Los invasores quiénes son

Dora Alejandra Ortiz*

Me despierto con el insurgente, y ávido de fuerza, sonido progresivo de un grupo de pajarillos que alguna vez dijimos cantaban en las tardes, desapercibidas por los ruidos de los carros, las motos y la incipiente huella del humano en voces y gritos y murmullos afuera, en la avenida. Hace mucho que no me detenía a pensar en los pajarillos, sin rostro, sin color, sin imagen, aún desconocidos por mis ojos pero que han logrado seducir mis oídos cansados un poco, de tanto ruido, ausentes de sonidos verdaderos.

Hoy no es un día diferente para el mundo o tal vez lo es, la naturaleza parece seguir su curso y mientras tanto seguimos dentro del cemento de nuestras casas ante la presencia de un virus que no sospechamos influyera tanto en nuestras vidas.

Es miércoles, pero podría ser lunes o jueves, los días han perdido nombre, despertar es hermoso hoy porque escucho algo que en otros días parecía oculto e invisible. Mirar mi celular es la única certeza sobre el conteo de los días, las fechas, los horarios. Pero hoy he decidido que puedo quedarme un rato más escuchando el sonido que me ha despertado, aquel que me llevó a recuerdos efímeros e imágenes como si fuera un corto audiovisual de experiencias con lo verde, ese que se nos olvido era lo más valioso de la tierra. Ese verde, azul, naranja, o cuanto color se piense que al fin y al cabo es lo vivo, sin importar como se vista, como se vea o como se toque, está resurgiendo con el paso de los días y está completamente ausente pero no de nuestras vías como lo ví ayer en el noticiero sino del temible virus que ha matado a miles de los nuestros.

Abrir los ojos y ver a mi alrededor las cuatro esquinas de cemento pintado de color hueso me retorna a la realidad, pero mis ansias de ver lo que estoy escuchando me incita a levantarme de mi cama y justo al lado de mi ventana mirar el parque, al frente de mi casa cuando aún no ha salido el sol. Se materializa el sonido y mi corazón late más rápido y más fuerte, es un impulso efímero de segundos que no cuento completamente arrojada a lo que mis ojos divisan, es el verde de los árboles que ví pero jamás observe y del que ahora me gustaría abrazar. La cuarentena, pero más aún la situación del virus generó en dos vías de mi ser reacciones inesperadas, soy yo la que ahora desea salir a tocar los árboles y ver los pajarillos, pero aún que no puedo hacerlo se siente más cerca de ellos que cuando sin restricción caminaba ausente y arrojada a pensamientos que creía necesarios. Estoy presente y he decidido que por ser miércoles, o lunes o jueves puedo escapar de la coyuntura y permitirme tomar un café mientras el sol comienza a salir despacio. Son las 7 y estoy sintiendo como sus rayos atraviesan la ventana y tocan mi piel.

Los pajarillos no se detienen en su canto y con el paso de las horas me doy cuenta que no soy la única que ha recibido el regalo de ver a los animales llegar por las vías solitarias ante la falta de humanos. Seguramente los colibríes estuvieron siempre en el parque o tal vez llegaron hace días, en todo caso es increíble darse cuenta como algo que en teoría nos aleja, nos separa, ha hecho que yo me reconecte con lo natural.

El confinamiento también me permite pensar en el momento en el que las conexiones con la biodiversidad de este planeta se vió opacada por los intereses de unos y otros por un poder que nosotros mismos creamos entre nosotros y entre nosotros y lo bio. No reconocemos el impacto de nuestra destrucción en el planeta, solamente lo ha logrado una pandemia y aún no ha terminado. Ahora muchos anhelan salir y se sienten estresados, agobiados en un mismo espacio, sin embargo a mi mente llegan los recuerdos de los zoológicos a los que visité cuando era niña y en los que creía ver a los tigres, los pumas, los leones o las grandes jirafas en un hábitat que era grato y hasta en algún punto familiar para mi, pero que no me había detenido a pensar era un espacio ajeno, simulado y creado por nosotros los humanos, sin pensar que los despojados de su territorio eran ellos. Estar en mi casa aunque para algunos se convierte en una situación caótica, incierta e incómoda es aún así un espacio que hemos convertido en lo que llamamos nuestro, nosotros mismos en la medida de lo posible lo volvimos propio, lo identificamos y lo vivimos mientras lo habitamos. Pero para ellos es distinto, nuestra apuesta sería recrear un espacio natural que aún así es más cercano a vidas urbanas como la mía, pero completamente desconocida y de privación total de lo que el ser humano ha entendido como libertad, y eso tratando de no imaginar la situación de los circos, ahora y en coyuntura casi extintos o modificados, adaptados o reconstruidos que no han podido dejar atrás, en mi mente por lo menos, los casos documentados de maltrato.

Pero volviendo nuevamente a lo que veo, ahora que son las 8 las noticias de la radio comentan de los supuestos invasores que se han visto en las aceras, las vías, los espacios y las construcciones de cemento tan cercano para los citadinos. La noticia saca una sonrisa tímida a los periodistas que hace un rato se escuchaban consternados por las cifras de las muertes. Dicen que por la falta de personas, vacías y desiertas ahora las calles han sido tomadas por jabalíes, como pasó en España, zorros en los Estados Unidos y un puma en Chile- pero Colombia no se salva- dice una periodista mientras cuenta que desde un video en las redes sociales, el nuevo mundo de unos y otros, se registró a un gran oso hormiguero.

