Miguel Santiago Márquez Sierra*
En la escuela se nos enseña e instruye sobre las maneras en que el conflicto armado colombiano ha incidido y alterado las dinámicas de paz que no existían en su totalidad, pero que de alguna u otra manera habían prevalecido y proporcionado una sensación de calma. Los prejuicios iban dirigidos hacia la guerrilla y la exaltación de los héroes iba hacia el ejército nacional. No pretendo desmontar este orden explicativo, ya que no sería sensato. Sin embargo, es necesario ver y examinar la historia de una forma integral, con revelaciones y testimonios de todas las partes involucradas, no solo de ellas, sino también de otros grupos armados que intervinieron.
Los procesos de reconocimiento de responsabilidades constituyen una dimensión que contribuye de manera significativa a la experiencia de la paz como forma de vida y estado perdurable, teniendo como trasfondo la importancia del conflicto armado. Ayuda a comprender que esta estrategia conlleva una transformación única. Aunque los agredidos no podrán ser restituidos con exactamente lo mismo que tenían antes, sí podrán ser reparados y restaurados en relación a la veracidad de los eventos que vivieron. Y si bien sus heridas aún no han sanado, tendrán un escenario óptimo para cicatrizarlas. Los agresores podrán redimirse, renovar sus pensamientos y se les proporcionarán garantías.
Reconocer las transgresiones implica estar dispuesto a mejorar como ser humano en espíritu, mente y cuerpo. Es por esto que esta sección del informe promete una gran oportunidad para abordar y apropiarse de las conversaciones que los actores de los hitos bélicos necesitan iniciar y mantener gradualmente. Es una respuesta a los interrogantes de la verdad y un paso adelante para la sociedad y las etnias comprometidas. Sin embargo, para lograr estos altos estándares de sanación, también existen grandes desafíos, como aquellos que no están dispuestos a hablar porque la cooperación no los motiva, aquellos que no buscan revivir recuerdos dolorosos del pasado, aquellos que tienen miedo de ser condenados y rechazados, aquellos que están atrapados por el rencor y afirman que no olvidarán ni perdonarán, aquellos que indican que solo Dios puede perdonar.
Es cierto que las propuestas y proyectos establecidos por la Comisión para la Verdad son genuinos, están bien fundamentados y argumentados en función de una filosofía del amor, que implica perdonar, comprender, ser justo y no temer. En última instancia, las políticas que se expondrán a continuación conducen a caminos de conocimiento que nos conciernen a todos. Todos tenemos algo para compartir, aportar y construir en relación a la paz, pero no para juzgar.
Con motivo de los diálogos entre los distintos grupos ilegales alzados en armas, la antigua guerrilla de las FARC-EP, las ex Autodefensas de Colombia, los paramilitares y exintegrantes del Ejército Nacional de Colombia, se presentan retos de convivencia y absolución que pocas veces habíamos visto. Estar frente a frente, evocar y revivir el profundo daño a la dignidad resulta desgarrador, ya que enfrenta a los participantes y a la sociedad en busca de una explicación que, en el fondo, es absurda o banal, y muchas veces insoportable. Es un proceso doloroso, pero no en el sentido de perpetuar los valores de la violencia, sino de restaurar la dignidad y la convivencia (Declaración de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, 2022, página 756, párrafo 2).
Los momentos clave de quienes han transgredido la dignidad humana tarde o temprano surgen, y con ellos un modelo de autocrítica que naturalmente conduce al reconocimiento de los vejámenes de la guerra. Para lograr este escenario de duelo, contrición y afecto, es imperativo comprender que todos los actores de la guerra, tanto aquellos que la sufren como aquellos que la perpetran, tienen formas y caminos diferentes para alcanzar su catarsis. Solo al solidarizarse con amigos, familiares, vecinos, desconocidos y hasta con aquellos que eran enemigos hasta hace poco, se puede avanzar de manera duradera.
La rehabilitación de la sociedad civil es un componente que se busca trabajar desde todas sus dimensiones, dado que este amplio sector de la vida humana, tal como la conocemos, ha arrastrado todos los traumatismos y cicatrices, a los cuales la industria política ha contribuido. Cuando los líderes políticos, gubernamentales y subversivos detienen su actividad para reflexionar sobre su proceder, vislumbran el método insatisfactorio con el que han tergiversado su propósito original de paz.
