Relato de un estudiante

Brandon Andrey Rodríguez Soche*

Faltan seis horas para que sean las dos de la tarde del primero de febrero de 2019. Nada de esto sería de gran importancia si Brandon supiera que son las ocho de la mañana del primero de febrero de 2019.

 

En una repisa de madera en la esquina de una habitación, posa una nota con un recordatorio ya desgastado por el tiempo y el desentendimiento de los días y los meses, como sólo suele acaecer en las más grandes paradojas y en las vacaciones de fin de año, el tiempo se convierte en un pormenor y no está de más despreciar un número o dos del calendario, al final de cuenta todos los días son iguales.

En la misma repisa al lado de la desolada nota se encuentra un reloj que marca las ocho de la mañana, como es costumbre de la rutina, la caja rectangular aflora una alarma estrepitosa y saca de su trance al joven estudiante, Isabella su hermana quien había despertado horas antes para ir a estudiar, entra al cuarto de Brandon con una sincronía abismal a tempo de la alarma bulliciosa - ¡A DESPERTAR, A DESPERTAR! - dice la pequeña con malicia; después de esto su intervención se limita a dos acciones “caritativas” abrir las cortinas de un tajo y dejar la puerta abierta - acción que para cualquier mortal cae como un baldado de agua fría.

Son las nueve de la mañana y Brandon se levanta de una cómoda cama, sin saber porqué ni para qué; pero con el presentimiento de que no debería hacerlo. Una vez asimilado el despojo de su sueño y la pérdida de cualquier concilio piadoso con su almohada, se dirige zombilento y con pasos dubitativos a la ducha, justo a tiempo para vislumbrar a su hermana salir a toda prisa por la puerta principal.

- Era de esperarse - pensó Brandon - Que puntualidad se le puede pedir a una niña de seis años.

El hermano siguió su camino sin más, cuatro pasos y a la ducha. Dos pasos y al lavabo. Cuatro pasos de vuelta y a la toalla. Cuatro más de regreso al cuarto. Dos puertas; un armario. Ocho prendas una elección.

Una atmósfera parsimoniosa se asoma a través del vitral en aquella habitación, el joven se sienta en su cama adornada por el caos y se pone a pensar. Dos minutos… no pasa nada, cuatro minutos… no fluye nada, seis minutos y…

-Que no se te olvide - el vestigio de un recuerdo le roza la memoria. Para algunos los recuerdos se manifiestan evocando sucesos, lugares y personas, para Brandon no, su corto pero oportuno recuerdo lo lleva a presenciar un cuadro, un aroma y un color. De la nada como si tuviera una revelación pega un salto de la cama y grita - ¡es hoy!

Presuroso el joven estudiante revuelca y desparpaja todo a su alrededor como Labrador en tierra. Se encuentra impaciente y con justa razón, pues lo que le agobia es una incertidumbre que no sentía desde hacía ya varios meses. El despertar del tiempo. - ¡Dónde está! ¡Dónde está! - se repetía así mismo.

- ¿Será?

De pronto lo ve…

Una pequeña pestaña se asoma dentro de un nido de fotocopias y ropa mal acomodada. El pequeño cuadro estaba allí gritando a leguas con color y forma. Ya hacía mucho tiempo que exigía explicaciones por el olvido inmerecido de la memoria. Brandon se dirige presuroso hasta la repisa de su dormitorio y toma la pequeña nota en forma de cuadro. La abre y se encuentra con una escritura extraña muy propia de los niños de seis años o menos, en ella se ve un calendario improvisado hasta entonces muy útil y práctico, un mes, un día, un número - una manualidad más eficiente que las tasas de arcilla del día de las madres.

En ella el joven estudiante ve lo que necesita ver, un mes, un día, un número. A toda prisa el estudiante toma una mochila negra que reposa plácidamente al costado de la cama. Toma la nota. Sale al corredor.

Son las once y quince de la mañana. Brandon se mueve como gallina recién puesta en galpón. Del corredor al cuarto, del cuarto al baño, del baño a la cocina, de la cocina al comedor, del comedor a la cocina, de la cocina al baño, del baño al corredor. Una danza desaforada y pegajosa; digna de provocar la risa del más escéptico espectador.

Un guión asimilado
masterizado y complejo,

Un escenario reservado
para aquellos que saben correr contra reloj.

Cuatro pasos y a la cocina, media vuelta, cuatro pasos y al corredor, noventa grados, seis pasos y ni un respiro. Una puerta tan grande e imponente como escotilla de submarino. El joven se toma no más de cinco segundos para realizar un ritual infalible contra el olvido. Con una secuencia ascendente golpea de dos en dos cada uno de sus bolsillos para verificar que todo está.

