
Ximena Tatiana Gómez Carreño*
Después de siete años de silencio, Expotatuaje Bogotá prometía renacer como un fénix. Pero en lugar de encontrar un escenario digno para su regreso, cayó en el caos logístico y la improvisación de Vive Claro, un recinto que terminó apagando el brillo del esperado regreso. Esta es la historia de cómo un evento emblemático volvió a la ciudad… solo para descubrir que el verdadero desafío no estaba en los tatuadores, sino en el escenario que los recibió.
Se siente un vacío. Han sido siete largos años desde que el zumbido de las máquinas, el bullicio de los pasillos y la energía de los artistas no llenaban la Expotatuaje Bogotá. Era un silencio que pesaba en el calendario: una ausencia que tanto la vieja como la nueva escuela de tatuadores sentían profundamente.
Sí, surgieron reemplazos honorables. Festivales como el Tattoo Music Fest o la Convención de Tatuadores de la Montaña —que ya suma ocho ediciones— asumieron temporalmente el liderazgo de la escena capitalina. Pero no era lo mismo. Faltaba “uno de los pilares del tatuaje en Colombia”.
Por eso, la noticia del regreso fue un estallido de euforia. Alejandro “Spider”, su organizador histórico, había escuchado el llamado de volver a casa. La comunidad se preparaba para ver renacer a su fénix, y el escenario elegido parecía ideal: Vive Claro Distrito Cultural, el nuevo gigante de la ciudad.
Sobre el papel, era una jugada maestra. Una ubicación estratégica en Salitre, promocionada como “el gran escenario de eventos”, la solución moderna a los trancones del sector del Campín, las restricciones del Movistar Arena y las limitaciones logísticas del Coliseo. Sin embargo, el gigante había mostrado grietas desde su inauguración: el concierto de Green Day el 24 de agosto ya había provocado la furia de los vecinos por vibraciones y ruido excesivo.
Fue en ese ambiente de cuestionamientos e improvisación donde aterrizó Expotatuaje Bogotá el 19 de septiembre. Desde el primer momento, expositores como Tattoo DC Academy vivieron en carne propia el caos logístico de Vive Claro.
La primera irregularidad fue la implementación de un sistema de doble filtro. Para ingresar se requerían dos manillas: la de Expotatuaje y la de Vive Claro. Aunque los artistas habían enviado sus datos con anticipación, los listados del recinto no estaban actualizados. Esto generó una paradoja kafkiana: los expositores estaban aprobados por los organizadores, pero la logística del escenario les negaba la entrada alegando que “no aparecían en la lista de la aseguradora”.
El ritmo del evento se quebró desde el día cero. La operación logística se desplomó bajo la ambigüedad de normas contradictorias. Como consecuencia, varios espacios no pudieron ser adecuados a tiempo. El cronograma original contemplaba apertura para tatuadores a las 9:00 a.m., esencial en un evento de competencia, donde cada minuto cuenta. Pero las demoras fueron inevitables:
Viernes 19: acceso a las 12:00 p.m. (tres horas tarde).
Sábado 20: acceso a las 11:00 a.m. (dos horas tarde).
Domingo: único día con ingreso puntual.
Pero el desorden en el acceso fue solo el preludio de un problema mayor. La Secretaría de Salud exige que los tatuadores tengan esquemas de vacunación al día (Hepatitis B, Tétanos, Influenza). Al detectar falencias, sugirió realizar una jornada de vacunación para evitar sanciones. Bajo solicitud de Alejandro “Spider”, el equipo de Tattoo DC Academy asumió la tarea titánica de organizar, en menos de 24 horas, una jornada para más de 100 personas, con el tiempo limitado de la cadena de frío: solo seis horas.
Aunque el organizador notificó al recinto, al llegar el personal médico el sábado 20, los encargados del acceso no estaban informados. La jornada, citada para las 8:00 a.m., se retrasó. No fue sino hasta las 11:00 a.m. cuando el equipo médico pudo entrar, no por autorización de Vive Claro, sino porque la organización de Expotatuaje los registró como “lienzos de tatuaje”. Una vez adentro, la logística interna del recinto negó el permiso para aplicar vacunas en el área autorizada, sin justificar claramente la razón, generando un nuevo rifirrafe.
Mientras algunos miembros del personal aseguraban que podía hacerse fuera de la carpa y otros que no, Tattoo DC Academy gestionó el uso de la ambulancia del evento, pero jamás obtuvo respuesta. La Secretaría de Salud volvería entre la 1:00 p.m. y las 3:00 p.m., y el tiempo límite de refrigeración se agotaba.
La insistencia del Dr. Martín Muñoz y del propio “Spider” no surtió efecto. La “solución” propuesta por Vive Claro fue insólita: sugerir que las vacunas se aplicaran en la calle, poniendo en riesgo a todos.
Para evitar sanciones, se elaboraron consentimientos informados con un apartado de exoneración para Vive Claro, pero fueron ignorados. La cadena de frío expiró y la jornada tuvo que cancelarse. Horas después, la Secretaría regresó y selló varios stands.
A pesar del caos, el último día del evento reunió a los empresarios más influyentes del sector, quienes grabaron un mensaje de apoyo a Alejandro “Spider”, reconociendo la valentía de retomar Expotatuaje pese a las adversidades. La esperanza era clara: el próximo año sería mejor.
Pero la historia no terminó allí. La resaca burocrática fue peor.
El lunes 22 de septiembre, los expositores llegaron a las 8:00 a.m. para desmontar sus stands. Como era previsible, Vive Claro negó nuevamente el acceso. La molestia explotó. La logística del recinto ofreció excusas cambiantes: primero exigió el registro; luego, que solo podían pasar cinco personas; después, que se requería ARL; finalmente, culpó a “Spider” por no enviar un listado. El problema era evidente: fallas internas y una peligrosa ausencia de comunicación.
Lo irónico es que, mientras los artistas esperaban afuera, los camiones de carga sí habían ingresado desde temprano. Tras tres horas sin solución, los asistentes decidieron entrar a la fuerza. Solo entonces la logística accedió a “negociar” el acceso.
Vive Claro se vendió como la solución logística que Bogotá necesitaba: moderno, central, eficiente. Y, de algún modo, cumplió su promesa: logró unir a todos, pero no en la celebración, sino en la frustración compartida por su inoperancia.
El fénix de la tinta logró renacer, pero cayó en un nido de cemento y burocracia que casi lo asfixia antes de extender las alas. Trágicamente, una semana después, el fiasco por la cancelación del concierto de Kendrick Lamar confirmó lo que muchos ya sospechaban: lo ocurrido en Expotatuaje no fue un error aislado, sino el modus operandi del nuevo gigante.
Ximena Tatiana Gómez Carreño*
Estudiante de negocios Internacionales
Universidad Santo Tomás
Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO. Revista de Estudiantes de Humanidades ISSN 2619-421X (en línea), Núm.32 (2025) | julio-diciembre

