Juan Felipe Olarte Serrano*
La violencia sexual, definida como cualquier acto sexual violento efectuado sin el consentimiento de la víctima, ha sido una mancha en la historia de Colombia. En el marco del conflicto armado se han cometido millones de casos de violencia sexual de los cuales, no se tenía información, eran invisibles para nosotros, sin embargo, con la búsqueda de la paz y la llegada de la Comisión de la Verdad fue una ventana hacia la realidad en la que muchas personas han vivido y viven actualmente. Al conocer algunas historias y analizarlas, podremos dar un punto de vista crítico ante esta situación y hacer frente ante cualquier atrocidad que atente en contra de la dignidad humana.
El conflicto armado ha llevado a muchos a perder su humanidad y cometer miles de actos atroces en contra de poblaciones vulnerables, las mujeres, como blanco principal de esta problemática, serán el punto de partida para analizar la realidad en la que vivimos, conocer casos de mujeres que sobrevivieron a esta barbarie nos dará lentes para empezar a analizar esta problemática, sin embargo al investigar la violencia sexual en la historia del conflicto armado, nos damos cuenta que los hombres también han sido afectados por esta situación, encontramos hombres que nunca se atrevieron a contar sus experiencias pues, en medio de un país machista, fueron obligados a callar para mantener la “poca dignidad” que les quedaba, porque el hombre en Colombia siempre puede ser el agresor, pero nunca el agredido.
La población LGBTIQ+ también ha sido atacada por este lobo feroz, las mujeres trans, en mayor escala, han sido violadas y asesinadas por el simple hecho de mostrarse como son y que, en una sociedad homofóbica y transfóbica, al tener que dedicarse a la prostitución, no son vistas con el mismo valor que el resto de la población, sus historias son menos importantes, pero esta es una premisa que debemos eliminar, ninguna historia es más importante que otra, todas las víctimas de violencia sexual deben ser escuchadas con la misma atención, nadie vale más que el otro, este pensamiento es el que lleva a los agresores a cometer este y múltiples delitos más, espero que conociendo los relatos que nos cuentan miles de personas podamos abrir los ojos y luchar en contra de una realidad que todo los días cobra más y más vidas en nuestro país.
A lo largo de la historia del conflicto armado en Colombia, se han cometido miles de atropellos a la vida y a la dignidad humada, estos efectuados por una gran cantidad de grupos como lo son los paramilitares, las guerrillas, agentes del estado y grupos armados post desmovilización que, en su lucha de tener poder y control sobre las comunidades, efectúan actos violentos que atentan hacia los cuerpos, las mentes, las almas y las vidas de las personas.
Uno de los actos más denigrantes que atentan en contra de los derechos humanos, que deja a sus víctimas con secuelas horribles, con fantasmas que las acompañarán por el resto de sus vidas, es la violencia sexual, aquella que se ha presentado desde el inicio de este festival de muertos y que, aún al día de hoy, miles de mujeres, hombres, madres, hijas, hijos, vecinos, sufren cada día.
Para entrar en contexto con esta problemática producto de esta pesadilla interminable que invade los sueños de nuestra población, debemos entender que los casos de violencia sexual en el marco del conflicto armado no son esporádicos ni casuales, sino que se han convertido en una estrategia de guerra, en una máquina de tortura que llena de miedo a la comunidades y que se emplea para obtener dominio no solo sobre los cuerpos de las víctimas, sino sobre la sociedad entera, ya que esto de impartir miedo es una estrategia efectiva en esta guerra que solo nos ha condenado al dolor y al sufrimiento.
