Mariana Arteaga Castro*
“Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.
— (Cortázar, 1963)
0.08 eran las probabilidades de que yo permitiría que alguien entrara en mi orden de planes perfectos y los desordenara, 0.08 eran las probabilidades de que alguien lograra hacerme reír hasta que pudiera llorar, 0.08 eran las probabilidades de relajarme y VIVIR.
— Mar
22 de Marzo del 2019, 12:30 p.m.
Era un viernes especial, ese día había quedado en salir con un amigo, para mí era una cita bastante importante, me había arreglado, maquillado, perfumado y todo lo que suelen hacer las mujeres cuando quieren impresionar a alguien; hasta había organizado mi tiempo para no tener trabajos esa tarde, realmente, todo marchaba tal y como lo había planeado, tal y como me gusta, a mi manera.
La idea era vernos para comer un helado, algo muy relajado, lo importante no era el lugar, era lo que íbamos a hablar, habían miles de temas que teníamos como “pendientes” , cosas que estuve guardando para decirle, (no en el plan del amor) era una situación estratégica, que había calculado fríamente, para recibir una ayuda o consejo a cambio. Consejo que nunca llegó. Si, el tiempo comenzó a correr como solo él lo puede hacer, y él no aparecía, mis esperanzas eran las que gritaban en mi cabeza, “él va a llegar” “Solo se le hizo un poco tarde” “Le paso algo” “No exageres”, miles y miles de razones me cruzaban por la cabeza. Él iba a aparecer, eso creía yo. Pero en el fondo más allá de creerlo era lo que realmente quería, quería que apareciera, quería que si quiera me dijera un “no alcanzo a llegar” y que no permitiera que mi imaginación hiciera de las suyas pero no fue así. Me dieron las 2:35 de la tarde y él no llegó, su llamada tampoco llegó, su mensaje tampoco llegó, lo único que había de parte de él, era un silencio muy grande y una decepción indescriptible que se filtró hasta lo más profundo de mi corazón. Solo él sabe, lo importante que era para mí esa cita, no por el amor, sino por el futuro, ese futuro que también había planeado y el mismo se había encargado de dañar.
Cuando finalmente la última esperanza desapareció de mi camino, sucumbí y decidí ir a mi lugar de refugio en la universidad: la biblioteca. Los viernes como es de costumbre la universidad estaba sola, siempre diré que el viernes en definitiva es mi día favorito, el gran palacio de aprendizaje queda solo para mí y para unos cuantos aficionados a la calma que procede de este.
Le escribí a una amiga para saber si podíamos hablar, tenía un nudo en la garganta, la esporádica cancelación de mi cita, me había dejado derribada, y lo único que quería era hablar con alguien sobre el tema.
- Val, ¿Estás en la universidad? Te necesito.
- Si Mari, llego en 30 minutos, ¿Dónde estás?
- En biblioteca, no demores, quiero llorar.
- Ya llego
Me dolía el corazón, no solo por mi amigo y el efecto colateral de su tácita cancelación, sino porque era el sexto viernes en donde alguien me dejaba “plantada” esperando un mensaje de “no voy a llegar, vete”. Mi orgullo de mujer, mi corazón de niña y mi mente de planeadora, estaban heridos, dolidos y totalmente resignados a que esta sería la historia de mis viernes por lo que quedaba del semestre.
Debo decir que hasta acá, ninguno de mis planes había salido como yo deseaba, todo era completamente diferente a como lo soñaba, y ahí me encontraba yo, en una mesa del centro de la biblioteca, revisando mi celular, deseosa de recibir un mensaje que dijera el famoso “no voy a llegar, vete” pero lo único que no llegaba era el mensaje. La biblioteca estaba sola y eso significaba que podía tener mi computador favorito solo para mí, el número 48, nadie irrumpiría en mi atmósfera de decepción, eso creía yo, eso había planeado yo, hasta que llegó alguien que irrumpió no solo con mi atmósfera de decepción sino que también supo irrumpir en el orden de mis planes.
Se puso enfrente de mí con sus zapatos perfectos y su sonrisa nerviosa y habló.
