Jaime Andrés Durán Lamprea*
Llega marzo y con él un desinterés al ver como con el pasar de los años se ha ido perdiendo poco a poco ese sentimiento tan gratificante de estar próximo a un nuevo año de vida. Al principio, pensaba aprovechar ese día para coger mi moto e ir a conocer algún lugar nuevo, ya que cada vez se hacía más grande la necesidad de volver a sentir las caricias del viento rozando mis mejillas y la única e inigualable sensación de excitación que se produce al acelerar a fondo mientras sumó más y más kilómetros a mi historial. Así, pasaron pocos días entre clases, una que otra salida, y tiempo en familia; todo marchaba bien para nosotros, mientras que en el resto del mundo se iba expandiendo a gran velocidad un virus que nos marcaría la vida para siempre, la COVID-19.
Recuerdo que, en una clase de cálculo, entre risas y juego nació la idea de mis compañeros para celebrar mi cumpleaños a lo grande, aunque apenas era solo el comienzo de este nuevo tema de conversación, ya nos preguntábamos si sería el asado que tanto habíamos planeado poco después de conocernos o si por el contrario sería una noche loca en alguna discoteca. Poco después llegó el virus a Colombia, pero todo seguía como si realmente nada estuviese pasando, tanto así que un día al llegar de la universidad, mi papá me dijo que no fuera hacer planes para mi cumpleaños, ya que mi mamá había reservado para ir a la tapería de la plaza, un restaurante al cual le debíamos una visita hace un buen tiempo. Al siguiente día, esperé algún momento de desorden para contarles a mis compañeros que tendríamos que aplazar la fiesta, ya que saldría a cenar con mi familia, comentario que tomaron en son de risa y que contestaron rápidamente con comentarios como: más bien aplaza esa salida… nadie sabía que no pasaba un cumpleaños junto a ellos desde que cumplí 14.
Comienza el día domingo con algo de ejercicio, los que me conocen saben que este cuerpo no se mantiene así porque así, luego desayunamos, y como es costumbre ya, pusimos música, hicimos aseo y aprovechamos el sol de la mañana para lavar las motos. Al terminar, sacamos un pequeño anafe y un par de sillas, prendimos fuego y mientras se hacía brasa decidimos que comprar para almorzar. Al final nos fuimos por algo simple pero que nunca falla, bondiola de cerdo glaseada con Jack Daniel’s y miel de maple acompañado de papa sour y manzanas braseadas con bbq. Terminamos la tarde con un par de frías, buena música, y temas de conversación que nunca faltan entre mi papá, mi hermano y yo.
Abro mis ojos, es un nuevo día, cojo mi celular para quedarme un rato más en la cama, pero al desbloquearlo y ver más de 50 mensaje de WhatsApp siento un gran vértigo, y la primera pregunta que se me viene a la cabeza es ¿qué habré hecho? Poco después me doy cuenta que la universidad envió un comunicado con los representantes de curso, informando que por órdenes del gobierno no asistiríamos presencialmente a clases y por el contrario estas se deberían ser de manera virtual hasta nueva orden. En el transcurso de la primera semana todo se veía como un juego; nos sentimos libres al no tener que ir a la universidad, descansábamos todo el día y jugábamos en la noche hasta tal punto de amanecer hablando por celular, entre otras cosas. Luego comenzaron las clases, pero al no estar preparados para recibir las mismas de manera virtual, las primeras sesiones sirvieron de adaptación. Paralelamente a las clases y muy cerca a la fecha de mi cumpleaños se preguntaba por interno ¿y al fin qué? A lo que quedamos muchos en encontrarnos en la casa de uno de mis compañeros el jueves, día perfecto, ya que solo teníamos clase de comunicación y amaneceríamos el día de mi cumpleaños.
Llegó el jueves, cuando desperté mi papá no estaba en la casa, aproveché y le dije a mi hermano que me acompañara a la casa de un compañero, le dije que haríamos algo suave, luego llamé a mi papá para tantear la zona y preguntarle que dónde andaba y que si pensaba demorarse, él respondió que estaba donde una amiga y llegaría en la noche; aproveché y le conté que saldríamos un rato, ya que el viernes comenzaba un aislamiento preventivo que duraría todo el fin de semana y terminaría el día lunes, a lo que él no le vio ningún problema ya que era de día. Nadie sabía cómo terminaría todo.
11:30 de la mañana, ya listos, confirmamos si todavía el plan andaba en pie, varios responden que sí. Salimos de la casa con mi hermano rumbo al Transmilenio. La ciudad parecía de película, las calles solas, la mayoría de las tiendas cerradas y por primera vez, me subía en un Transmilenio casi vacío. Llegamos a la estación donde debíamos bajarnos y caminamos más o menos unos veinte minutos, bajo un sol como ninguno, radiante y picoso, a tal punto de ser un poco fastidioso. Llegó la hora, habíamos llegado a nuestro destino. Nos encontramos con dos compañeros y subimos al apartamento; seguido pusimos música, hablamos un rato, pero durante esta charla sale un comentario sutil; “hace como sed ¿no?” Nos reímos y luego hicimos la primera vaca del día. Salió uno de mis compañeros junto a mi hermano y trajeron una canasta de cerveza, dejamos cuatro afuera y el resto fueron al congelador. Mientras hablábamos de todo un poco, comenzamos a escribirle al resto para ver si al fin iban a venir, nadie más pudo venir por diferentes razones, algunos les quedaba algo lejos, otros ya tenían fiesta en otro lado y otros no los dejaron salir. Poco después mi compañero que había prestado la casa, movió un par de contactos, y en menos de media hora ya habían confirmado más o menos unas ocho personas más.