«A mí me detuvieron a las 5:30 de la tarde frente al concejo de Bogotá, a una cuadra de mi apartamento, “esa es la mona, cojan a esa hijueputa”, eran 4 civiles, me amarraron, me metieron en una camioneta blanca con el símbolo de la cruz roja, me esposaron y arrancaron a toda […]. Me llevaron a donde iba a parar todo el mundo, a Usaquén, a las famosas caballerizas […]. Muchos ya habían dado su batalla, a otros le tocaría darla, esta era la mía y solo me tenía a mí misma, y empieza el ritual, me vendan los ojos, me aprietan las esposas y me quitan toda la ropa, sin otro fin de romperme a punta de frio, cansancio, dolor y humillación […]. En la noche de Halloween llegan 2 hombres, con un espantoso tufo a trago, y una enorme grabadora, “bueno, acá vamos a tener nuestra propia noche de brujas.” Ponen música rock a todo volumen y empiezan, me pellizcan los senos, me abren las piernas, y me golpean los genitales con una toalla mojada, hasta que se aburren, y vuelven, ya debe ser de mañana, los mismos pellizcos, amenazan con violarme, me golpean el vientre, me tiran al piso y me meten un palo en la vagina, sangro y tengo dolores en el vientre por mes y medio[…], una mujer violada es un ultraje para todas, es la violación como arma de guerra, solo me mantiene una rabia muy grande, el cuerpo anda por un lado todo desbaratado y la mente por otro, me da igual, ese cuerpo que ya no siento ya no me pertenece, lo pueden destrozar porque el corazón está intacto y no lo pueden alcanzar jamás. […]» (Grabe, 2000)
Una de las fundadoras y exlíderes de la extinta guerrilla del M-19, en los años 80, Vera Grabe, nos cuenta en su libro cómo los agentes del Estado utilizaron abusos sexuales en contra de ella como forma de tortura durante el periodo del estatuto de seguridad del gobierno de Julio César Turbay. Este es solo uno de miles de casos, Vera es solo una de muchas víctimas que nos cuentan su historia para abrirnos los ojos a una realidad que, para algunos, puede parecer ajena, lejana, sin embargo, vive con nosotros, como un monstruo que habita debajo de la cama y que espera paciente a algún indefenso para atacar.
La comisión de la verdad fue la puerta de entrada a un mundo de horrores que, a pesar de estar al lado de nosotros, muchos no veíamos o no le prestábamos la importancia que necesita, porque nadie piensa que esas cosas nos pueden pasar, no vamos por la calle pensando en que alguien puede montarnos a un carro y abusar de nosotros, torturarnos, a pesar de que parece libro de terror, es la cruda realidad que miles de niños, niñas, adolescentes, adultos viven cada día, viven con el miedo de que les pase lo mismo que a su vecina, o que a la hija de la amiga, o incluso que les vuelva a pasar lo que ya experimentaron en carne propia, los abusos sexuales dejan una marca imborrable en el ser de cada humano.
Según (Comisión de la Verdad, 2022) de 1958 a 2016 se registraron más de 15.076 víctimas de violencia sexual, 32.2% de estas fueron efectuadas por grupos paramilitares, 31.5% por parte de la guerrilla, agentes del estado efectuaron 206 casos y grupos armados post desmovilización 950 casos, 3.973 casos no tienen responsables, lo más grave, es que la gran mayoría de estos casos siguen impunes, las victimas continúan esperando justicia, no para sanar sus cuerpos ni sus almas, estos ya fueron destrozados para siempre, sino para cerrar un capítulo, y para que sus historias trasciendan en la sociedad y con estas evitar que este charco de sangre se siga esparciendo y manchando las comunidades que siempre han sido más vulnerables en nuestro país.
Muchos pensamos que la violencia sexual se da solo en las mujeres, y aunque son ellas las que en mayor medida se han visto afectadas por esta problemática a lo largo de la historia de nuestro violento país, es este pensamiento machista el que esconde a los miles de hombres que han sido ultrajados en su dignidad, muchos callan por miedo, porque a los hombres no los violan, a los hombres no los abusan, pero tanto hombres como mujeres somos vulnerables ante esta espeluznante situación. El 24 de agosto de 2021, varios grupos de hombres heterosexuales y de orientación sexual diversa, con el apoyo de múltiples colectivos de mujeres, presentaron a la comisión de la verdad el informe “Hombres que rompen el silencio: informe sobre victimas masculinas de violencia sexual en el marco del conflicto armado” con el fin de aportar a la investigación, al esclarecimiento de la verdad y a la construcción de una sociedad libre de este atroz calvario.
