Diego Ricardo Sarmiento Barragán*
La presente crónica se centrará en la normalización del conflicto armado interno colombiano debido a su persistencia. El objetivo es dar a conocer los diversos factores identificados a lo largo de la guerra para generar conciencia y compartir diferentes perspectivas con la población interesada. Se tomarán en cuenta los prejuicios, carencias y situaciones que enfrenta la población colombiana en relación al conflicto. El autor realizará un análisis basado en la información recopilada en el Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición (2022), el cual es el primer documento oficial que revela situaciones ocurridas en los últimos 50 años del conflicto colombiano. Desde una posición de rechazo a la injusticia cometida por los grupos armados colombianos contra las minorías sociales violentadas, se llevará a cabo una crítica.
La etapa de violencia en Colombia, uno de los antecedentes del conflicto armado, dividió al país en dos: liberales y conservadores. Durante aproximadamente 50 años, el miedo empezó a prevalecer en los rincones más desprotegidos de Colombia, relegando la cultura a un segundo plano, violando los derechos y deshumanizando a las personas.
El abandono y la desprotección de numerosas familias y grupos sociales y culturales fomentaron la violencia y la indiferencia, condenando a Colombia a participar en una guerra justificada por la estratificación, la ignorancia, el racismo, el patriarcado y la falta de empatía. Esto ha llevado a que los campesinos, las etnias, las comunidades indígenas, las comunidades pobres y los sueños que han identificado a estas generaciones sean ignorados, violentados y normalizados en medio de la violencia.
"El desplazamiento y despojo de tierras ha causado un gran daño a las culturas, ya que estas están estrechamente relacionadas con el territorio: 'el lugar en el que se despliega la cultura'" (Castillejo, 2022, p. 694). Cuando se arrebatan territorios injustificada y violentamente, se produce una ruptura en la identidad. La relación entre el territorio y las poblaciones está vinculada a través de una conexión que se pierde cuando se separan, lo que conlleva una pérdida parcial de la cultura, la identidad y la dignidad de los grupos sociales. Esto provoca una represión de los valores que dignifican al individuo, dejándolo sin la oportunidad de recuperar su valor cultural.
Estas zonas, conocidas como zonas rojas, son testigos de una presencia más intensa del conflicto. En estos lugares, la calidad de vida es cuestionable y familias enteras han sido despojadas de sus viviendas sin justificación alguna. Es en estas zonas rojas donde se justifica la muerte de una persona negra diciendo que si se tratara de una persona mestiza blanca no habría tanto revuelo, alimentando así el conflicto y fomentando que los afectados dejen de considerarse iguales.
"Afrontar y manejar los problemas de desterritorialización y reterritorialización provocados por la guerra en la sociedad colombiana requiere edificar un ordenamiento territorial incluyente, basado en la libertad, la igualdad, la solidaridad, la interculturalidad y el diálogo ciudadano" (Castillejo, 2022, p. 656). La igualdad es el pilar para lograr la paz en Colombia, tanto los grupos armados como los organismos encargados necesitan verse como semejantes al pueblo. Las jerarquías y las estigmatizaciones deben evitarse al justificar lo ocurrido. La empatía y el diálogo deben ser las herramientas para enfrentar el conflicto que ha violado los derechos de las personas y de la comunidad en un país libre.
La desigualdad ha desplazado a importantes comunidades colombianas, como Chocó, Meta, Valle del Cauca, Norte de Santander, y una lista extensa de lugares donde miles de familias ancestrales y afroamericanas han sido desculturizadas y sometidas a la esclavitud. Durante el conflicto, los organismos encargados y las leyes no han intervenido lo suficiente. El conflicto armado parece prolongarse y la población se ha adaptado a ello, recurriendo a la violencia como forma de solución. Los más beneficiados miran de reojo y justifican las masacres.
"Esta forma descarnada de odiar se constituyó en un patrón discursivo que creó en Colombia un contexto simbólico de legitimación de un trato despiadado con aquellos que tenían diferencias en su forma de ser, de pensar y de actuar" (Castillejo, 2022, p. 689). El racismo, clasismo, misoginia y homofobia juegan un papel importante en el conflicto. Los hombres afroamericanos son considerados los "fuertes", los que van en primera línea, los que más aguantan. Las mujeres afroamericanas son objeto de prostitución, embarazos forzados y abortos obligados. La comunidad LGTBIQ+ enfrenta discriminación, las lesbianas son forzadas a procrear y tener hijos para "normalizarlas", y los hombres homosexuales son insultados y víctimas de violación. Las niñas desde los 11 años son esclavizadas y los niños son obligados a cargar bombas.
La solidaridad, empatía y respeto hacia el diferente se han desvanecido. La conciencia social ya no forma parte de nuestra cultura y la alteridad ha dejado de ser valorada debido al miedo. Esto ha llevado a una significativa pérdida de identidad y dignidad. Al ser parte de un mismo contexto, tenemos el derecho de intervenir cuando algo no se ajusta al patrón cultural. Desde el sentir social y la alteridad, debemos manifestar un desacuerdo radical hacia las injusticias en Colombia.
