Trato hacia la mujer: desde el discurso religioso hasta los medios de comunicación

 

María Paula Espejo Vinasco*

La mujer ha sido a lo largo de la historia subvalorada en la sociedad, considerándola, incluso, como un ser inferior y atribuyéndole unos determinados patrones que deben seguir para cumplir con las expectativas que tiene la sociedad en relación a ella, estos estereotipos de género, transmitidos a través de la influencia social, son los que hacen que la mujer tenga menos posibilidades que el sexo masculino. Ahora bien, aunque dichos aspectos han sido reforzados y en gran medida creados por la religión, una de las mayores fuerzas culturales de todas las sociedades, no ha sido esta la única responsable de la construcción de esta inequidad, pues otros estamentos como son: la ciencia, el lenguaje, los medios de comunicación e incluso el mismo Estado, han facilitado el mantenimiento de esta desigualdad.

 La condición biológica ha determinado en gran parte las representaciones de género, pues la reproducción y la maternidad genera que a las mujeres se les relacione con la figura que protege a su familia, en otras palabras «ser mujeres de verdad, pareciera significar, ser madres, esposas, amas de casa, educadoras moralizantes, etc.» (Banchs, 1999). Además, los hombres han estado vinculados al concepto de poder, y por lo tanto, como menciona Isabel Rubio (1999) en un análisis del libro La Regenta de Clarín, a las mujeres se las vincula al concepto de sumisión o subordinación, refiriéndose a lo femenino como el «sexo débil», que está de manera sometida y dependiente de lo masculino. Como consecuencia, lo femenino se relaciona con lo emocional, lo privado, lo pasivo, lo materno, sumiso y dependiente.

Se podría decir entonces, que son esos estereotipos de género los que hacen que la mujer tenga menos posibilidades que el sexo masculino. Ahora bien, estos pueden ser transmitidos a través de la influencia social desde el momento en el que se nace, por lo que se les educa de una determinada manera para ver, entender y estar en la vida, en este caso, según el sexo al que se pertenezca. Entonces, a la mujer se le educa en el ámbito de lo sensible, lo irracional y lo privado, aspectos que han sido reforzados y en gran medida creados por la religión, una de las mayores fuerzas culturales de todas las sociedades. Sin embargo, si bien es cierto que la religión ha sido parte fundamental en la construcción de esta inequidad, no ha sido la única responsable de que esto suceda, pues otros estamentos como la ciencia, el lenguaje, los medios de comunicación e incluso el mismo Estado, han facilitado el mantenimiento de esta desigualdad.

En relación al papel de la religión, es bien sabido como varias corrientes religiosas han considerado a la mujer como un ser inferior al hombre, y hablando específicamente de la religión cristiana, que es la que más atañe a nuestra cultura, ese trato de inferioridad se da principalmente por dos concepciones, como bien lo expone Pintos de Cea-Naharro (2008) . La primera de ellas, es que Dios creó primero al hombre, mientras que la mujer fue creada de la costilla de Adán, por lo que ella es vista como una criatura derivada o secundaria, y que por tanto le debe obediencia al hombre. Como bien lo resume el siguiente texto bíblico, en el que la mujer debe ser receptora y oyente muda de la palabra:

«11.Que la mujer aprenda en silencio, con plena sumisión, 12.No permito que la mujer enseñe, ni que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que esté en silencio. 13. Porque Adán fue formado primero, luego Eva. 14. También, Adán no fue engañado, sino que la mujer fue cabalmente engañada y llegó a estar en transgresión. 15. No obstante,  a ella se le mantendrá en seguridad mediante el tener hijos, con tal que continúen en fe y amor y santificación junto con buen juicio» (1 Timoteo 2:11-15).

La otra concepción es que Eva fue quien causó la expulsión del Edén, de ahí que la mujer sea vista como tentadora, llevando incluso por un tiempo, al cuestionamiento de sí la mujer poseía alma o no y por tanto, si tenía capacidad para la espiritualidad. Esto generó, especialmente en la Edad Media, que la mujer fuera vista como un instrumento del diablo, por su relación con la tentación. De hecho, hubo personajes que mostraron un total desprecio por lo femenino llegando inclusive a expresarse de la manera como lo hizo Odón, Abad de Cluny: «…la belleza del cuerpo viene solo de la piel. De hecho, si los hombres pudiesen percibir lo que se esconde bajo la piel, como se lee en Boecio que los linces son capaces de ver en el interior, tendrían asco de ver a las mujeres. Su belleza está, en realidad, hecha de moco, sangre, líquido y hiel. Si uno piensa en lo que está dentro de las narices, en la garganta o en el vientre, encuentra solo porquería. Y dado que no soportamos tocar ni siquiera con la punta del dedo el moco o el estiércol, ¿por qué debemos desear abrazar un saco de estiércol?» (Citado por Díaz de Rábago, 1999).