Desde los acuerdos de paz, se ha avanzado a pasos agigantados hacia una justicia restaurativa gradual. Los grupos armados al margen de la ley, especialmente las FARC-EP, experimentaron grandes transformaciones en su papel antagónico. Miles de sus integrantes se desmovilizaron de los frentes guerrilleros que azotaban a las comunidades más humildes del país. Surgieron cambios en su perspectiva, y asuntos que antes pasaban desapercibidos se volvieron objeto de mirada compasiva y acciones amorosas. Se llevaron a cabo numerosas enmiendas en ese momento (Alto Comisionado para la Paz - Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, 2016).
"Dos años después, en noviembre de 2018, comenzó la puesta en marcha del informe final de la verdad. Aparte de los procesos alcanzados hasta entonces, eran numerosos los vacíos armoniosos que seguían en acción. Había más grupos ilegales alzados en armas, más narcotráfico, la solidificación de la minería ilegal y una cultura que aún no asimilaba la importancia del diálogo y la reconciliación. Quizás esta última, la falta de comprensión, era la pieza clave que orquestaba las dos anteriores.
En esta fase se comenzaron a afianzar las nociones articuladas de la no violencia, la convivencia y la no repetición. Asimismo, las lagunas no incorporadas en el acuerdo de paz se contemplan y pasan a un análisis cultural, ético y espiritual. Se forja un postulado que escudriña las lecciones y aprendizajes que debemos ejecutar para alcanzar una paz más sostenible desde nuestras mentes y conciencias.
Entran en vigor todas las comunidades, cada ser humano: los pueblos indígenas, los campesinos, los citadinos, los palenqueros, los raizales, los roms y muchos más actores sociales a los cuales se les piensa y se les esparce un mensaje de expectativa y crecimiento. Este capítulo (11. Los Procesos De Reconocimiento De Responsabilidades) añora y expone la transformación desde la vertiente universal de la ética. Para esto, se da cuenta de toda la agonía y congoja que hemos experimentado como pueblo desde la guerra.
Todas las madres que han llorado y sufrido por sus hijos desaparecidos, el sentimiento de extravío ha profundizado el padecimiento. Los engaños, la indiferencia y la humillación por parte de soldados y guerrilleros no han sido menores, han azotado mentes y corazones durante décadas: la ética y la moralidad son lo que proponen evitar. Por ello, estos elementos son expresados en función del amor y las conversaciones interculturales, interpartidistas e interreligiosas que, entre otras cosas, pueden tener un gran alcance para subsanar gradualmente.
Por otro lado, los obstáculos y dificultades que aún siguen vigentes son notorios. Como se mencionó anteriormente, muchas cuadrillas alzadas en armas se siguen estructurando y continúan aniquilando intereses integrales y vidas humanas. Este mensaje que habla desde la causa y el conocimiento se suma a más expresiones y redacciones religiosas, políticas y culturales que son esperanza y representan la participación en estos contextos coyunturales.
«Hoy en día tengo una amiga que fue de las FARC. Yo decía que somos hermanos de patria. Si ella y yo logramos ser amigos, ¿por qué no? La solución para este país es la reconciliación. Había un teniente al que le escuché decir: "El guerrillero en el fondo no es malo, el guerrillero en el fondo quiere un país mejor, como yo también lo quiero. La diferencia entre el guerrillero y yo es que hemos tenido oportunidades diferentes". Y eso, para mí, era una revelación en ese momento» (Declaración de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, 2022, página 754, párr. 1).
Testimonios de esta índole son los que forjan la percepción e idea tangible de que desde el ejemplo y la explicación justa se están logrando grandes cambios para la transformación de esta sociedad abrumada y doliente.
Ahora bien, resulta imperioso conocer y examinar de qué forma los procesos de reconocimiento de responsabilidades, no solo de los actores sociales involucrados, sino de todos los y las colombianas, inciden y son útiles para la consecución de un propósito mayor: la paz. Sin embargo, simultáneamente, vamos a analizar cómo se desarrollan estos ejercicios colectivos, qué se necesita para que ocurran, cuáles son los lugares, los presupuestos y las actitudes pertinentes.
