Hay lugares donde uno se queda, y lugares que quedan en uno

Yulieth Tatiana Holguín Alfonso*

Todo comenzó un domingo 15 de marzo, faltaban 10 minutos para que fueran las 8 de la noche, esta era una noche fría, el cielo estaba nublado y se sentía el cansancio en mi cuerpo de un fin de semana agotador, con un exceso de trabajos acumulado. Me encontraba con mi familia en la sala cuando de repente recibí un correo de la universidad donde me informan que se suspenden las clases por la pandemia del Covid-19 que está afectando al mundo entero. En este momento, a pesar de las circunstancias, me alegré mucho porque tenía la esperanza de volver a mi pueblo y poder compartir con mi familia, mi alegría era inimaginable, la noche fría se volvió una noche de delirio para poder viajar pronto. Empecé a alistar mi maleta y organicé todo, ya que mi madre me había dado la maravillosa noticia de que a las seis am del día siguiente emprenderíamos ruta hacia mi hermoso pueblo.

Son las 5 de la mañana del lunes 16 de marzo, suena el despertador y la tierna y dulce voz de mi mamá me despierta, se acerca y con una gran sonrisa en su cara me dice “ya llego el día por fin después de cuatro meses podemos visitar a los abuelos y poder volver a nuestro pueblo”. Alistamos todo lo más rápido posible y emprendimos 5 horas de viaje por la ruta al llano, pasando por cinco hermosos pueblos como lo son el Sisga, Guateque, Garagoa, Macanal y por último Santa María, hasta llegar a nuestro destino San Luis de Gaceno Boyacá.

Esa sensación de paz, tranquilidad y alegría al tocar la puerta de la casa de mis abuelos y recibir un gran abrazo. Tenía muchas ansias de salir y compartir con mis compañeros de colegio, pero, por la propagación de este virus ya se habían tomado medidas y no pude salir de mi casa para darles la sorpresa a mis amigos de que había regresado a mi anhelado pueblo.

Después de 60 días de estar en cuarentena, exactamente el 15 de mayo a las seis a.m., me despierta un gran rayo de luz por la ventana de mi habitación y me siento triste y sola en mi casa. Me doy cuenta de que un nuevo amanecer surge, haciéndome pensar cuando sería el día en el que podría volver a salir, y poder disfrutar de ese hermoso sol y el hermoso paisaje que irradiaba mi pueblo San Luis de Gaceno. Es por esta razón que a las nueve am decidí salir a tomar aire, después de haber desayunado un rico y delicioso caldo de gallina con arepa boyacense, me quedo pensando que no hay nada más rico que la comida de la abuela.

Era un día muy caluroso, estábamos a 32°C, se sentía el sudor por mi cuerpo y por fin decidí salir de mi casa. Al emprender partida quedé sorprendida al ver como el semblante de mi pueblo había mejorado, ya que era un día hermoso, soleado, lleno de muchos colores y con un hermoso paisaje, a pesar de que no habían personas en las calles se podría apreciar la limpieza de los parques, seguí caminando hasta el río Lengupa que se encuentra cerca del cementerio de mi pueblo y decidí sentarme en la arena del río a escuchar el sonido de los pájaros y la tranquilidad de mi pueblo sin autos, sin ruido y sin personas. Quise cerrar mis ojos y escuchar el sonido de los pájaros desarrollándose en mí una sensación increíble de mucha tranquilidad y amor por la naturaleza; luego de haber sentido esta sensación me hizo caer en cuenta de que por mucho tiempo he tenido estas expresiones de amor por parte de la naturaleza y nunca las hemos aprovechado, siempre he preferido estar pegada de un dispositivo móvil sin tener en cuenta que mi verdadera paz y felicidad estaba en la naturaleza.

Estuve en el río por cuatro horas y decidí volver a mi casa para contarle a mi familia la maravillosa sensación que había sentido y al llegar a mi casa, tuve la gran sorpresa de ver que había un hermoso pájaro (azulejo) en el balcón de mi casa, mi familia quedó muy sorprendida porque al balcón de mi casa nunca había llegado un pajarito, en ese momento todos decidimos sacar nuestros celulares y para capturar este hermoso momento. Todos quedamos asombrados por la visita de este azulejo y gracias a este pequeño encuentro tuvimos la idea de ir con mi mama y mis abuelos al río el día siguiente.

Son las 8 a.m. del 16 de mayo, me despierto con las ansias de volver otra vez al rio Lengupa a sentir esa maravillosa sensación y esta vez al lado de mi familia; pero, al salir al balcón de mi casa, me doy cuenta que era un día muy lluvioso, el cielo estaba nublado, se sentía que era una mañana fría y se presentía que todo el día estaría lloviendo, ya que en mi pueblo para estas fechas se tenía previsto que empezaría el invierno. Me quedé esperando toda la mañana viendo por la ventana de mi casa a esperar el momento en el que la lluvia terminara y pudiera salir con mi familia a cumplir nuestro anhelado momento. Pasé allí horas y horas observando las grandes gotas de lluvia y el viento fuerte que arrasaba con las hojas de los árboles.

Llevo 2 horas sentada detrás de la ventana del balcón esperando el momento en el que pueda salir, pero entre más transcurrían las horas de espera cada vez incrementaba la lluvia. Son las 12:50 del mediodía y continúa la lluvia, me siento triste pero la voz de mi madre me consuela. Decidí abandonar el lugar donde me encontraba y empezar a realizar trabajos de la universidad para aprovechar mi tiempo y por fin faltando 15 minutos para que fueran las cuatro de la tarde; cesó la lluvia, me alegré demasiado y decidí alistarme para poder salir con mi familia. Nos demoramos 10 minutos en tener todo listo y nos fuimos preparados con nuestros elementos de seguridad como lo son los tapabocas y guantes, teniendo en cuenta el distanciamiento con las personas que se encontraban fuera de sus casas, y es así como por fin llegó el momento tan anhelado de poder compartir esa maravillosa sensación al lado de las personas que amo, fue un momento maravilloso y pasamos allí horas hasta el atardecer, llenándonos de buenas vibras luego de estar en confinamiento 62 días. Es así como gracias a esta pandemia aprendemos a valorar la naturaleza y empezamos a valorar las pequeñas cosas que nos da la vida, dándonos cuenta que los tiempos compartidos en familia no se cambian por nada y que hay lugares que siempre estarán en nuestros corazones, así como lo es para mí San Luis de Gaceno.

Yulieth Tatiana Holguín Alfonso*
Estudiante de Ingeniería Industrial
Universidad Santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y
no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) enero de 2021 No. 17

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