- Hola, mira es que, te he visto mucho en la universidad, realmente, me cruzo contigo en todos los pasillos, en las clases, en cada lugar al que voy tu estas allá, y bueno te acabo de ver en la cafetería y ahora vengo acá y tú estás, entonces no sé si ¿Te gustaría salir a tomar un café?- dijo él, con una sonrisa escondida en la esquina de sus labios, le temblaban las manos (lo podía notar todo).
En este momento puedo decir que el tiempo se frenó y todo lo que conocía como seguro dejó de ser seguro y se volvió una fantasía.
- Mmm hola… primero que nada, dime ¿Cuál es tu nombre? , siéntate, tranquilo – le dije con muchos nervios, no por él, sino por la situación, era algo que nunca en mi vida me había ocurrido.
- Mucho gusto, Cristián, ¿Cuál es tu nombre?- me dijo mientras se sentaba.
- Mariana pero dime Mar, ¿Qué estudias? – pregunte.
- Derecho y ¿tú?- debo admitir que en cuanto dijo derecho supo decepcionarme, mis experiencias con los futuros abogados no eran las mejores, de hecho acaba de ser dejada por uno de sus colegas.
- Mercadeo- dije con orgullo, pero en ese momento él hizo una cara de sorprendido, como si hubiera visto un fantasma.
- ¿mercadeo? Eres la primera persona de mercadeo con la que hablo de verdad- estaba tan sorprendido que me hizo sentir nervios (más de lo que ya sentía).
- Sí, mercadeo. Mmm ¿Cuántos años tienes?- dije para sentirme tranquila.
- 20 y ¿tú?- acababa de decir 20 años, pero no parecía de 20, se veía mucho más grande, más centrado aunque debe ser efecto de su carrera, los de derecho tienen cierta imagen de adultos, como si fueran los papás de la universidad.
- ¿20? No pareces de 20, te ves mucho mayor, como de 23, yo tengo 19- admito que no soy muy fan de decir mi edad porque me hace sentir pequeña y casi siempre todos se asombran y me incomodan con sus comentarios, pero él no hizo eso, por el contrario fue como si ya lo supiera, aunque logré percibir que se sorprendió, fue bastante prudente.
Lo que siguió después de esa charla fue una tarde diferente.
Efectivamente accedí a salir con él. Al principio no deseaba salir con él porque simplemente me parecía raro que una persona que dice verte por donde sea que pasa, llegue y te invite a tomar algo. Podría ser un psicópata o algo por el estilo, pero hubo algo en su mirada, algo en la forma en cómo habló que me dio paz, esa paz que por un momento me habían robado.
Cristián comenzó a ocupar cada espacio libre de mí atareada agenda, comenzó a llenar mi boca con sonrisas, mi mente con pequeñas cartas que me daba a diario. Debo aceptar que así mismo llegaron muchas dudas, ¿realmente qué quiere este niño? ¿Por qué no me deja sola? ¿Por qué sonríe cada vez que le digo algo, hasta un chiste flojo?, pero estas dudas Cristián las supo responder con sus acciones.
Comenzamos a salir y contarnos cosas, secretos, nuestras historias antes de coincidir con el otro, nuestros amigos se comenzaron a conocer, maravillosamente uno de sus amigos quedó “cautivado” por mi mejor amiga, aunque bueno, ¿Quién no quedaría derretido por ella? Es perfecta, por donde la miren, cada detalle, cada sonrisa, cada arruga en la comisura de sus labios, cada pensamiento diferente que se le cruza por la cabeza, la hace una niña realmente fascinante de conocer. Llevo con ella ya casi un año y puedo decir que no me canso de conocerla cada día.
Entre helados, cafés, gomas y canciones nos fuimos conociendo con Cristián. Un día me dijo algo que supo sorprenderme.
- Oye debes saber algo- dijo en un tono nervioso, el mismo tono que uso cuando nos conocimos.
- Dime, ¿qué es?- dije con un tono calmado para darle la confianza que necesitaba para decirlo.
- Mis amigos y yo te pusimos un apodo…- dijo bajando su mirada, se notaba que lo ponía nervioso el contarme esta especie de confesión.
- ¿Cómo así? ¿Cómo me llaman?- dije llena de curiosidad.
- 18-2- dijo él sonriendo.