La trascendencia de un proceso de reconocimiento de los daños causados, las ofensivas y los homicidios perpetrados, así como la indiferencia y la poca experiencia de una conciencia colectiva, y el ataque contra los derechos humanos radica en una idea axiológica, la cual, en muchos casos, conocemos desde pequeños o sabemos que es bien conocida: el primer paso para mejorar y reparar es reconocer el error. En función de estos arquetipos que se trazan para alcanzar la paz, desde el informe final se presentan distintas instituciones y órganos muy funcionales dedicados al estudio riguroso de cada ámbito de estos procedimientos, como la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD), en el marco de la implementación de la justicia punitiva y restaurativa que se va dando en relación con la justicia transicional, es decir, que se va dando paso a paso.
Siguiendo el patrón de explicar la envergadura de este proceso, es apropiado enunciar la matriz terapéutica y sanadora que se erige en el trasfondo. Precisamente, al reunir a los actores del conflicto, se rompen paradigmas que proponen que ignorar representa una solución. Según el informe, una conversación nacional sería lo más adecuado para llevar a cabo una restauración de los sentimientos y la memoria grupal. Solo cuando un agresor y alguien que vivió los oprobios se juntan y establecen un diálogo sincero, no desde la teoría ni la oratoria, sino con la intención de escucharse, comprenderse y responder a las incógnitas del otro, es que se puede avanzar hacia la paz. Esto puede sonar como una labor de conexión corporal, mental y espiritual utópica, pero lo cierto es que ese juicio no es del todo legítimo. Lo espinoso en las relaciones interpersonales centradas en la paz y el bienestar es solo la falta de convicción y experiencia en el amor, ya que para las relaciones del perdón y el arrepentimiento no hay nada improbable.
Lo que se puede alcanzar, considero que es totalmente valioso y merecedor de más de una oportunidad. Además, las identidades oprimidas en virtud de su pasado pueden emerger nuevamente e incluso más fuertes. Las luchas étnicas históricas pueden cobrar más fuerza a través de estos procesos.
Una vez explicada la pertinencia del reconocimiento de responsabilidades, nos enfrentamos a los ejercicios conjuntos y a los obstáculos que se presentan en los escenarios de diálogo compartido. Estos escenarios son necesarios pero difíciles de concretar debido a los juicios de valor que se emiten al hecho de relacionarse y mezclar palabras con aquellos que los afectaron, ya sea por resentimiento, incomodidad o evasión del pasado. En el caso de quienes se consideran agresores, la vergüenza, la deshonra, la vulnerabilidad y la rigidez son los pensamientos que se interponen. Además, aparte de los actores de guerra, los compatriotas en el campo y en las ciudades también tienen sus propias ideologías, creencias y restricciones morales que les impiden abordar estos asuntos. Por esta razón, como estrategia, la participación pública e institucional de antiguos miembros de disidencias y personas vulnerables sale a la luz pública en forma de ley.
Estos encuentros, además, contribuyen a la revelación de la verdad construida desde numerosas perspectivas de testigos y personas que vivieron y captaron los hechos. Escuchar la verdad, las razones, los motivos y las perspectivas de los interlocutores puede ser aliviador para quienes fueron despojados de seres queridos y de la realidad de lo sucedido. Estas verdades, que a menudo no se cuentan ni se registran en las narrativas de las transgresiones cometidas, como el acceso carnal violento, las humillaciones, el despojo de la cultura material y las burlas hacia la cultura inmaterial de cada persona y comunidad, no deben verse influenciadas por la polarización gradual de las mentes del país ni por el componente burocrático absurdo del Estado.
Un aspecto no menor es la simbología que se incorpora a estos factores conversacionales y de reencuentro. En ocasiones, las palabras no son suficientes ni el mejor lenguaje para comunicarse, por lo que tanto el cuerpo como los iconos e indicios ayudan a expresar sentimientos y pensamientos, contribuyendo así a la verdad y a la construcción pacífica tanto a nivel individual como colectivo.
Asimismo, intrínsecamente relacionado al reconocimiento de responsabilidades, es necesario plantear las rutas que se deben seguir para no caer en desviaciones intencionadas en las narrativas explicativas al momento de entablar los diálogos para esclarecer la verdad. En ocasiones puede suceder, y es algo que se busca prevenir, que se permita un diálogo con la intención concreta de obtener beneficios jurídicos, alejándose así del testimonio legítimo. Por tanto, desde las nociones y concepciones de la comisión, solo se permite llevar a las situaciones de diálogo compartido a quienes aceptan hacer un acuerdo por la paz y no por potenciales beneficios. También es necesario tener precaución con las expectativas excesivas que se depositan en quienes están a punto de hablar y de quienes se esperan grandes respuestas. Desafortunadamente, una gran cantidad de excombatientes, conocedores de las verdades más pragmáticas y cotidianas, ya han muerto y sus cuerpos han sido sistemáticamente desaparecidos.