Durante años, en el conflicto armado se han contado muchos relatos, pero aún hay muchos por conocer. Uno de los relatos pertenece a Emiro Correa Viveros, exintegrante de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia), quien relató cómo Rodrigo Mercado Pelufo maltrataba a los afrodescendientes. Correa relató: "A todo aquel que
podía maltratar por ser negro, lo maltrataba simplemente por ser negro, porque él decía que todos los negros eran iguales, y eran flojos, y él odiaba a la gente floja" (Correa, 2022, p. 672). Este comportamiento puede ser impactante para muchos, pero debido a la normalización de la guerra, la población colombiana se ha acostumbrado a la violencia, intensificando una de las problemáticas más representativas del conflicto.
El conflicto interno colombiano concierne a todos, ya que todos vivimos en el mismo contexto y cultura, pero ya no reconocemos al otro como igual. La ignorancia hacia nuestros semejantes se ha intensificado. Al compartir la misma cotidianidad, no se busca solucionar problemas ajenos. La cultura se ha convertido en una cultura de egoísmo, donde la comunidad es ignorante siempre y cuando el conflicto no les afecte directamente. Este pensamiento es una de las tragedias colombianas que nos lleva a la naturalización de la violencia.
El conflicto armado ha cambiado nuestra cultura, limitándola al miedo y normalizándolo. Ha controlado nuestro comportamiento y nuestras debilidades y fortalezas como sociedad. A lo largo del tiempo que el conflicto armado interno ha estado presente en Colombia, las vulneraciones a la población no han generado un gran impacto en la sociedad. Los gobiernos que han entrado y salido no han generado conciencia ni han buscado soluciones justas a través de acuerdos de paz o diálogos efectivos. Las minorías sociales siguen siendo violentadas sin razón alguna.
Aunque este conflicto lleva mucho tiempo en curso, no podemos ignorar las historias de las madres, padres, hermanos y familias enteras que han perdido más que bienes materiales. Estas situaciones crueles las han marcado de por vida, y estas historias perdurarán entre generaciones. No ser crítico ante el conflicto forma parte del problema. Si la población colombiana brinda más apoyo a todas estas comunidades y se solidariza con cada una de las situaciones, la situación cambiará radicalmente. Con millones de personas en el país que pueden informarse diariamente sobre todo lo que sucede, la ignorancia disminuirá y la empatía aumentará. El poder ofrecer ayuda desde el privilegio es lo que más se necesita en estos casos.
Colombia tiene un largo camino por recorrer, pero debe comenzar por dar a conocer la situación actual y pasada, porque ninguna masacre ha sido en vano. Cada situación que ha afectado directamente a las familias debe ser conocida. Alzar la voz dará la oportunidad de lograr la revolución. El cambio comienza por la población colombiana. El miedo debe dejar de gobernar y se debe valorar la identidad y la integridad de cada persona como prioridad. Todos provienen del mismo contexto, por lo tanto, el conflicto afecta a cada individuo colombiano.
Sin excepciones, el pueblo colombiano debe informarse, no solo sobre el conflicto, sino también sobre lo que sucede a su alrededor. Generar una cultura de apoyo es lo que puede lograr una Colombia saludable y crítica.
La cultura y la forma en que los colombianos han sido criados han cambiado debido al conflicto armado interno. Sin embargo, este cambio no ha sido positivo. A medida que pasan las generaciones, no parece haber un proceso de revolución para ayudar a las minorías sociales. Aun así, no se puede generalizar para toda Colombia, ya que muchos grupos sociales y revolucionarios buscan una solución éticamente moral a estas situaciones. Sin embargo, esto no es suficiente, se necesitan más personas para lograr el cambio.
Es un proceso muy difícil de llevar a cabo, pero se debe incentivar a la comunidad colombiana a comprender que comparte el mismo contexto y cultura, y que la dignificación de estas minorías debería preocupar a todos. La violencia nunca debe ser justificada, y nuestra cultura debe ser libre, no debe ser controlada por las élites y los grupos armados. Sin embargo, cuando se logre controlar a estos últimos, deben comenzar las protestas. Colombia debe reclamar lo que le pertenece, porque la cultura no es algo que se pueda controlar, sino que le pertenece al pueblo.
Las heridas que el conflicto ha causado durante más de 50 años de guerra, control social y abusos han propiciado la normalización de la violencia en Colombia sobre las minorías sociales a las que se les ha arrebatado la tranquilidad, incluso desde su nacimiento. La aceptación de la violencia ha intensificado la insensibilidad colombiana y ha sesgado la realidad debido a la ignorancia, vinculando por completo la comodidad a su zona de confort, donde se guarda el concepto de una "Colombia servicial" del que tanto se ha hablado.
Diego Ricardo Sarmiento Barragán*
Estudiante de Mercadeo
Universidad Santo Tomás