Dos
Cuatro
Seis
Ocho
¡Vámonos!
(Sale)

Afuera una calle. Poca afluencia de autos. Las señoras chismosas que se asoman por las ventanas. El french poodle y sus tres amigos que ladran. La tienda de enfrente que se abre. El tendero que también se llama Brandon.

-¡Buenos días Brandon!

Doce y cuarenta y cinco de la tarde. El estudiante se mueve presuroso, su corazón es reemplazado por un metrónomo que marca un acelerado compás. La pesadez de unas vacaciones mal invertidas empiezan a dar fruto y la cuenta regresiva no da chance para errores. El tiempo siempre ha sido un caballero muy cumplido.

Brandon llega a una acera coloreada de amarillo y adornada por un poste que anuncia la parada de autobús. Se queda estático, toca el poste con una mano y se pone a pensar. Dos minutos… no pasa nada, cuatro minutos… no fluye nada, seis minutos y…

-¡Acaso esto es braille! - Brandon exclamó.

Apenas hubo de descubrir eso no pudo aguantar la risa y con más ganas se dispuso a limpiar sus pulmones a carcajadas. A pesar de que la acción del poste no es nada jocosa en sí. El estudiante tenía sus razones para no parar de reír.

-Si un poste tiene grabados en braille es porque alguien lo puede leer - se decía así mismo - eso quiere decir que hay gente que puede llegar a los paraderos y leer las inscripciones que precisa el poste.

-¡Pero! - Se reprochó a sí mismo - ¡si una persona no puede ver, cómo esperan que llegue al paradero! Es ilógico que en la inmensidad de la calle el desafortunado sepa el lugar exacto donde se encuentra el poste de la parada de autobús. ¡Si no sabe dónde está el poste, como va a poder leer!

Pasada la loca reflexión del estudiante, un transporte azulado con las mismas franjas de la acera y el cómico poste se aproxima. Una labor simple para cualquiera se pensaría, pero no para un miope avanzado, que roza entre el mundo natural y los espectros sombríos que presencian sus ojos. Es más difícil detener un bus cuando te gana la decencia y te ahoga la pena de hacerle perder un minuto de su tiempo al conductor.

-A esta paso quien va a usar el poste con las marcas en braille, seré yo - dijo el joven estudiante - tomaré el riesgo.
(Se sube)

Una y diez de la tarde. Brandon acierta en la elección del espectro azulado y se encuentra acompañado de cuatro rostros nuevos, relativamente dispersos claro. Mientras va pasando por un torniquete que asemeja a un gancho de maquinitas, se pone a pensar.

- ¿Las personas existen si no las veo?, ¿Si no hubiera visto estos cuatro rostros, podría decir que existen?, ¿Si no hubiera conocido a los que conozco, existirían? - muchas preguntas para un día pensó el estudiante.

Brandon siguió su camino sin más, cinco pasos y una baranda, seis pasos y una puerta, ocho pasos; una persona, treinta sillas una elección.

Una y cincuenta de la tarde. Afuera del bus mucha gente. Vendedores ambulantes. Un rapero que se sube. Un sol que sofoca y frunce el ceño. Una señora impaciente y preocupada por transporte - Por su expresión en el rostro y la tensión en la cara y ojos; ¡creo que! - se inquieta Brandon - también es miope. La mujer no alcanza a parar el bus.

Un silencio arrebata los chasquidos de tacones que escaleras no subió, ni pasillo recorrió.

Una mujer desesperada en un andén… Una silla vacía.

- Adiós señora.

Brandon baja del colectivo en frente de su destino, una baraja de puertas cristalinas le bloquean el paso de un tajo, en una de ellas se divisa un letrero que dice “Entrada de estudiantes, el cuatro de Febrero de dos mil diecinueve”. Decepcionado el estudiante saca la pequeña nota con el calendario artesanal y compara. Quien creería que una niña de seis años no sabría distinguir entre un uno y un cuatro. Una profesora más atenta quizás, una crayola de mejor calidad, unos amigos menos egoístas tal vez. La decisión de una niña que se rehúsa a romper la armonía de una obra de arte con una crayola verde limón. Una nota que se desquita de la indiferencia de la memoria. Una línea horizontal ausente en un signo convencional. Un color. Un día. Un número.

Un minuto… no pasa nada

Tres minutos… no fluye nada…

Faltan dos minutos para que sean las dos de la tarde del primero de febrero de 2019. Nada de esto sería de gran importancia si Brandon supiera que es la una y cincuenta y ocho de la tarde del primero de febrero de 2019.

Brandon Andrey Rodríguez Soche
Estudiante de Licenciatura en filosofía y Lengua castellana
Universidad Santo Tomás

 

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO. Revista de Estudiantes de Humanidades
ISSN 2619-421X (en línea) enero de 2019 No. 9

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