- ¿18-2? ¿Por qué? - estaba confundida.
- Porque es el número del bus que yo cojo y siempre lo veo, literalmente por donde sea que mire el pasa, lo veo un montón- dijo Cristián, esto era lo más tierno que me había dicho, nunca en mi vida alguien me había puesto un apodo y me parecía algo supremamente hermoso y halagador, yo que me considero invisible, tenía un apodo en la vida de unos muchachos, eso es precioso.
- Es hermoso, en serio, entonces ¿Cuándo me ven me dicen 18-2?- pregunte con el corazón lleno de amor.
- Si, de hecho una vez antes de conocerte, ibas pasando como raro por mi camino y les dije “miren quién viene ahí” y ellos preguntaron “¿Quién?” y yo les dije “pues 18-2”- esa confesión que él acababa de hacer era realmente valiosa para mí, era algo que jamás en mi vida habría imaginado recibir.
Para este momento, Cristián ya había generado en mí algo que yo había anhelado con tanto deseo, una revolución. Cristián llegó como un regalo del cielo, el simple hecho de tener la valentía de hablarme aun cuando no tenía ni siquiera 0.08% de posibilidades a su favor me hacía entender lo mucho que él vale y lo capaz que es de persistir incluso cuando todo alrededor falla, es la persona más competente, osada y absolutamente segura que conocí este año, si pudiera hacer que se duplicaran las personas, sin lugar a duda lo duplicaría a él más de una vez, porque más allá del interés y todos los sentimientos que siento por él, considero que el mundo necesita personas como él, que vayan tras sus sueños, que luchen, que escuchen, cuanta falta le hacía a mi mundo la existencia de Cristián.
Antes de ÉL yo era una “Ella” bastante insegura, no era capaz de percibir muchas cosas.
Ella se miraba al espejo y aunque sentía que había algo especial en ella, también sabía que ese algo era invisible para cualquiera, ella permitió que muchos se posaran en sus labios, más de una vez se regaló y unas cuantas se vendió
Por un amor falso,
Por un trago,
O por la tan anhelada mentira: Te amo
Ella estaba usada, cansada y gastada, ella dejaba de querer su vida, y deseaba querer algo nuevo.
Ella moría por conocer el algo del que tanto hablaban, moría por poder sentir el valor que su único amor le susurraba.
Ella un día entre lágrimas y amores fallidos le pidió a su único amor que le enseñara cuál era ese valor del que tanto él decía que ella estaba llena y finalmente llegó quien le enseñaría ese valor.
Él, él no tenía idea de que antes de cruzarse por su vida aquel día, ella había pedido por lo que él haría en su vida, anhelaba ese efecto;
Cómo el drogadicto anhela las emociones que siente.
Cómo el enamorado anhela ser correspondido.
Cómo la flor anhela al sol.
Ella anhelaba entender finalmente su valor, para saber si por fin lograría hacerse respetar, hacer valer ese algo que tenía.
Finalmente él logró hacerle entender lo diferente que era el amor, entre cartas, detalles y frases, él lo logró, al fin ella entendió su valor, él generó su revolución de valor.
Ahora ella no será igual y él podrá saber qué cambió una vida y una generación gracias a dejarse usar por el amor eterno de ella.
El tiempo ha corrido, muchas cosas han sucedido diferentes caídas, risas, amores y hasta peleas se han dado en nuestra pequeña probabilidad del 0,08%, pero al parecer ocurrió, me ha cambiado la perspectiva frente a muchas cosas y espero poder cambiarle la perspectiva a él como él lo hizo ese 22 de marzo, aunque tengo miedo, nervios y unas dudas aún por responder, con él puedo confiar que estoy segura, estoy segura que llegó para interrumpir con mi maldición de los viernes, y ahora anhelo que llegue el viernes para estar con él, como aquel día que él se cruzó conmigo.
Bibliografía
Cortázar, J. (1963). Rayuela. Buenos Aires: Pantheon Books.
Mariana Arteaga Castro*
Estudiante de Mercadeo
Universidad Santo Tomás
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ARTE-FACTO. Revista de Estudiantes de Humanidades
ISSN 2619-421X (en línea) abril de 2019 No. 10