La torta endiablada

Lina Katherin Miranda Rincón*

Receta para el caos. Ingrediente principal: una mamá desesperada que no sabe qué preparar de almuerzo, un tío que no tenga nada que hacer, una receta de torta de zanahoria, una clase a punto de empezar y ganas de preparar una deliciosa torta.

Iniciamos con una madre que está angustiada al no tener principio para el tan anhelado almuerzo, continuamos con una foto de una deliciosa torta de zanahoria que de repente aparece en Facebook, y después una gran idea brotando de mi cerebro, pero miro la hora, 11:30, justo media hora antes de que empiece mi primera clase del día, aun así busco una receta en internet para salvar a mi progenitora de su angustia, y ahí está, pero no tengo los ingredientes, entonces decido salir a comprar lo que me falta. Cuando voy a mitad de camino me doy cuenta que me hizo falta algo esencial; el tapabocas, así que tengo que regresar a casa y subir cuatro pisos para buscarlo. Vuelvo a salir, y esta vez vuelvo con todo lo necesario. Ya son las 11:40. Mientras me lavo las manos pienso que debo apurarme para poder estar en clase y tener la torta en el horno al mismo tiempo.

Un tío aburrido aparece en escena, y ya que no tengo tiempo le encomiendo una misión muy especial; rallar la zanahoria. Mientras tanto la adrenalina corre dentro de mí, a la vez que revuelvo con muchas ganas tres huevos y azúcar, cuando ya parece caramelo agrego aceite y sigo batiendo. Ahora tengo que crear harina leudante, y después agregarle una cucharadita de canela y un poquito de bicarbonato de sodio, “no mucho porque ablanda la masa y el estómago” dice mamá. Cuando ya el tío tenga la mano cansada pero la zanahoria bien rallada es hora de pedirle que raspe la cáscara de un limón. Al mismo tiempo tenemos que moler unas nueces para darle un toque crocante a la delicia que estamos preparando y prender el computador porque ya son las 12:00 y la clase está por empezar. Ahora revolvemos todo en un recipiente grande (no vayan a ponerlo en un recipiente pequeño porque no va a caber y van a tener que lavar más cosas después, como yo).

Es hora de buscar dos bonitos moldes y untarlos de mantequilla y enharinarlos, para echar nuestra preciosa mezcla dentro de ellos. Mientras eso sucede yo empiezo a sudar porque el profesor ya inició la clase y yo sigo con las manos llenas de harina. Ya puedo llevar mis torticas al horno y esperar una media hora para sacarlas y poder almorzar.

Cuando la casa empiece a oler a rico tenemos que estar pendientes de la torta para que no se queme, porque si se eso pasa habría mucha gente triste y sin almuerzo. Como estamos ocupados en una clase que no es lo suficientemente divertida pero si necesaria, tenemos que recurrir a nuestra arma secreta; el tío sin nada que hacer, y pedirle que este pendiente de que no se vaya a arruinar nuestra creación, ya que mamá está ocupada fritando un delicioso hígado que será un gran complemento para nuestra próxima comida.

Cuando el estómago empiece a gruñir, suplicando por un poco de comida será la maravillosa y tan esperada hora de servir y probar nuestra creación. Un poquito de arroz, papa, hígado encebollado y recalentado de garbanzos del día anterior, es necesario para acompañar a nuestro protagonista del día; la torta de zanahoria. Servimos y nos vamos a seguir poniendo atención a clase mientras disfrutamos de nuestro almuerzo de campeones, pero no sin antes tomarle una bonita foto para poder antojar a tus amigos y ser la envidia de los demás. Ahí, en ese preciso momento, al probar la torta, es cuando nos damos cuenta que nuestras manos pueden hacer arte, un arte deliciosa que se disfruta a cada mordisco.

Pasadas dos horas necesitamos una familia débil de estómago, para que se empiece a quejar de dolores estomacales y que culpen a la pobre e inocente torta de zanahoria, cuyo único crimen era ser deliciosa. Mientras que tú al comer usualmente en puestos de la calle o hacer combinaciones raras de comida no te pasa nada, porque tienes panza de albañil, pero aun así estas convencida de que no es culpa de la torta, porque no tiene ningún ingrediente extraño, y cuidaste muy bien de echar poquito bicarbonato a la mezcla, con el fin de cuidar a tu familia y de evitar desastres en el baño.

Ya en la noche es hora de la cena, pero nadie quiere un pedacito de nuestra creación, aun así comen un pedazo, y al día siguiente todos se dan cuenta que la mala de la historia no era la pobre tortica, sino que en realidad el villano de nuestra historia no era nadie más ni nadie menos que el hígado mal cocinado.

Ese día aprendí que todo depende de quién te cuente la historia y que no todo es lo que parece. Siempre va a existir un lobo disfrazado de oveja, solo tenemos que buscar el villano y dejar a nuestra deliciosa torta en paz.

Lina Katherin Miranda Rincón*
Estudiante de Estadistica
Universidad Santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y
no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) octubre de 2020 No. 16

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