El terrible rostro de la belleza

David Rios*

Mamá, hermanita, así llamaban los soldados rusos a las mujeres que pelearon junto a ellos en la segunda guerra mundial, cuando estas curaban sus heridas o los acompañaban acariciando sus cabezas, brindándoles algunas palabras de aliento en medio de la agonía. Aquellas mujeres, que aún siendo niñas dejaron sus aldeas en llamas y se enlistaron para defender la patria del enemigo alemán, vivieron lo peor de la guerra y guardaron sus recuerdos en lo más recóndito de su memoria. Avergonzadas de la barbarie de la que hicieron parte, y muchas veces señaladas incomprensiblemente por su pueblo, callaron las anécdotas del campo de batalla, reprimiendo lo irreprimible, mientras rehacían sus vidas sobre las cenizas de un pasado, un presente y un futuro destruidos por la guerra. Cuarenta años después de la victoria aliada, Svetlana Aleksiévich recorrió Rusia buscando sus testimonios, y con ellos escribió un libro que tituló: La guerra no tiene rostro de mujer; una obra llena de miserias, de tristezas y desventuras, como es obvio, pero también llena de poesía y una inquietante belleza.

En este libro se entrelazan todo tipo de revelaciones, desde el asesinato de un bebé por parte de su propia madre, quién tuvo que ahogarlo en un río helado, solo para no ser descubierta y asesinada junto a un grupo de campesinos por los soldados alemanes, hasta confesiones de adulterio en medio del fragor de la batalla, y aun cuando estas anécdotas y sus protagonistas podrían hacer de esta obra una miscelánea de testimonios en los que los lugares comunes del antibelicismo se amontonan uno sobre otro, es gracias al agudo sentido poético de Aleksiévich que este libro termina siendo algo mucho más humano y delicado que un predecible panfleto ideológico.

En esta obra, el lector a menudo se enfrenta a relatos que en medio del horror le deparan la incómoda sorpresa de producirle un goce estético y literario, a pesar de hacer evidente lo más despreciable de la condición humana, ofreciéndole una perspectiva de la vida y la existencia que va mucho más allá del juicio moralista y vano al que las redes sociales y nuestro siglo nos tienen acostumbrados. Es el caso de este fragmento que transcribo a continuación: “Entramos en un pueblo, los cadáveres de los partisanos yacían desde donde comenzaba el bosque. No soy capaz de relatar cómo les habían torturado, mi corazón reventaría. Les habían cortado a trozos… Les habían sacado las entrañas, como a los cerdos… Estaban allí tirados… Muy cerca pastaban los caballos. Se veía que eran de los partisanos, algunos estaban ensillados. A lo mejor se habían escapado de los alemanes y después habían regresado, o tal vez no se los habían llevado por las prisas. El caso es que estaban allí cerca. Había mucha hierba. Y también pensé: “¿Cómo la gente se atreve a cometer esas cosas delante de los caballos? Delante de los animales”. Los caballos tal vez lo estarían viendo…”. Con idéntica perplejidad, algunos capítulos adelante, en un aparte dedicado al amor en las trincheras, el lector asiste al primer beso de la teniente sanitaria Liubov Mijáilovana, un evento que en otras circunstancias estaría lleno de ternura, pero que desfigurado por la guerra toma un tinte macabro, sin dejar de ser bello y misteriosamente místico, algo que el lector advierte cuando finalmente entiende que aquel primer beso fue dado al cuerpo de un soldado de quien Liubov estuvo enamorada, y al que su timidez de niña le impidió declararle el amor estando aun vivo, por lo que tuvo que conformarse con los labios fríos y pálidos de su cadáver.

La guerra no tiene rostro de mujer es un libro abrumador, no hay un solo momento en el que el lector no se vea apabullado por la escala y la perversidad de la segunda guerra mundial, así como por el carácter y la fortaleza de esas mujeres que siendo prácticamente unas niñas, lucharon y sobrevivieron uno de los momentos más difíciles de la historia. Sin embargo, y gracias a la sensibilidad literaria de Aleksiévich, es que aun inmersos en medio de las tragedias y vejámenes registrados en su obra, descubrimos en estos testimonios verdades profundas y secretas que necesitaban ser registradas y comunicadas a todos aquellos que hemos tenido la fortuna de no vivirlas. Aquí está entonces este libro, este tristísimo poema. Aquí están, para todos aquellos que quieran escucharlos, los testimonios de las mujeres rusas que pelearon en el frente de batalla, aquí están sus vidas y también sus muertes, aquí está para que nunca olvidemos: el terrible rostro de la belleza.

David Ríos*
Autor y compositor

**Fotografía de Olga Shirnina tambien conocida como Klimbim

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y
no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) julio de 2020 No. 15

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