La muerte de Ana

Laura Natalia Aguirre Sayer*

Domingo 19 de junio del 2011, Ana está en su habitación, su madre no para de decirle que debe ir a la cama, sin embargo, no le hace caso, está demasiado nerviosa como para ir a la cama “respira, respira, respira”, mañana es su primer día en una escuela nueva, lo que significa nuevos extraños, nuevos docentes y casi que una nueva vida. Espera a que llegue su padre, su persona favorita, mira el reloj, 8:30 p.m., está sentada observándose fijamente y peinando su cabello, sentía que vomitaría de lo inquieta que estaba, en eso su padre interrumpe sus pensamientos.

Era un hombre esbelto y muy inteligente, su cabello negro igual que el de ella, sus ojos rasgados y su nariz afilada; siempre andaba elegante ya que su profesión se lo exigía, era abogado. Saluda a Ana y prosigue a acostarla, le da sus buenas noches y antes de irse le dice “todo irá bien mañana, ya lo veras. Lo prometo- hace una pausa y le dice lo que tanto ama escuchar cada noche que él se encarga de llevarla a la cama- ¿Sabes una cosa? Te amo mucho”, prosigue a apagar la luz e irse para dejarla descansar. Ella ya un poco más tranquila por las palabras de su padre decide dejarse llevar por Morfeo, esperanzada de que como dijo su padre, sea un buen día.

Son las 7:00 a.m. del lunes, Ana se levanta y como cada mañana realiza su rutina, saluda a sus padres y comienza con sus actividades mañaneras. 8:00 a.m., es hora de irse, su padre la llama, está esperándola abajo con su bicicleta, sonríe ante el recuerdo de su primera vez aprendiendo a montar.

Era el año 2010, más específicamente el 7 de agosto, su padre estaba empeñado en que Ana aprendiera a montar su bici sin la ayuda de sus ruedas complementarias, así que el la llevó durante un largo rato de una esquina a otra para que tomara confianza, hasta que en un momento dado la soltó; imaginaba que su padre estaba detrás siendo su soporte, no obstante, se sorprendió cuando lo vio en la esquina más lejana, ese día cayó, se raspó las rodillas, toda su carne estaba a fuego vivo. Al llegar a casa su madre se preocupó al verla con sus rodillas destrozadas, Ana con 10 años de edad no había experimentado un dolor tan intenso y la sangre saliendo no la dejaba calmarse. Su madre la llevó al hospital de urgencias, la curaron y pasó.

Regresa al presente mirando fijamente su bici, se sube y emprende junto a su padre el camino a la escuela. 8:30 a.m., es tarde, demasiado tarde, llega a la escuela y mira a su padre para que no la deje, él le muestra una sonrisa como tratando de animarla a entrar, le da un abrazo, un “abrazo de oso”, así le llama él y es para Ana uno de sus favoritos; la mira a los ojos y le dice “¿Sabes una cosa Ana? - hace una pausa- te amo mucho”.

Le da un escueto beso a su padre producto de la adrenalina y ansias que siente, se despide de este y se va olvidándose de decirle cuanto lo quiere “Ya que, esta noche será”. En el transcurso del día conoce a sus compañeros, docentes y directivas, al salir le cuenta a su madre como todos fueron muy gentil con ella, está tan entusiasmada. Ya estando en su hogar no ve la hora de que su padre toque la puerta para comentarle y asegurarle que su promesa fue acertada, fue un día extraordinario.

Como era rutina, Ana lo espera en la habitación y cuando entró no pudo contener lo feliz que se encontraba, su boca no paraba de moverse hasta que su padre le hizo un ademan para que por favor hiciera silencio “hija estoy exhausto- le dice- quiero descansar, mañana me contaras”. Por lo general él siempre llegaba tarde ya que su trabajo era muy extenuante, así que no se le hacía raro que se sintiera así, lo dejo en su habitación y se apresuró para ir a la cama. Al estar ya acomodada y apunto de sumirse en un sueño profundo recordó que no le dijo a su padre lo mucho que lo quería, “ya que, mañana será” y con ese pensamiento en la cabeza, se quedó dormida.

Martes, 21 de junio del 2011, eran aproximadamente las 7:00 a.m. y Ana se despertó como de costumbre para ir a saludar, cuando entro a la habitación noto que su padre no estaba, cosa que era extraña ya que él nunca se iba sin despedirse, bajo las escaleras y le pregunto a su madre la cual se encontraba en la cocina “¿a dónde fue papa?”, su madre se veía preocupada, le dijo a Ana que su padre fue hospitalizado la noche anterior en la madrugada, “todo va a estar bien, dentro de dos o tres días tu padre volverá”.

Estaba realmente inquieta, su padre rara vez se enfermaba, no obstante, confiaba en que estaría bien y pronto volvería a verlo, le pregunto a su madre si podría visitarlo, ella se negó, le dijo que los menores no podían entrar a un hospital, una cuestión de seguridad, así que no le quedaba más alternativa que esperar a que su padre se mejorara.

Cuando acabaron las clases, su madre no llego como de costumbre, en cambio estaba su tío esperándola, un hombre bajo con su cara ya un poco arrugada por la edad, la llevo a casa y no dijo gran cosa. Al entrar su madre la estaba esperando, su tío se despidió, le dio un gran abrazo y por último se fue.

La sala se sumió en un gran silencio, Ana le pregunto qué pasaba y con un gesto de dolor en su rostro le dijo “Ana, tu padre murió”.

Ella siente como su mundo se está derrumbando poco a poco, está en shock, no puede creer aquello que le acaban de decir, solo piensa en el último día que vio a su padre, olvidó por completo decirle cuanto lo quería y cuando tuvo la oportunidad no lo hizo, no se pudo despedir.

El dolor era insoportable, cada segundo peor que el anterior, recordó de nuevo el día que aprendió a montar en su bicicleta, ese día cuando llegó a urgencias el doctor le pregunto “en una escala del 1 al 10 ¿Cuánto dolor estas sintiendo?”, ella le respondió “9”, la miró, le sonrió tiernamente y la curó. Al irse el doctor llamo a Ana, “eres muy valiente”, ella no entendía porque lo decía, él le explicó que sus rodillas estaban destrozadas y que pese al dolor que estaba sintiendo dijo 9 cuando para una pequeña de 10 años ese dolor era definitivamente un 10, “por eso lo eres”.

La verdad es que Ana no dijo que era un 10 porque quería hacerse la valiente, Ana no lo dijo porque quería guardarlo para algo que realmente lo mereciera y llegó ese terrible día, la muerte de su padre era definitivamente un 10. No pudo evitar llorar toda la noche, le dolía tanto la cabeza y sus ojos estaban tan hinchados, pero simplemente no podía parar, cuanto deseaba decirle “¿Sabes una cosa papá? - sonreírle y abrazarlo- te amo mucho”.

8:30 p.m., Edgar Aguirre Arias murió a sus 43 años en horas de la mañana, murió el 21 de junio del 2011 por un problema en el corazón, según lo que su madre le contó. Ella estaba vacía, como cuando una flor se marchita al no tener un sustento que la haga ser preciosa, que la haga ser radiante. Ese día, no solo murió su padre, también murió Ana con él.

Laura Natalia Aguirre Sayer*
Estudiante de Contaduría
Universidad Santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) octubre de 2019 No. 12

 

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