios y que ahora iba a estar a su lado para siempre. Esta felicidad aumentó aun más, al compartírseme un último versículo que reconfirmaba que si había hecho esta oración de forma sincera y le había pedido Jesucristo que entrara a mi vida, tenía garantizada esa en paz con Dios.
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” Romanos 5:1
Yeritza Lorena Villamil Hernández*
Estudiante de Cultura Física
Universidad Santo Tomás