Nicolas Ávila Sabogal*
Un profesor, una frase inolvidable y una competencia marcaron el rumbo de un estudiante hacia el mundo de las finanzas.
Al principio, elegir una carrera no es nada sencillo. Muchas veces influyen la presión familiar, la falta de claridad sobre nuestras pasiones o habilidades, e incluso la situación económica del hogar. Sin embargo, si hay algo que debemos tener antes que todo, es una inspiración o un guía. Para mí, esa persona fue mi profesor de contabilidad del Colegio Sagrados Corazones: Javier Niño.
Desde que estaba en noveno, en el año 2022, sentía una gran incertidumbre sobre qué carrera elegir, pues era una decisión que definiría mi futuro profesional. En un primer momento, me incliné por el área de la salud, específicamente la psicología o la quiropráctica, ya que quería seguir el legado de mi mamá. Sin embargo, un cambio en mi rutina escolar al año siguiente me llevó a encontrar mi verdadera pasión.
En el Colegio Sagrados Corazones de Madrid, es costumbre que los estudiantes de décimo y undécimo grado asistan por la tarde, de 3 a 5 p.m., a clases del técnico del SENA en Contabilización de Operaciones Financieras. Cuando ingresé a décimo, comencé a tomar estas clases. Al principio me resultó extraño —era nuevo para mí almorzar en el colegio en lugar de hacerlo en casa—, pero tuve que adaptarme a esos cambios. Las primeras semanas fueron bastante aburridas, ya que se enfocaban en la historia de la contabilidad. Fue hacia abril cuando todo cambió.
La primera semana de clases nos presentaron a nuestro docente de contabilidad. Mis amigos y yo pensamos que sería nuestro dolor de cabeza por los siguientes dos años. Pero no fue así. Javier, siempre bien presentado, tenía una actitud entusiasta en cada clase. A pesar de estar cerca de la tercera edad, enseñaba con el corazón y con el cariño de una madre, ganándose el afecto de muchos. Pero como muchas madres, no siempre estaba de buen humor: solía molestarse mucho con la mediocridad. Su frase icónica era: “Soy un ser de luz”, la decía mientras respiraba hondo y miraba al cielo. Para evitar hacerlo enojar y recibir un regaño, nos esforzábamos por mejorar, lo que me llevó a retarme con su materia.
El pénsum del técnico incluía Matemática Financiera, una asignatura de la que me enamoré. Me emocionaba organizar cuentas, registrar comprobantes y asientos contables. Me fascinaba tanto que fue la única materia que me impulsó a estudiar más allá de la clase, no por una nota, sino por puro gusto. Así fueron mis vacaciones: en lugar de salir o pasar el día jugando videojuegos con mis amigos, pasaba horas profundizando en contabilidad. Me sumergí en la economía, los negocios digitales, la administración de empresas y, finalmente, la carrera que actualmente estudio: Finanzas.
Al regresar de vacaciones, entusiasmado por las clases de la tarde, le mostré a Javier todo lo que había aprendido, con mil dudas y, según sus palabras, “con la sonrisa de un niño probando por primera vez un helado”. Cuanto más le contaba, más crecía su sonrisa, al ver que uno de sus 120 estudiantes amaba la contabilidad tanto como él. En medio de la conversación, me interrumpió, me puso la mano en el hombro y me dijo: “Hijo, ¿tú de verdad amas esta carrera, cierto?”. Yo, muy decidido, le respondí que sí, que era lo que sentía que mejor podía hacer. Muy contento, me invitó a participar en un evento del SENA donde debía representar al colegio en una competencia. Acepté, con algo de miedo pero también con ilusión.
Javier me dio libertad para elegir el equipo con el que competiría. Para tener ventaja, escogí a los mejores del grado. En agosto, llegó el día de la competencia. Javier nos detuvo a todos en la entrada del SENA y nos dijo:
Muchachos míos, esta prueba no es fácil. Se los digo yo, que ya la he presentado antes. Pero confío en ustedes. No importa si ganan o no, pero den lo mejor de ustedes y demuestren quiénes somos los del Sagrados Corazones.
Esa frase me llenó de emoción. En ese preciso momento comprendí cuál era mi misión: convertirme en uno de los mejores financieros del país. Aunque el miedo era inevitable, logramos ganar la competencia, con una reñida ventaja sobre el segundo puesto.
Gracias a Javier, a su fe en mí y a todo lo que me enseñó —tanto en su materia como en la vida—, hoy estudio Finanzas en la Universidad Santo Tomás. Y aunque tal vez sea pronto para afirmarlo, sé que esto es lo que quiero hacer el resto de mi vida: ser el mejor financiero.
Nicolas Ávila Sabogal*
Estudiante de Finanzas
Universidad Santo Tomás
Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO- Revista de Estudiantes de Humanidades ISSN 2619-421X (en línea), enero-abril de 2025 No. 32