Es increíble- dice otro periodista mientras comenta y detalla lo que ocurre en el video haciendo énfasis en la reacción de los que grababan- están sorprendidos- retoma otro en la mesa y dan paso a un corte comercial que a fuerza de descontextualización pero por la fuerza del dinero y la publicidad invita a un circo conocido en las últimas semanas. Que contradicción me digo a mi misma porque aún en esta contingencia hay cosas que escapan del sentido y siguen existiendo por la fuerza del mercado.

Después de la pausa comercial dan espacio en la emisora para hablar del posible desabastecimiento y en las plazas de mercado, en un sentido más orgánico, se comenta que comida si hay, las toneladas llegan cuando aún no amanece y es consumida como si no hubiera un mañana. Algunos asustados salen a comprar cuanta cantidad sea posible y le quitan la posibilidad al siguiente de la fila, y todos en conjunto hablan del campesino que se levantó a trabajar y que ahora tiene relevancia nacional.

Desayuno entonces pensando en cada alimento que conforma el plato, ahora podría decir que tiene un sabor a tierra arada, en los términos más amables y propios de la palabra, porque me he detenido también a pensar en el campo, la siembra.

Quienes dependen de quien, me pregunto ahora mismo, sentada en el comedor del cuarto principal. En la ciudad hemos olvidado la importancia de los trabajadores rurales -la ciudad consume lo que el campo produce- recuerdo alguna vez cuando lo escuché en un paro agrario (que para algunos no existió) sin embargo, está mañana decidí agradecer por la comida que algunas veces damos por hecho el hecho de tenerla con la facilidad de un billete y sin reconocer el trabajo que requiere, porque a veces creemos reducirlo todo a los pasos de la tienda, y sigo aquí sentada en la mesa pero ahora saboreo todo.

Este día he logrado afianzar un poco mis sentidos, por lo menos el gusto, el oído y la vista -y el olfato donde queda- me pregunto yo, aquí en mi casa el ambiente es agradable, los olores también se vuelven familiares y ahora más, después de que he estado expuesta al aire de Bogotá que lamentablemente está muy contaminado, hasta hace poco tiempo tuvimos alertas e indicadores de colores por si alguno tiene dudas, y es que a veces así se proyectaba aún con tonos más marrones cuando las fotografías desde los helicópteros evidenciaban la emergencia. Los cambios por el uso disminuido de los carros, las motos y hasta el propio transmilenio en esta ciudad mejoró considerablemente la calidad del aire, sin embargo tengo la esperanza de que cuando el confinamiento termine podamos pensarnos estrategias más amenas para los pulmones, para el ambiente, para el planeta.

Y la radio sin detenerse en su misión informativa, invita a lavarse las manos con frecuencia para evitar el contagio y prevenir el virus; mientras tanto comienzo a cocinar, se acercan las 10 y pude tomar un baño, salir a comprar algunos víveres y sortear las finanzas por el aumento de precios de algunos productos en general.

La gente a mi alrededor, en términos de metros y no de centímetros (como usualmente sucedía, sobre todo en las horas de la mañana en las compras matutinas) me miran y sus rostros, a decir verdad sus ojos, (ya que por el uso de tapabocas es lo único que se visualiza) imprimen un gesto de temor, otros de constreñimiento y un par de ojos en específico de asombro por mi incapacidad para usar tapabocas, claramente y por dos razones, por mi incomodidad, que se ha extrapolado a usos mínimos o casi nulos y también por mi falta de creencia, que se sustenta en el llamado de los médicos por evitar su uso y solamente dejarlo para quienes están enfermos, en que puede ayudar a evitar la propagación y si contribuye a la escasez para el sector salud. Sin embargo, la reacción del par de ojos hizo un poco jocosa mi mañana de reflexión.

Cocinar es agradable y para algunos medicinal, desestresante y ameno, sobre todo si es en función de otros, los seres amados, la familia, su materialización se vislumbra en la figura de una madre o un padre, en mi caso con el que vivo, hábito y convivo desde hace años. Y ahora cuando nos vemos a varias horas del día y de la noche se abre el camino para disfrutar de otros espacios de manera realmente presente, y así, el día va pasando y lo voy sintiendo con intensidad, con cada actividad que hago, que comparto y en la que me vuelco a los lugares más cercanos, retorno al origen de las cosas que considero importan más, aquellas que pensándolo bien y ante esta situación ha generado en mi diálogos en aspectos inusitados, nuevos y poco tratados, mi entorno, la gente que amo y los desafíos que como humanos tenemos y que por lo menos y por ahora están presentes en nuestros vidas, cuando les damos voz a si sea desde la interna, la que solo nosotros podemos oír.
En las horas de la tarde se vuelven plenos el entorno y la vida misma con el rayo de sol cerca de las 6, por el ritmo suave de la música de mi celular que se detiene unos instantes para volcar mi atención al sonido de los pajarillos que regresan llegada la noche y de manera muy efímera, porque en cuestión de minutos se silencia por completo el sonido del pequeño parque, que a propósito por estos días se ve más limpio, sin basura y con la presencia de uno que otro perro callejero o acompañado de un humano que mira a todas partes excepto a su mascota. Los pajarillos se han ido y no se si regresarán para mañana, en todo caso tengo algo claro y es que creo que esta vez han llegado para quedarse por lo menos en lo que concierne a quien ha escrito esta sencilla y vívida experiencia.

Nota: Al momento de escribir estos sentires aún no se había establecido el uso obligatorio de tapabocas y sus posibles beneficios para evitar la propagación del virus.

Dora Alejandra Ortiz *
Estudiante de Sociología
Universidad Santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y
no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) octubre de 2020 No. 16

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