En otras palabras, las narrativas también están sujetas a un gran análisis retrospectivo y crítico. Como preámbulo a este análisis, se aclara que el propósito es esclarecer y, en la medida de lo posible, brindar apoyo a familiares, amigos, colegas, al país y al mundo en términos de lo sucedido. Sin embargo, se reconoce que para lograr esto es necesario desprenderse de las instituciones a las que se pertenece. Esto no implica abandonar ideologías o convicciones, sino que a través de un proceso social y reflexivo se pretende mostrar cómo los caminos adoptados para alcanzar el objetivo original han estado lejos de ser congruentes y justos. Por tanto, este espacio no es solo para aquellos que han reflexionado y meditado y se sienten preparados para conversar, sino que las dinámicas de testimonio pueden ser el mismo eje que despierte y estimule los sentimientos y pensamientos de autocrítica. Cabe aclarar que esto no solo ha sucedido con las extintas guerrillas de las FARC-EP, sino también con las ex Autodefensas Colombianas (AUC).
Concretamente, se recurre a un formato de preparación adecuada para los firmantes del acuerdo que se sienten capaces de dialogar de manera autónoma para esclarecer sus vivencias. Por tanto, es probable asimilar y deconstruir las estructuras de violencia.
Los procesos de reconocimiento de responsabilidades en el marco de los diálogos auspiciados por la Jurisprudencia Especial para la Paz, con el objetivo de esclarecer, revelar, reparar y evitar la repetición, han sido de una utilidad inestimable para que los colombianos comprendamos las dimensiones de la violencia y para obtener métodos operativos de justicia restaurativa. Antes de los acuerdos de paz, los acontecimientos bélicos en Colombia estaban dispersos, pero a lo largo de estos seis años se han ido uniendo muchas piezas y se ha desenredado una gran parte del enredo. Sin embargo, esto puede dejar a los principales protagonistas con el corazón herido, las emociones reformadas y las memorias persiguiéndolos, si se lanzan simplemente los hechos sin precauciones, matices ni cooperación. Desde el informe de la Comisión de la Verdad se desaconseja enérgicamente esa forma de proceder.
No se trata de filtrar la verdad, ya que eso no sería un trabajo sensato, sino de comprender que la verdad va acompañada de una serie de recursos de asistencia, sanación, tacto y garantías, que hacen de este ejercicio una acción global e integral. Aquellos que aceptan sus crímenes y confiesan haber transgredido los derechos internacionales humanos tendrán que pasar un tiempo privados de libertad como medida de seguridad. Sin embargo, interactuar con individuos y comunidades afectadas les ayuda a aliviar sus cargos de conciencia y a comprender que, a pesar de las desviaciones en las rutas de la justicia y el amor, que han sido catastróficas, existe una oportunidad para construir la paz. Por otro lado, aquellos que fueron perjudicados podrán comprender, sentir, reflexionar y experimentar lo vivido de la manera que les surja y luego apostar por el perdón y la reconciliación.
Este es un procedimiento extenso y complejo, y aún hay vacíos. Quizás no se deben a la falta de acciones, pero sí al gran número de personas involucradas. Lograr un pensamiento común de confesión es difícil; sin embargo, los avances han sido esperanzadores. Hay más grupos insurgentes alzados en armas que no se contemplan en este informe porque surgieron simultáneamente, pero para abordar ese panorama es imperativo fortalecer y reparar esta piedra angular que es el reconocimiento de responsabilidades por parte de los firmantes de la paz. En el futuro, esto servirá de ejemplo y paradigma de que sí es posible.
Referencias
Declaración de la comisión para el esclarecimiento de la verdad, la convivencia y la no repetición (2022). Informe final capitulo hallazgos y recomendaciones de la comisión de la verdad de Colombia.
Oficina Del Alto Comisionado Para la Paz (2016). Acuerdo Final Para La Terminación Del Conflicto y La Construcción De Una Paz Estable y Duradera. https://www.cancilleria.gov.co/sites/default/files/Fotos2016/12.11_1.2016nuevoacuerdofinal.pdf
Miguel Santiago Márquez Sierra*
Estudiante de Comunicación Social
Universidad Santo Tomás