Juan Diego Bohórquez*
En la carrera séptima con calle 23 desde hace 57 años siempre está “Doña Olga” junto a su hijo Andrés vendiendo periódicos, revistas, dulces y cigarrillos. Andrés, con 36 años, se denomina asimismo como “El hijo de la séptima” ya que esta carrera lo ha educado y lo ha visto crecer.
Bogotá al igual que muchas de las grandes urbes latinoamericanas tiene una gran carga histórica y cultural escondida entre sus calles, el ejemplo más claro de esto es la famosa carrera séptima, la emblemática avenida es vital para la movilidad Bogotá pues conecta la ciudad de norte a sur. En un recorrido de 23 kilómetros, la carrera séptima nos sorprende con sus contrastes, desde importantes centros financieros, teatros y centros comerciales hasta los rincones más humildes de la capital. La séptima siempre será sinónimo de cultura e historia, pero en especial de historia, pero no solo de la que se encuentra inmortalizada en libros que relatan el surgimiento y evolución de la capital colombiana, no, la séptima está compuesta de millones de historias que ocurren a diario en ella, historias que pueden pasar de simples o cotidianas, pero, que llegan a ser tan apasionantes como los grandes relatos Cachacos, muchas veces solo basta con comprar un cigarrillo en cualquiera de los puestos de vendedores ambulantes ubicados sobre la avenida para encontrar peculiares personajes dispuestos a contar estas historias ocultas.
Carrera séptima con calle 23, en la esquina de la hamburguesería Presto, después de comprar un Marlboro rojo conozco a “Doña Olga”, la dueña del puesto que desde hace 57 años ofrece periódicos a los transeúntes de la séptima, una mujer de 70 años, bajita y morena, vestida con un chaleco rojo de la revista Motor, un pantalón de sudadera azul claro y botas pantaneras blancas y que perdió la visión de su ojo derecho. Junto a ella está su hijo Andrés, un hombre delgado que mide alrededor de 1,85, utiliza gafas de sol y un montón de joyas y está vestido con un chaleco de peluche negro, un jean claro y mocasines. Juntos venden periódicos, revistas, dulces y cigarrillos, desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche. Andrés nació el seis de noviembre de 1982 y desde que tiene memoria ha sido parte de la historia de la carrera séptima.
Andrés Zambrano tiene 36 años –así él se quite tres- y los ha pasado en la carrera séptima. Creció allí y actualmente trabaja junto a su mamá “Doña Olga”, enfrentando todos los días nuevas dificultades, el cambio que ha sufrido esta avenida y la ola tecnológica que acaba poco a poco con la prensa impresa suponen adversidades con las que tienen que lidiar estos dos creyentes de los medios clásicos. Con el paso del tiempo se ganó el apodo de “Lucky” -porque fuma cigarrillo Lucky Strike de Daiquiri- y sus clientes y viejos amigos de puestos vecinos lo apodaron así. Actualmente, Andrés está estudiando derecho en la Universidad Incca de Colombia pero eso no impide que acompañe y ayude a su mamá en su “puestico” cuando puede, pero, más que un deber esto es una alegría para él, porque la séptima es como su segundo hogar y sus clientes y amigos que ha conocido allí son como parte de su familia.
Andrés es un ejemplo perfecto de los personajes que alberga la séptima entre sus calles y de las apasionantes historias que estos tienen para contar, cuando Andrés era pequeño y su mamá trabajaba en la caseta, todos los vecinos querían llevárselo para no dejar que se aburriera ahí. Andrés recuerda especialmente a Alfonso Parra, quien era dueño de muchos almacenes de la séptima y siempre se lo llevaba para sus locales, también recuerda que el administrador de esa época del restaurante La Brasa Roja que queda ubicado a pocos metros de la esquina de “Doña Olga”, siempre le daba almuerzo. “Siempre me tenía lista mi sopa de menudencias con arroz, papa a la francesa y una presa de pollo”, recuerda Andrés.
En un mundo donde la mayoría lee las noticias, periódicos y revistas a través de internet, “Doña Olga” y Andrés intentan mantener el negocio por muy complicado que sea. “Doña Olga” comenta que en aquella época cuando Andrés era apenas un niño, el negocio era muy bueno. “En ese tiempo, yo podía terminar el día hasta con $120.000 de esa época y ahora me toca contar las monedas para el Transmilenio”, dice. Andrés también recuerda que en su infancia y adolescencia, la séptima era una totalmente distinta. “Ahora la séptima está abandonada, antes esto sí era un lugar de comercio, se veían a los papás con los hijos y no sólo a la gente pegada al celular, era arreglado y organizado, ahora esto está es caidísimo, desde los edificios hasta los vendedores que se tiran al piso a vender”, dice Andrés.
Andrés y “Doña Olga” creen que el problema con las ventas y el deterioro de la séptima se debe al incremento de la inseguridad en el sector. “Ya la “gente de bien” no viene, porque los ladrones los sacan corriendo”, dice “Doña Olga”. Cuando se le pregunta a Andrés si él cree que la séptima volverá a ser lo que fue alguna vez, se ve muy negativo al respecto. “Todo está en quién nos gobierna y la séptima necesita mandatarios más humanos, que se preocupen por la carrera, por el bienestar de los que ya hacemos parte de la séptima”, dice Andrés. También cuenta que la presente administración de Bogotá está empezando a perseguirlos, a perseguir a vendedores ambulantes en la séptima que sólo “se la rebuscan” a diario, “lucky” cuenta como desde que hubo cambio en la alcaldía se empezaron a ver personas sospechosas dos o tres veces por semana, identificados con chaquetas azules de la alcaldía, la comunidad de vendedores del sector no ha encontrado una razón de porque están ellos allí ya que a simple vista no hacen nada en todo el día y últimamente han empezado a creer que son enviados directamente por la administración pública para mantenerlos vigilados.
En definitiva Andrés después de haber pasado toda su vida en la carrera séptima dice -botando el humo de su cigarrillo Lucky Strike con alegría- que le tiene mucho cariño y agradecimiento a esta avenida, pues ha sido junto al esfuerzo de su mamá la que ha llevado el pan a su mesa desde hace 57 años, pero también comenta con algo de tristeza y rabia que mientras la situación no mejore el negocio que con tanto esfuerzo han construido junto a su madre no podrá seguir funcionando.
Juan Diego Bohórquez*
Estudiante
Universidad Santo Tomás
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ARTE-FACTO. Revista de Estudiantes de Humanidades
ISSN 2619-421X (en línea) enero de 2019 No. 9