Nayeli Henit Buitrago Moscoso*
En cada habitación se encontraba una historia de vida totalmente distinta, pacientes terminales, pacientes con diagnósticos médicos negativos, positivos, o familias donde brotaban felicidad por una nueva vida que llegó al mundo...
En las frías, amplias y lujosas habitaciones de la clínica Los Cobos Medical Center se encontraban pacientes hospitalizados esperando buenas noticias por parte de los médicos, donde la angustia y el dolor se apoderaron de ellos y de sus familiares al esperar un nuevo día con salud y poder regresar a sus cálidos hogares. En cada habitación se encontraba una historia de vida totalmente distinta, pacientes terminales, pacientes con diagnósticos médicos negativos, positivos, o familias donde brotaban felicidad por una nueva vida que llegó al mundo. Aunque hubo una mezcla de emociones, todos los sábados un grupo de voluntarios de "Como en Casa" entraban a cada habitación con el objetivo de generar sonrisas y hacerlos sentir como en casa.
Eran las 7:00 de la mañana del día 24 de noviembre del 2024, donde la alarma de mi celular empezó a realizar su gran trabajo de despertarme, la almohada se encontraba en su punto perfecto de comodidad y las cobijas térmicas habían cumplido su función, sin embargo, ese día iba a realizar acción voluntaria y estaba motivada. Me levanté de mi cama y una ráfaga de frío se apoderó de mí, pero esto no fue impedimento para alistarme, ponerme mi camisa blanca, un jean azul, un tapabocas y recogerme el pelo. Alisté mis libros para colorear, unas cartas UNO, un dominó y hojas blancas con colores.
De camino al hospital, sentía toda la brisa en la cara porque tenía la visera del casco de la moto levantada y el frío se penetraba en mis manos, pero me empecé a preparar psicológicamente para respirar profundo, tranquilizarme y demostrar mi personalidad sociable y alegre, aunque en mi mente estaba pensando en algunos trabajos que me faltaban de la Universidad; pero las sonrisas de los pacientes y sus charlas motivacionales lo valían todo y llenaban por completo mi corazón.
Después de una hora llegué a mi destino, un hospital de 17 pisos esperaba a nueve voluntarios. En la entrada nos encontrábamos sentados en el andén, recostados en una gran puerta de vidrio y temblando de frío mientras esperábamos a que estuviéramos completos para el ingreso al edificio de hospitalización. A las 9:00 logramos ingresar, donde el personal de seguridad nos dio la bienvenida y procedimos a oprimir el botón de subida del ascensor, donde los nervios se apoderaron de nosotros contando esos eternos cinco segundos para que abriera la puerta; entramos todos y oprimimos el significativo piso número nueve sintiendo aquel vacío en el estómago al subir.
Al momento de bajarnos del ascensor nos dirigimos hacia un cuarto muy pequeño donde había un sofá, dos sillas y una mesa, ahí dispusimos todas nuestras pertenencias y sobre la mesa ubicamos todas las actividades que íbamos a realizar con los pacientes. En ese momento, las líderes Valentina y Mónica nos clasificaron por pisos a los voluntarios y los nervios se fueron intensificando.
Nayeli, Daniel, Mónica y Daniela piso número nueve – dijo Valentina.
Ok. Lucía, Majo, Juana, Valentina y Nicolás piso número once – contestó Mónica. Salimos del pequeño cuarto y nos encontramos con un pasillo muy largo, donde decidimos empezar por las habitaciones de izquierda a derecha. En las primeras cuatro habitaciones los pacientes nos rechazaron, pero llegó la habitación 905. Cerré los ojos, respiré profundo y sentí el típico olor a hospital, donde recordé lo aprendido en las primeras capacitaciones del voluntariado Como en Casa.
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Eran las 9:00 am del 27 de Julio del 2024, y aunque era una mañana muy calurosa, yo me encontraba fría de los nervios por mi primer día de voluntariado. Al ingresar a la universidad por la puerta principal temblaba, ya que era un espacio nuevo y con personas totalmente desconocidas. El camino desde la entrada al salón de Arte dramático fue terrorífico, la ansiedad se apoderó de mí y el corazón palpitaba rápidamente mientras pasaba por el bloque A, el bloque I y por fin llegaba al bloque O.
En total tuve cuatro capacitaciones donde nos dieron reglas clave como: No hablar de política, de deportes ni de religión, no dar números de teléfono y en caso de que la historia de vida del paciente nos conmoviera, no podíamos llorar delante de él, sino que nos teníamos que retirar de la habitación sigilosamente. Además, adquirí herramientas esenciales de liderazgo, creatividad, trabajo en equipo y habilidades blandas, esenciales para la acción voluntaria.