“Para nosotros podría ser mejor que no supieran nuestra historia, pero si no contamos ni hablamos, todos nuestros muertos van a quedar muertos para siempre, nosotros podemos enterrarlos, no olvidarlos” (Bravo, 2001). Esta frase, escrita por el sociólogo Colombiano Alfredo Molano, enmarca el sentimiento de muchos hombres que fueron víctimas de violencia sexual, quienes cegados por el miedo, no solo infundido por sus verdugos, sino por la posible critica de la sociedad, nunca denunciaron lo que les había pasado, muchos hombres declararon “tortura” y no “violencia sexual”, esta es una de las razones por las cuales se invisibilizó esta problemática en este género, muchas veces nosotros como sociedad no nos sentamos a pensar que los afectados por la violencia sexual no son solo las mujeres, sino también los jóvenes, los adultos e incluso los ancianos, y cuando alguno de nosotros cuenta su historia, nos plantamos en la postura de criticarlos, porque a los varones no los abusan, porque el hombre se sabe defender, este pensamiento hegemónico y machista es el que silencia las voces de aquellos que, con valentía, se atreven a contar su historia a pesar de la opresión y las criticas que les puedan llover, TODOS podemos ser víctimas de violencia sexual, este monstruo no escoge, solo ataca.
La “masculinidad” es un tema central al hablar de violencia sexual en contra de los hombres, ya que es esta masculinidad hegemónica la que afianza los sistemas de poder que buscan no solo apropiarse de los cuerpos de las víctimas, sino de territorios enteros por medio de sus cuerpos, pero estos atropellos también se han usado como castigo para aquellos que nunca quisieron ser parte de la guerra, por esto es que encontramos que muchos de estos hombres fueron violentados cuando se resistieron a ser reclutados de manera forzada o cuando lideraron algún movimiento en contra de la violencia que vivían por parte de grupos armados, callar a estos hombres, impactarlos no solo en su salud física sino también en su bienestar psicosocial causa un impacto colectivo, identificar a estos lideres era callar a comunidades completas.
«Ser mujer trans víctima del conflicto armado en Bogotá es una mierda, pero nos damos a la lucha, a la resistencia y a la resiliencia […]. Había un policía que comandaba las ollas en todas las partes de la 24 con 4° que existían en ese momento y pues, su maldito deseo sexual de ese desgraciado era coger habitantes de calle y mujeres trans y llevar a que los habitantes de calle abusaran de ellas y de todo y el satisfacer como su maldito instinto sexual viendo todas estas cosas que pasaban y de allí pues, yo digo que murieron muchas chicas porque pues muchas resultaban infectadas por VIH. Las muertes de todas estas chicas fue algo que, de verdad, fue terrible, como escoger un solo día y matar tantas porque contadas y al mal haber, a manos de él murieron 21» (Lucha y resistencia: historias del conflicto armado desde las voces diversas en Bogotá, 2021)
Andrea Correa “Coqueta”, Directora de la Fundación Casa de Lxs Locxs, nos cuenta en colaboración con la Comisión de la Verdad, como es ser mujer trans en el marco del conflicto armado en Bogotá, ella como muchas mujeres y hombres trans han sido presas de estos depredadores que, en su afán de oprimir, de luchar en contra de la libertad, se oponen a cualquier muestra de identidad. Experiencias, relatos de diferentes integrantes de la población LGBTIQ+ no solo nos muestra la barbarie de esta problemática tan espantosa, sino la homofobia, el machismo en el que estamos envueltos y que es un eje fundamental cuando hablamos de violencia sexual en el conflicto armado, pues en la gran mayoría de los casos, estas barbaries son efectuadas por hombres, sedientos de poder, ansiosos por dejar su marca, por sembrar miedo en las personas y en las comunidades, pero también cegados por el deseo, por este instinto animal que solo conduce a oprimir a los más vulnerables. Poblaciones sexualmente diversas son blancos de múltiples abusos en una sociedad como la colombiana, pero cuando hablamos de conflicto armado, estos abusos se multiplican, pues ser homosexual o trans, para animales como aquellos que cometen estos delitos, es como tener colgado un cartel de “viólame” en la espalda, las mujeres trans, por este ideal que nos han plantado de que solo se dedican a la prostitución, son atacadas diariamente, tanto por guerrillas como por agentes del estado y no conformes con violarlas, las asesinan, no sin antes hacerlas pasar por torturas medievales, solo con el propósito de mostrar su poder sobre esta población.
