Farud Ignacio Bríñez Villanueva*
La presente crónica relata una historia personal de vida que se encuentra en estrecha relación con la vocación del profeta de la Biblia: Jeremías. Su desarrollo parte desde el nacimiento, pasa por la adolescencia, la juventud, y finalmente desemboca en la adultez. Es la narración de una vocación religiosa o cómo nació particularmente una vocación religiosa: “desde el vientre materno”. Una historia de vida narrada de manera concreta pero profunda, que está acompañada de un orden cronológico no solo de fechas sino también de acontecimientos que describen y exponen cómo a temprana edad y quizás sin saberlo, Dios ya había hecho su elección sobre el llamado a la vocación religiosa sacerdotal.
Se hace el símil con la historia vocacional del profeta Jeremías ya que según el relato bíblico este fue llamado antes de ser formado en el vientre materno, es decir, antes de nacer ya había sido consagrado por Dios para ser profeta de las naciones. Hecho que identifica la historia personal si se tiene presente que yo no estaba pensado, no porque no fuera deseado, solo porque mis padres no tenían conocimiento de la nueva vida que habían procreado. Mi madre, sin conocimiento de su embarazo se encontraba operada, suceso con el que nace la historia de una vocación.
Una vocación al estilo de Jeremías: desde el vientre materno
El 4 de agosto nacería no solo una vida sino una vocación, que como al estilo de Jeremías desde su vientre materno fue elegido para ser consagrado por Dios. “Consagrado” ya que no estaba planeado por mis padres, incluso mi madre ya había sido operada, y en eso radica la parte divina. Fue operada sin saber que estaba embarazada.
Sin embargo, aquel 4 de agosto el 99% de nacimientos fue de niñas, de mujeres, excepto yo, único varón que nacía en aquel hospital, alegría no solo para mi progenitora sino para el médico que atendió el parto, ya que fue el primero que me tomó, me abrazó y alegremente me dio sin mi consentimiento un paseo por el hospital anunciando la llegada de una nueva vida al mundo. El motivo de la alegría del profesional de la salud se produjo precisamente por ser el único hombre que nacería aquel día, un gesto probablemente machista pero al mismo tiempo fue el gesto que me dio la bienvenida al mundo terrenal.
Los años pasaron, y como es natural según el orden biológico seguí creciendo, al sur del Tolima, en un clima bastante caluroso, en zona rural y acompañado de muchos animales continuaba mi historia de vida. Alegre con lo que la vida me permitía vivir y tener, con los compañeros de escuela, niños que nos caracterizábamos más por la ingenuidad y la timidez que por otros factores como la tecnología o los videojuegos más posibles en la parte urbana que en la rural, una vereda que era en la cual yo residía llamada “puente de Cucuana”, perteneciente al municipio de Ortega departamento del Tolima.
En el campo colombiano con lo que más se trabaja es con la agricultura y la ganadería, no fue mi excepción. A temprana edad colaboraba con los oficios de la casa y también con el cuidado de los animales –vacas que eran propiedad del círculo familiar- y que debían llevarse a distintos lugares y “pastorearlas”, esto quiere decir, acompañarlas mientras bebían y comían en otros terrenos. Estar atento de ellas para que no hicieran estragos en propiedades ajenas y además estar atento que no se alejaran demasiado del lugar donde eran llevadas ya que habían peligros, uno de ellos era el de una vía nacional que atravesaba la vereda y los lugares donde ellas –las vacas o reses- eran llevadas y la cual comunica el Tolima de Norte a Sur, hecho que hace que sea frecuentemente transitada por todo tipo de vehículos y a todo tipo de velocidad.
Pero esta no era la única actividad desarrollada durante mi infancia. Un enero del año 2003 a la edad de 11 años llegaría a la vereda puente Cucuana un sacerdote, el cual, aparte de su oficio de cura también era docente, persona que desde ese momento me inculcaría el amor a Dios y a su vez, con su testimonio me empujaría a desear el seguimiento de Dios de la misma manera que él. Con un profundo sentido social, este sacerdote luchó por la construcción y aprobación por parte del estado de los dos grados de colegio que hacían falta: décimo y once, para aquel entonces solo existía la formación hasta el grado noveno y para los siguientes años los jóvenes debían desplazarse a alguno de los pueblos vecinos: Guamo u Ortega. Abogó además por el puesto de salud, por el cuidado de un caudaloso río que era fuente de sustento para muchas familias no solo por los pescados sino también por el turismo, digo “era” porque una represa que fue construida no solo lo deterioró, prácticamente acabó con él. También, este sacerdote fundó la parroquia, esto implicó su construcción y formación del pueblo. Estos hechos fueron algunos de los perpetrados por el ministro consagrado y que despertaron, como ya dije, el deseo de seguir a Cristo de la misma manera.
Efectivamente, el deseo ocurrió: el 11 de enero del 2009 ingresé al seminario de la Sociedad de San Pablo ubicado en la calle 170 #8g-31 de la ciudad de Bogotá. Inmediatamente inicié mi formación con los estudios filosóficos, los cuales culminé el año 2012. Actualmente me encuentro finalizando los estudios teológicos y en la parte final de mi formación académica y canónica a poco tiempo de recibir las órdenes mayores y ser ordenado sacerdote.
Hoy, 28 años después de aquel nacimiento puedo decir que esta es la historia de mi vida: crónica de una consagración anunciada. Que la promesa o anuncio hecho por Dios desde el vientre materno a Jeremías también me lo hizo a mí. Seguir los pasos de Cristo es el llamado que diariamente siento, llamado que inició en el vientre y se ha ido perpetuando a través de cada etapa de mi vida y que actualmente se mantiene latente siguiendo el llamado y vocación que Él me ha trazado.
Farud Ignacio Bríñez Villanueva*
Estudiante de Teología
Universidad Santo Tomás
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ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) octubre de 2020 No. 16