Ivonne López Puentes*
La educación como práctica de la libertad implica la negación del hombre abstracto, aislado, suelto, desligado del mundo.
Paulo Freire
Paulo Freire fue un pedagogo y filósofo brasilero ampliamente reconocido dentro de los pensamientos latinoamericanos y más aún en el ámbito educativo por sus perspectivas pedagógicas enfocadas hacia el pueblo, las comunidades oprimidas y, en general, hacia una liberación de la educación tradicional y unidireccional. Su pensamiento es un reconocimiento a la libertad, al individuo, a la conciencia y a la sociedad misma, y se fundamenta en varias dualidades que dialogan entre sí para obtener un modo de proveer cierta humanidad a quien se ha visto desprovista de ella.
Así las preguntas que queremos responder son ¿cómo pensar en el pensamiento pedagógico de Paulo Freire una dimensión ética, estética y política? ¿En qué sentido estas tres dimensiones se articulan para pensar una pedagogía de la libertad?
Directamente podríamos afirmar que, en gran medida, la pedagogía de Freire es una manifestación política como tal; mas no política concebida como actividad de poder y administración, sino como manifiesto de algo que debería ser de tal modo la búsqueda del bien común y la libertad. Y es que, si lo tomamos como una máxima, la libertad, por ejemplo, viene siendo defendida desde pensadores como Locke; siendo así, dentro del Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, tratada como “fundamento de todas las otras cosas” (2006, p.23) y, además, especifica que esta se refiere al hombre como una condición natural donde este no debe
(…) hallarse sometido a la voluntad o a la autoridad legislativa de hombre alguno (…). La libertad del hombre en sociedad es la de no estar bajo más poder legislativo que el que haya sido establecido por consentimiento en el seno del Estado (…). (Locke, 2006, p.29)
De este modo, el concepto de libertad comienza a cobrar fuerza en la concepción de hombre dentro de una sociedad que debe respetar mutuamente esta máxima y donde el Estado debe garantizarla. Basándose en ello, podemos articular con Freire la libertad como una política que se debe materializar desde las escuelas mediante prácticas que favorezcan su perdurabilidad, y que así, su reproducción transite generacionalmente hasta convertirse en una normalidad.
Quizás, esta misma pueda ser vista como una propuesta ética desde este pedagogo, pues se convertiría en una especie de escenario ideal en donde los hombres se puedan desarrollar plenamente. Pero ¿de qué manera se puede concretar esta práctica ética? Desde Freire podríamos considerar varios modos que pueden promover la libertad, tanto dentro y fuera del contexto escolar propiamente. Aspectos como la dialogicidad, explicado por Accorssi et al. (2014) como una “condición del ser humano” (p.40) y puede ser entendido así en cuanto a la naturaleza social del hombre que surge de las mismas dinámicas; de esta forma, conducen a una cadena de modos de pensamiento sobre la realidad que, efectivamente, dialogan entre sí. Este aspecto dialógico otorga una amplitud de significados acorde a la pluralidad de la misma sociedad y, en el caso específico de la educación, incluye al estudiante como un ser capaz de involucrarse en esos procesos dialógicos, aunque deberíamos preguntarnos sobre por qué sería esto algo novedoso.
La respuesta surge en las aulas y las dinámicas que en estas se manejarían, las cuales Freire expone como educación bancaria. Este tipo de educación de acuerdo con él es aquella donde “el “saber”, el conocimiento, es una donación de aquellos que se juzgan sabios a los que juzgan ignorantes.” (Freire, 2005, p.79), lo cual se interpretaría desde una dualidad donde el educador es quien deposita y el educado quien recibe, tal como la operación de un banco. Detrás de esto se encuentra la lógica opresora a la que este pedagogo se opone firmemente, y es aquí relevante resaltar algunas contradicciones que de acuerdo con él se perpetúan con este tipo de educación:
a) El educador es siempre quien educa; el educando el que es educado.
b) El educador es quien sabe; los educandos quienes no saben.
c) El educador es quien piensa, el sujeto del proceso; los educandos son los objetos pensados.
d) El educador es quien habla; los educandos quienes escuchan dócilmente. (…)
f) El educador es quien opta y prescribe su opción; los educandos quienes siguen la prescripción. (...)
i) El educador identifica la autoridad del saber con su autoridad funcional, la que opone antagónicamente a la libertad de los educandos. Son éstos quienes deben adaptarse a las determinaciones de aquél.
j) Finalmente, el educador es el sujeto del proceso; los educandos, meros objetos. (Freire, 2005,p.80)
Teniendo esto en cuenta, podemos apreciar que desde la misma concepción nominal de educado se presenta una tendencia a reducir al estudiante a una posición receptiva y pasiva que, para nuestro pensador, representaría la dinámica que en las escuelas se reproduce. Es esa concepción reductora la que coarta totalmente el desarrollo de la libertad del estudiante, privado entonces de cualquier posibilidad de imprimir su pensamiento dentro de su propio proceso.
A partir de la palabra y de la sensibilidad que se aporta desde un pensamiento con tendencia a la liberación y la emancipación, y donde, además, se valoriza el carácter humano del acto pedagógico. Es en este contexto donde se podría articular una idea estética vista desde una óptica sensible de la interacción educativa, donde se dejan de lado las dinámicas hostiles en contra de las libertades dialógicas y expresivas de quienes pasarían a aportar activamente a la escuela y que, finalmente repercutirían en gran medida sobre su aprendizaje. Esto, lo articulamos, por ejemplo, desde la Breve Historia de la Escuela Activa que nos expone García (1998):
(…) quien tiene la sensibilidad de dejarse guiar por la naturaleza de sus alumnos, quien permite la democracia, la libertad, el diálogo y la convivencia en su salón de clases, consigue al final el producto tan buscado por nosotros los maestros: el aprendizaje de nuestros alumnos.
Y más allá de eso, se crean vínculos que crecen desde lo humano, que fortalecen otras bondades que intrínsecamente están en el proceso educativo, como la creatividad. Con esta, unida a las miradas críticas, humanas, dialógicas y expresivas, se ve una formación prácticamente dirigida a que el educando se establezca en el mundo como un ser valioso, libre y con la capacidad de crear libertades por medio de sus discursos y sus acciones.
Vemos así, cómo desde Freire se puede configurar una idea educativa donde, tanto lo político, lo estético y lo ético se incorporan para gestar una pedagogía con intereses humanistas, rehumanizantes y emancipadores; donde, además, se abren las posibilidades de poder aportar al mundo desde la creación de conciencia de libertad desde sí mismo hacia el otro, siendo esto, una pedagogía dignificadora, tanto para el educador como para el educando y que trascendería luego a la esfera social.
Referencias
Aline, A., Scarparo, H. y Pizzinato, A. (2014). La dialogicidad como supuesto ontológico y epistemológico en Psicología Social: reflexiones a partir de la Teoría de las Representaciones Sociales y la Pedagogía de la Liberación. Revista de Estudios Sociales. [En línea]Freire, P. (2005). Pedagogía del Oprimido. Siglo XXI Editores.
García, O. (1998). Breve Historia de la Escuela Activa. Universidad Pedagógica Nacional
Locke, J. (2006). Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil. Un ensayo acerca del verdadero origen, alcance y fin del Gobierno Civil. Editorial Tecnos.
Ivonne López Puentes*
Estudiante de Licenciatura en Filosofía y Letras
Universidad Santo Tomás