Y así podría continuar narrando las historias de miles de personas, mujeres, hombres, población afrodescendiente, población LGBTIQ+, pobres, ricos, personas en el campo, en la ciudad, y un sinfín de comunidades atropelladas diariamente por este camión de bestias que no tienen otra función más que atentar en contra la integridad de nuestro país, todas y cada una de las víctimas tienen una historia diferente, pero algo que las une, sus cicatrices, estas marcas imborrables que aquellos inhumanos dejaron para siempre en sus almas, pero también las une la valentía de contar sus historias, todos y cada uno de ellos tienen la valentía de revivir estos espantosos momentos de sus vidas para darnos un vistazo a lo que fue este infierno para ellos y que con esto podamos abrir los ojos y luchemos en contra de la violencia que, aún al día de hoy, en un país que dice ir rumbo a la paz, se sigue cometiendo, a escondidas, en lo oscuro, ¿cuántos muertos más van a labrar el camino a la paz? ¿sobre cuanta sangre tendremos que caminar para luchar en contra de la violencia?, esta guerra parece no tener fin, pero debemos continuar con nuestros esfuerzos para detener a este monstruo, es importante encender la luz que espante aquello que se esconde en las sombras y contar nuestra historia, esclarecer la verdad es ese brillo que iluminara hasta el último rincón y unidos podremos mantener esa luz encendida para que ese monstruo bajo la cama no se atreva a volver a salir.
La violencia sexual es parte de nuestra historia, no podemos borrarla, es una nube que oscurece el cielo de nuestro país, todos podemos ser víctimas, este monstruo no distingue de raza, sexo, genero, edad, orientación sexual o estrato socioeconómico, es como un virus que ha dejado muchos muertos en vida, miles de personas despojadas de su integridad, que nunca volverán a ser las mismas, pero que con sus experiencias, nos abren paso a la realidad en la que vivimos, una realidad que está llena de personajes y grupos de personas que buscan poder, poder sobre los cuerpos, poder sobre las comunidades, pero solo nosotros podemos dárselo, nuestro miedo los hace fuertes, pero nuestra lucha los debilita, es por esto que conocer la historia de los sobrevivientes, de los valientes que se atreven a volver en el tiempo para mostrarnos sus demonios, es importante para que abramos los ojos y nos enfrentemos a aquellos que se atreven a atentar en contra de la paz y el futuro de nuestro país, no podemos dejar que esta fosa siga creciendo y que tantos inocentes sigan cayendo en ella.
Bibliografía
"Coqueta", A. C. (28 de Junio de 2021). Lucha y resistencia: historias del conflicto armado desde las voces diversas en Bogotá. (C. d. Verdad, Entrevistador) Recuperado el 25 de Septiembre de 2022, de https://youtu.be/fEGODp4_-Mk
Bravo, A. M. (2001). Desterrados, crónicas del desarraigo. En A. M. Bravo, Desterrados, crónicas del desarraigo. Áncora editores. Obtenido de https://es.slideshare.net/anderssoncausaya/alfredo-molano-desterrados-cronicas-del- desarraigo-pdf-gratis-libro-completo
Comisión de la Verdad. (18 de Mayo de 2022). Violencia sexual en el marco del conflicto armado. Obtenido de https://youtu.be/Vucc_WWBJ4U
Grabe, V. (2000). Razones de vida, El silencio de mi cello. Edtorial Planeta.
Juan Felipe Olarte Serrano*
Estudiante de Derecho
Universidad Santo Tomás