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Terminé de respirar, toqué la puerta dos veces, agarré la manija con fuerza y abrí. Buenos días, ¿podemos pasar? – Pregunté con un tono de voz suave.
Claro que sí. – Escuché una voz triste desde el fondo de la habitación.
Al entrar, vimos la hermosa vista que tenía esa habitación gracias a un gran ventanal de arriba abajo y de lado a lado, donde se veían los lujosos edificios al fondo entre las montañas, la habitación era fría, amplia, personalizada y en la cama se encontraba una mujer demasiado triste, donde sus lágrimas brotaban sin cesar mientras estaba rodeada de muchos cables debido a una cirugía de la que había salido hace un par de días, pero contaba con el apoyo incondicional de su madre que estaba sentada en aquel sofá cómodo de las visitas. La empatía que sentimos fue tan grande que suavizando mi voz dije: buenos días, somos del voluntariado "Como en Casa" de la Universidad El Bosque y venimos a hacerte sentir Como en Casa, tenemos varias actividades que podemos realizar o si prefieres podemos hablar contigo y apoyarte.
No, muchas gracias - dijo la mujer, sin embargo, su madre la convenció diciéndole: – Acepta hija, por favor.
Mónica y Daniela se dirigieron donde la madre, ya que una regla que teníamos es que tanto el familiar como el paciente necesitaban apoyo en los momentos críticos que estaban afrontando; mientras Daniel y yo nos acercamos a la cama de la paciente, tuvimos una comunicación asertiva y una escucha atenta con ella.
Ella era una mujer de aproximadamente veintiséis años de edad que llevaba alrededor de un mes hospitalizada debido a que su cirugía había salido mal y estaba con herida abierta. No había podido ver a sus hijos de dos y cuatro años porque era peligroso que estuvieran en un ambiente hospitalario, lo que le generó una gran depresión en ella.
Este caso fue muy impactante, ya que el nivel de empatía que sentí fue máximo donde tenía que demostrar fuerza, aunque por dentro mi corazón palpitaba rápidamente, sentía un nudo en la garganta y sentía que las lágrimas iban a brotar en cualquier momento. Logré tener tal confianza con ella, que los nervios, el miedo a socializar y mis pendientes universitarios pasaron a un segundo plano, donde mi objetivo era lograr ver una sonrisa sincera de ella por lo menos un minuto de esos 20 minutos en los que pudimos realizar acción voluntaria. Finalmente, se logró, ya que después de un mes ella mostró sus dientes lentamente, hasta que expresó una hermosa sonrisa y se empezó a reír.
El tiempo se había agotado ya que tuvo que irse a que le realizaran exámenes, pero las palabras de agradecimiento siempre las recordaré y ella fue la paciente de la habitación 905 que me hizo entender la importancia del voluntario al brindar apoyo, motivación, una esperanza de vida y de felicidad en un momento de oscuridad.
Según el informe realizado por estudiantes de la Universidad Católica de Colombia llamado Experiencias de Voluntariado como Estrategia para fomentar habilidades emocionales en jóvenes universitarios. Los voluntarios experimentan con frecuencia la emoción básica de alegría o de tristeza dependiendo del contexto en el que se encuentren. Además, cuentan con habilidades emocionales como la regulación, la comprensión y la facilitación emocional, con el objetivo de lograr un crecimiento social y personal por medio de la sana convivencia y la comunicación, disminuyendo los índices de depresión en los jóvenes universitarios y en los beneficiados, como en este caso los pacientes hospitalizados, ya que se sienten comprendidos y apoyados.
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A las 12:30 pm de aquel 24 de noviembre bajamos al quinto piso, realizamos nuestro círculo de la palabra con todos los voluntarios en la terraza principal del hospital, donde se veía la hermosa vista de los árboles frondosos al fondo y los jardines que la ambientaban. La brisa nos refrescó la cara y el medio día caluroso nos dejó contar nuestras experiencias y aprendizajes de ese día, donde con una gran emoción comenté los retos que afronté con la paciente de la habitación 905, y me pude sentir satisfecha con mis acciones.
Nayeli Henit Buitrago Moscoso
Estudiante Licenciatura en Educación Infantil
Universidad El Bosque
Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO- Revista de Estudiantes de Humanidades ISSN 2619-421X (en línea), enero de 2025 No. 33