Por consiguiente, las mujeres eran consideradas entonces como más débiles y más inclinadas al pecado, por lo que debían hallarse muy controladas, lo que se conseguía mediante el enclaustramiento de estas en los hogares, asignándoles el ámbito privado, todo esto enmarcado dentro de la misma lógica de que la mujer debía someterse a un hombre, prometiéndole  obediencia a su marido, que pasaba a ser su tutor ante la sociedad.

Por otra parte, la ciencia también ha cumplido un papel fundamental en el mantenimiento de la creencia de que la mujer es inferior al hombre. Por ejemplo, Darwin en su obra La descendencia del hombre, defendía que la caza requería tanta coordinación y entendimiento que contribuyó al desarrollo de la inteligencia exclusivamente para los varones, pues eran ellos quienes realizaban esta actividad, en cambio, las mujeres, como esperaban pasivamente a que los hombres llegaran con los alimentos, se vieran privadas de ese desarrollo, lo que se traduce en una inferioridad psíquica y física de la mujer (González, 2009).

A su vez, la fisiognomía, la cual estuvo en auge en el siglo XIX y que se utilizaba como fundamento científico para decidir sobre capacidades raciales, identificar tipos de criminales, etc. mediante el análisis de los rasgos faciales, hizo que se llegara a la conclusión de que las mujeres, como generalmente son más pequeñas que los hombres, tienen el cráneo más pequeño, son menos inteligentes como consecuencia de esto. (Querol, 2005).

Estas ideas, que fueron tratadas como verdades demostradas e inamovibles, tuvieron grandes impactos en el trato que se les daba a las mujeres, por ejemplo, en lo que respecta a la educación, pues al ser consideradas menos inteligentes, no tenían tampoco capacidades para los estudios, por lo que su educación debía ser especial, es decir, basada en conocimientos más útiles como la religión, la moral, la idea de la justicia y de la verdad, la caridad y la misericordia, el respeto y  la obediencia, la paciencia y la resignación. De hecho, por mucho tiempo la educación se brinda atendiendo a la separación de sexos en las escuelas y en el contenido de las enseñanzas.

Dentro de este mantenimiento de desigualdad hacia la mujer, se puede observar que hoy en día, debido a unas condiciones socio-económicas diferentes como la falta de estabilidad de los ingresos de los hombres, la creciente necesidad de dinero debido a la mercantilización de los servicios sociales, las expectativas de bienes de consumo y cultura que eleven la calidad de vida y los logros alcanzados de los movimientos feministas, la mujer ha conquistado un terreno importante en el ámbito laboral. Sin embargo, esta sigue siendo vista como la principal encargada del cuidado de la familia, lo que la lleva aceptar trabajos de peor calidad, con menor protección laboral y/o de seguridad social, a cambio de flexibilidad  horaria para compensar el trabajo doméstico y el trabajo remunerado, pues si bien es cierto que los hombres colaboran en algunas tareas domésticas, generalmente ellos eligen en que ayudarán, mientras que las mujeres deben realizarlas a cabalidad como si fuera un deber exclusivamente de ellas. En otras palabras, el ingreso laboral de la mujer, como menciona Guzmán y Todaro (2011), no supuso la renuncia de la esfera privada, sino que implementó una “doble jornada”, donde el trabajo reproductivo o de cuidado sigue oculto para el análisis económico y ajeno al ámbito político. El Estado entonces pasa de proteger la separación entre el ámbito productivo y el reproductivo, a favorecer la “doble presencia” de las mujeres.

Finalmente, otros dos elementos importantes en el mantenimiento de esta desigualdad son el lenguaje y los medios de comunicación. En referencia al lenguaje, al pluralizarse en masculino, la mujer se convierte en invisible y se perpetúa la oposición entre lo masculino visible y activo, y lo femenino oculto y pasivo, lo cual se puede evidenciar, por ejemplo, en los textos de historia, donde al generalizarse sobre la participación de personas en un evento significativo poco o nada se sabe si las mujeres fueron participes o no de este, no siendo entonces visibilizada.

