Jennifer Natalia Rivera Ortiz*
Las llamamos "piadosas" como si el adjetivo limpiara la intención. Decimos que son por el bien del otro, que la verdad duele y que no todos están listos para escucharla. Las mentiras piadosas se han instalado como una práctica social casi aceptada, e incluso esperada. Pero ¿realmente es ético mentir, aunque sea para proteger? ¿Qué sucede con la autonomía, la dignidad o la confianza cuando se elige ocultar la realidad? Este reportaje se adentra en uno de los dilemas morales más comunes de la vida cotidiana, examinando cómo distintas corrientes filosóficas y éticas ponen en jaque la supuesta inocencia del engaño compasivo. Un recorrido que invita a pensar si, al final, mentir con buenas intenciones no es también una forma de subestimar al otro.
Vivimos en una sociedad donde la mentira ha sido, en muchas ocasiones, normalizada bajo la excusa de proteger o evitar el daño al otro. Las llamadas “mentiras piadosas” se presentan como estrategias justificadas para evitar sufrimiento o conflictos, y suelen considerarse inofensivas. Sin embargo, esta práctica tiene implicaciones éticas profundas que merecen ser discutidas. El propósito de este texto es cuestionar críticamente la legitimidad moral de las mentiras piadosas y analizar sus consecuencias en las relaciones humanas, a partir de diversas posturas filosóficas y éticas. A lo largo del desarrollo se abordarán tres perspectivas: la ética kantiana, la ética del cuidado y la postura contemporánea de Sam Harris, con el fin de argumentar por qué incluso la mentira más benigna puede erosionar los valores fundamentales de la convivencia.
En primer lugar, es necesario comprender que toda mentira, por más pequeña que parezca, implica una manipulación de la verdad. Las llamadas “mentiras piadosas” se presentan como actos de compasión, pero encubren una decisión unilateral de ocultar la realidad, privando al otro de su derecho a conocerla. Según la ética kantiana, mentir nunca está justificado, ya que viola la dignidad del otro al tratarlo como un medio y no como un fin en sí mismo (Kant, 2011). Desde esta visión, incluso una mentira bienintencionada es inmoral porque impide que la persona afectada tome decisiones libres e informadas.
Además, autores contemporáneos como Sam Harris (2011) sostienen que las mentiras piadosas, aunque motivadas por buenas intenciones, pueden tener consecuencias negativas a largo plazo. En su libro Lying, Harris afirma que mentir para evitar un sufrimiento inmediato puede producir desconfianza, confusión e incluso un daño mayor cuando la verdad se descubre. La relación pierde transparencia y, en lugar de cultivar vínculos honestos, se perpetúa un patrón de evasión. Por tanto, decir la verdad, incluso cuando resulta incómoda, constituye un acto de respeto hacia el otro y fortalece el tejido ético de las relaciones humanas.
Desde la ética del cuidado, la psicóloga Carol Gilligan (1982) sugiere que la responsabilidad ética incluye la honestidad como forma de atención hacia el otro. Cuidar no significa evitar todo conflicto, sino crear espacios donde la verdad pueda ser dicha con sensibilidad y respeto. Mentir para no herir puede convertirse en una forma de paternalismo, donde se asume que el otro no puede afrontar la realidad, lo que termina por desvalorizar su autonomía.
Finalmente, en un mundo saturado de desinformación, normalizar las mentiras piadosas puede tener implicaciones más amplias. Como señala Hannah Arendt (1972), cuando la distorsión de la verdad se vuelve parte de la vida cotidiana, la frontera entre lo verdadero y lo falso se diluye, debilitando el pensamiento crítico y abriendo la puerta a formas más peligrosas de manipulación. Así, tolerar las pequeñas mentiras contribuye a una cultura donde la verdad se vuelve flexible y, por tanto, peligrosa.
Conclusión
La mentira piadosa, aunque aparentemente inocente, encierra dilemas éticos que deben ser enfrentados con responsabilidad. A la luz de Kant, Harris, Gilligan y Arendt, se evidencia que el ocultamiento de la verdad, incluso por buenas razones, pone en riesgo la dignidad, la autonomía y la confianza en las relaciones humanas. Por tanto, resulta esencial fomentar una cultura de la honestidad, donde decir la verdad no excluya la empatía, sino que la integre. ¿No deberíamos preguntarnos, entonces, si proteger al otro con una mentira no es, en realidad, una forma de subestimar su capacidad para enfrentar la vida con verdad?
Referencias
Arendt, H. (1972). Crises of the Republic. Harcourt Brace Jovanovich.
Gilligan, C. (1982). In a Different Voice: Psychological Theory and Women’s Development. Harvard University Press.
Harris, S. (2011). Lying. Four Elephants Press.
Kant, I. (2011). Fundamentación de la metafísica de las costumbres (M. García Morente, Trad.). Editorial Losada. (Obra original publicada en 1785).
Jennifer Natalia Rivera Ortiz*
Estudiante de Diseño Gráfico
Universidad Santo Tomás
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ARTE-FACTO- Revista de Estudiantes de Humanidades ISSN 2619-421X (en línea), enero-abril de 2024 No. 29