Sueño del Bicentenario

Karol Valentina Maldonado Sosa*

En una noche fría, de aquellas que son vigiladas por la palidez de la luna llena, Simona Palacios y Manuel Saenz paseaban por las ondulantes montañas que marcan los Barrios de Pisba, Paya y Labranzagrande. Cada uno, para distraer el tiempo en el camino, contaba sus historias: Simona hablaba a Manuel sobre su gusto al ver a las mujeres que vestían trajes de gala que caían al suelo y delineaban sus finas siluetas hasta la cintura, la caída de sus vestidos se asemejaba a las campañas de la iglesia.

Manuel la escuchaba, absorto en quien sabe qué ideas, y se sonreía con las ocurrencias de Simona. Ella, hermosa ante sus ojos y a la luz lunar, le preguntó sobre aquello que le tenía lejos. Él, con su cabello arremolinado por la suave brisa, le manifestó que se sorprendía de la manera de vestir de los hombres, que portaban fusil, varoniles, elegantes, sus pies reflejaban sus rostros. Sin embargo, le molestaba que debían someterse a la guerra por la libertad. Simona no comprendía.

Después de un rato, con los pies doloridos, descansaron sobre un mirador. Ella le pidió que le contara de cuál guerra hablaba, que ella desconocía sobre eso. Así que él la sentó sobre sus piernas y le contó que hacía algún tiempo aquellos hombres españoles defienden con su aliento y manos la soberanía de estas tierras y no permiten que nadie más tenga sus mismos beneficios. Por ello a los campesinos les toca obedecer; no pueden manifestar sus sentimientos y deben adoptar las posturas políticas de la Corona. Aún hace falta mucho para lograr que todos sean considerados iguales a ellos. Simona seguía sin entender, miraba a Manuel y le expresaba que deseaba ser igual a esas mujeres que había conocido en su visita a Santa Fe de Bogotá; que ella se sentía igual a ellas, pues aunque eran un poco más elegantes tenían su misma belleza; y que sería como ellas cuando alcanzara sus edades.

Manuel le explicó, compasivo, que las diferencias eran muchas, más allá de lo físico o de las ropas. Pues ellas eran damas reconocidas como mujeres de bien y que ella simplemente era una mujer subordinada al sistema político. Que aunque comprara ropa cara y su belleza fuera igual, nunca la tomarían por igual. Simona, triste por la respuesta, le preguntó a Manuel sobre la fecha en que cesaría esta situación y si esa tal guerra ayudaría a cambiarlo todo. Él, cabizbajo, le expresó que no tenía una respuesta clara, eso quizá solo lo sabía el dueño del tiempo. Él había escuchado sobre algunos hombres que iban a luchar por la igualdad de todos ante el sistema, pero que nadie podía saber lo que sucedería; que eso él lo había escuchado cuando dejaba el tabaco en el mercado de la plaza para su comercialización en las diferentes zonas de la comarca.

Allí también escuchó que un tal Nariño había traducido un libro que era del diablo y que tenía palabras con un veneno más fuerte que el de las serpientes cuatro narices, que esas palabras se estaban metiendo como dagas en lo profundo de los corazones de muchos hombres y mujeres; que ese veneno los hacia estar en contra de la Corona y, en ocasiones, hasta de sus familias. Manuel no sabía bien de que hablaba ese tal libro, sólo que no se podía hablar en público sobre él ni de su autor. Lo que sí sabía era que las palabras eran mágicas, porque convertían a todos en personas iguales.

Con esas palabras Simona sintió un piquete en su corazón, como si hubiese descubierto algo nuevo. En su mente empezó a revoletear una idea: conseguir ese libro mágico. Con él podría ser igual a esas bellas damas. Tal vez conseguiría que Manuel fuese un señorito bien distinguido; es más, su madre sería una Doña, con servicio y una hermosa casa; sus hermanas podrían conseguir unos buenos esposos y su padre, Don Octavio, tendría un puesto en el mercado de la plaza. Soñó toda la noche con esa imagen.

El amanecer alumbro la mañana y ellos despertaron. Siguieron su camino. Su destino aún estaba lejano y debían seguir hasta agotar el recorrido. El puente, casa del tío Santander, estaba lejos, faltaban más de 12 días de camino. Los días se pasaban entre hablar de la guerra, la paz, la libertad, la igualdad, el amor y cómo se veían ellos en unos años. Por los pueblos, colinas, barrios y bosques que atravesaron se encontraron con hombres y mujeres grises, tristes porque su vida era considerada menos que la de los españoles. Así, entre rostros y territorio, llegó el día en que arribaron a su destino. Los pocos habitantes que les hablaban, les contaban de la desolación que había quedado después de la gran lucha que se había desatado hacia unos días; de la participación de un valiente niño de apellido Martínez, que se rumoraba que las cosas cambiarían para todos, que ahora había llegado el momento y el tiempo de la igualdad. Manuel y Simona se abrazaron, ya no necesitarían el libro mágico; ya las personas habían empezado a traer el destino de la igualdad a su tiempo.

Simona despertó, solo era de nuevo el sueño que había tenido con su amigo de infancia. Se levantó, cepilló sus dientes, desayunó pancakes con mantequilla, nutella y fresas, y café, como todos los días. Tomó su bolso y se fue a su escuela, a iniciar el año escolar. Allí empezó su clase, como cada año, contando su sueño a los niños y niñas. Los invitó a seguir luchando por la igualdad de derechos, por el respeto a la diferencia, por libertad de expresión, que desde hace más de 200 años venimos luchando en las tierras colombianas los hombres y mujeres que las habitamos.

Fin.

Karol Valentina Maldonado Sosa*
Estudiante de séptimo grado
Colegio de la Presentacion de Tunja

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO. Revista de Estudiantes de Humanidades
ISSN 2619-421X (en línea) enero de 2019 No. 9

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