En lo referente a los medios de comunicación y haciendo referencia a las revistas se puede observar que estas tratan sobre todo de moda, belleza y relaciones personales, donde el estilo de comunicación suele ser bastante intimista, como si representaran una amiga en la que la lectora puede confiar, es decir, su forma de comunicarse es coherente a la propuesta de construir un discurso basado en valores restringidos al ámbito privado. Además, los medios de comunicación suelen presentar a las mujeres empresarias como unas “heroínas”, en vez de como buenas profesionales, basándose más en sensibilizar sus problemas que en mostrar su actuar o potencial. (Orsini, 2012).

En síntesis, los relatos sobre la mujer, tanto creacionistas como evolucionistas y demás pensamientos que se generaron sobre ellas a lo largo de la historia, sirven y han servido para mantener en nuestra sociedad las aptitudes, actitudes, inteligencia y valor de estas como menos valiosas en relación a los hombres. A partir de todos estos discursos salidos de la religión, la literatura, la ciencia, la filosofía, los medios de comunicación, entre otros, se van transmitiendo las creencias y roles que debe tener la mujer en la sociedad, siguiendo unas determinadas pautas de conducta, que no son fáciles de modificar, pues inclusive  muchas veces el mismo Estado, se encarga de que esto se mantenga, creando una gran diferencia en las oportunidades para las mujeres y para los hombres, y aunque si bien cabe resaltar que esa brecha se ha ido cerrando poco a poco, debido a varios cambios sociales que se han generado en los últimos tiempos, aún queda un largo camino que recorrer para que haya un trato equitativo entre los dos sexos. Y a pesar, de que esta desigualdad es dada por múltiples causas, en vez de seguir buscando culpables, el cambio debe hacerse desde los diferentes entes que guardan relación con esta problemática, empezando por cada uno de nosotros, para así, poder dejar de ver como “natural” lo que muchas veces es netamente cultural.  

 

Referencias
Banchs, María. Representaciones sociales, memoria social e identidad de género. Caracas (Venezuela). Universidad Central de Venezuela. XVII Congreso Iberoamericano de Piscología. 27 Junio, 1999.  Tomado de:  http://webs.uvigo.es/pmayobre/textos/maria_banchs/representaciones_sociales_memoria_identidad.pdf
Díaz de Rábago, Carmen. De vírgenes a demonios: las mujeres y la iglesia durante la edad media. Castellón de la Plana (España): Dossiers feministes ,1999. Tomado de: http://www.raco.cat/index.php/dossiersfeministes/article/viewfile/102364/153575
González, Mónica. Mujeres en la historia. Cap 2: Mujeres, espacios e imágenes.  Asturias (España): Publicaciones Ámbitu, 2009. Tomado de: http://www.aulaviolenciadegeneroenlocal.es/consejosescolares/archivos/Mujeres_en_la_Historia.pdf
Guzmán, Virginia y Todaro, Rosalba. Apuntes sobre género en la economía global. Chile: Centro de Estudios de la Mujer, 2001. Tomado de: http://www.cem.cl/pdf/apuntes_genero.pdf
Orsini, Marta. Mujer visible, mujer consumista: el papel de la publicidad en las revistas femeninas. Castellón (España). Fundación Isonomia de la Universitat Jaume. El género de la economía o la economía del género. 15 Septiembre, 2012. Tomado de:  http://isonomiafundacion.uji.es/wp-content/uploads/publicaciones/Actas_Congresos_Estatales/VIII_Actas.pdf 
Pintos de Cea-Naharro, Margarita. La mujer y las religiones. Madrid (España): Encuentros Multidisciplinares, 2008. Tomado de: http://usuaris.tinet.cat/teo_alli/forum13/docs/pintos.pdf
Querol, M. Ángeles. El papel asignado a las mujeres en los relatos sobre los orígenes humanos. Madrid (España): Revista sobre Arqueología en Internet, 2005. Tomado de: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1159858 
Rubio, Isabel. En Femenino y masculino. Cap 3: Lo masculino y femenino en la Regenta. Madrid (España): Instituto de la Mujer, 1999. Tomado de: http://www.mujerpalabra.net/pensamiento/lenguaje/eulalialledocunill/MinistrasyMujeresenfemenino.pdf

*María Paula Espejo Vinasco
Estudiante de Psicología
Universidad Santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.

ARTE-FACTO- Revista de Estudiantes de Humanidades ISSN 2619-421X (en línea)  septiembre 2016 No. 1

 

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