Paula Andrea Canizales Ávila*
La galaxia entera lo conocía, la mayoría de planetas orbitando Centauri lo consideraban su protector; conocedor de todo lo creado gracias a sus millones de travesías por todo lo largo y ancho del infinito universo; por así mismo, planetas en guerra como Venus o Marte, más allá de todo lo conocido por los Alpha-Centauri veían a Cosmidog como una amenaza más que como un aliado más; generando estruendosos ataques a la aún desdichada criatura, quien solamente deseaba satisfacer su curiosidad, propia de su naturaleza y la principal razón de sus conocimientos sobre absolutamente todo lo que veía.
Tristemente su mayor virtud era su mayor debilidad, ya que un día el enorme canino, mientras comía un par de estrellas agonizantes sintió la presencia de una nave. Emocionado, giró su cabeza con su enorme lengua fuera, quizás eran los meteoritos; (quienes lanzaban anillos de arcoíris al solitario Galadog). -- ¡Que emoción! --. Pensó aún con su lengua afuera. Pero, para su sorpresa una nave tan pequeña como particular orbitaba Alpha-Centauri a una velocidad impresionante que aquella criatura había conocido muchas lunas atrás. Con todo el impulso que sus propulsores le brindaban comenzó a avanzar, rugiendo y ladrando a los que se habían convertido en sus enemigos; los Marcianos.
Mientras tanto en la nave marciana…
--Todo parece ir en orden, capitana – mencionó uno de los tripulantes de la nave 2951 con rumbo a Saturno. Estas palabras no confortaban a los pasajeros, demás tripulantes y mucho menos a la Capitana Krats, quien hasta ese momento sentía que su excursión no tendría un tiquete de regreso a Marte.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por las ondas irregulares que producía uno de los monitores; con una descarga de adrenalina gritó -- ¡A la velocidad de la luz! --. Y la orden, tan rápido como fue emitida se hizo realidad; de repente un enorme canino (quien al parecer no sabía que no existe sonido en el espacio) los perseguía. Sin un rumbo fijo y con poco combustible, la capitana se abrió paso entre los controles centrales para fijar el destino más cercano, y con una mano en el panel y con otra en la palanca; viajó al único planeta que no debía… la tierra.
Todo ocurrió muy rápido, tanto así que algo dentro de Cosmidog no le permitió concentrarse en nada más que en lo que al parecer era un planea… y ahí estuvo, rotando alrededor de un balón negro y gris; jamás había visto tanta tristeza y aún en el espacio donde cualquier cosa es posible, era desastroso; devastador observar aquella pequeña pieza del universo, desequilibrarse cada segundo más … aún más cerca del sol con cada minuto que pasaba , a punto de arder hasta las cenizas, lo poco que quedaba.
No sabía cuánto tiempo habían estado allí, con poco oxígeno y miles de millones de lunas lejos de casa o de Saturno; pero entre todo aquello que la capitana Karts no sabía, lograba aclarar algo entre sus vagos pensamientos… aquella bestia colosal tenía la culpa de que se estuvieran a la deriva, perdidos y muy posiblemente muertos en un par de días, horas, minutos o segundos; ya todo era relativo; tenían que entregarse a la muerte.
A Cosmidog no le costó más de unos instantes recopilar toda la información posible sobre dicho planeta perdido en la historia, que había sido tan hermoso… el origen de la vida en el universo. – bajando sus patas observó al sol, luego como un reflejo, a la tierra… y en ese momento no pensó, simplemente se acercó lo más que pudo al sol; una estrella poderosa, aunque pequeña pareciese. El dolor, el ardor comenzó a ser inconmensurable; pero sin dudarlo dos veces siguió avanzando, hasta alcanzar el dichoso planeta, pero sus fuerzas disminuyeron al mínimo... ya no había esperanza alguna.
Un movimiento cataclísmico fue el causante de la devastación de todo lo que rodeaba a la capitada, quien solo deseaba acabar con sus agonías, tan rápido como fuera posible; y así fue. En cuestión de un segundo, el cielo se llenó de miles de estrellas agonizantes, almas cuyo destino formó parte del caos inmenso y despiadado del universo. Estrellas agonizantes que estarían condenadas al sufrimiento eterno, ya que no habría ningún perro galáctico quien los librará del infierno.
- Paula Andrea Canizales Ávila*
- Estudiante de Diseño Gráfico
- Universidad Santo Tomás
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ARTE-FACTO. Revista de Estudiantes de Humanidades
ISSN 2619-421X (en línea) octubre de 2018 No. 8