Poco después llegó la primera invitada, una chica de estatura baja, de tez blanca, pelinegra y con tatuajes por todo su cuerpo, nos saludó, y comenzamos a hablar de todo un poco, de esta manera llegaron un par de amigas de ella, cada una con botella en mano, uniéndose todas a la conversación y empezando a llenarse la casa. Había algo en común entre nosotros, una cierta empatía, como si lleváramos un poco más en conocernos. Luego hicimos la segunda y última vaca, ya que la idea era ya abastecernos de lo necesario para no tener que salir más. Salimos un grupo pequeño hacía un supermercado algo cerca del apartamento, compramos cuatro botellas más, y llegando a la casa compramos dos canastas de cerveza. Eran como las cinco de la tarde y ya se comenzaban a sentir los efectos del alcohol, pero esto no bastó para seguir tomando a un ritmo descomunal. Apenas oscureció y con tan solo una pequeña luz que entraba por la ventana del poste más cercano, comenzamos a bailar; poco después ya el ambiente era bastante caluroso, y en las paredes se podía observar cierta humedad, que podía confirmar lo bien que la estábamos pasando, tanto, que nadie se sentó en un par de horas. Antes de las doce de la noche nos sentamos un rato para reposarnos y seguir hablando, fue allí cuando el trago hizo efecto, al rato comenzaron las felicitaciones por mi cumpleaños, y recuerdo bien que querían cantarme alguna canción de cumpleaños, pero yo entre interrupciones y risas no deje.
Poco después salió una botella con una mezcla algo rara, algo como una piña colada, esta era la última botella que quedaba en casa, aquella que nos daría un contundente knockout. Después de esto se veía la gente dormida en el sofá, y uno que otro durmiendo en el piso, incluyéndome. Al siguiente día desperté muy temprano como de costumbre, no sabía cómo había llegado a una cama, pero allí estaba, junto a mi hermano; y antes de que saliera el sol aproveché para organizar el cuarto donde me había quedado y poner a lavar las sabanas donde había dormido. Mi compañero se levantó, nos abrió la puerta y nos despedimos, no sin antes darle las gracias por todo. Comenzamos a caminar en busca de un taxi, pero nunca encontramos uno, así que decidimos caminar hasta la casa de mi mamá, ya que nos quedaba mucho más cerca. Al llegar, recibí mi regaño respectivo por no llamar en toda la noche, seguido de un feliz cumpleaños, puse a cargar el celular mientras tomaba un baño, luego prendí el celular y llame a mi papá para decirle que estaba bien, él lo tomo peor, ya que no le avise que saldría de fiesta, y además según él, me había llevado a mi hermano para que aprendiera malas mañas. A las ocho de la mañana y desde mi celular entré a una fiesta que, al pasar de los minutos se hacía más pesada, entre las voces de mis compañeros de clase y las mejores luces laser que había visto en mi vida... estaba en una clase de algebra lineal, con un tablero lleno de vectores de diferentes colores y con un guayabo como ninguno.
Así fue aquel veinte de marzo, pasé todo el día acostado en una cama, saliendo de una clase para entrar a otra, recibiendo llamadas y mensajes de felicitaciones y buenos deseos. Estuve allí durante el fin de semana por la restricción que había y el domingo por la noche pedí un taxi y me regresé a casa. Siguieron pasando los días, entramos en cuarentena nacional y mi mamá decidió venirse para estar durante la cuarentena con nosotros. No pasaba nada extraordinario, los días eran muy básicos, duraba prácticamente todo el día sentado frente al computador en clases, pero casi un mes después, un sábado cualquiera, despierto algo sorprendido al escuchar música de cumpleaños en mi casa y enseguida me pregunté ¿y ahora qué les pasó? Me levanté de la cama y me di cuenta que mi mamá estaba preparando mi desayuno preferido; arepa asada, chocolate con queso blando y huevos cocidos. Al sentarnos a desayunar me comentaron que no había sido posible celebrar mi cumpleaños por todos los acontecimientos previos a él, pero que eso no era impedimento para celebrar cualquier día del año, y que era el momento adecuado ya que estábamos en familia.
Luego mi papá se puso “la diez” con el almuerzo y preparó bocachico al cabrito, patacones y ensalada de aguacate, almorzamos y dormimos un buen rato. A eso de las seis de la tarde me cantaron el cumple años y partimos un pudin. Volvió a suceder, estaba pasando nuevamente un cumpleaños junto a mi familia, así, y solo así, se cumplen unos felices 22.
Jaime Andrés Durán Lamprea*
Estudiante de Ingeniería Industrial
Universidad Santo Tomás
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ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) octubre de 2020 No. 16