Un día en los barrios pobres de bihar

Juan Sebastián González*

Eran las once de la mañana en los barrios pobres de Bihar, una ciudad india azotada por la escasez y en donde últimamente se oyen más gritos que carcajadas, en donde se ven más caras largas que sonrisas alegres y en donde ahora hay más dolor que de costumbre.

Era de mañana y la madre de la pequeña Alisha no conseguía levantarse de su cama; tenía fiebre, tos seca y un cansancio extremo que jamás había experimentado, ni siquiera aquella vez que levantó su vivienda de ladrillo en donde pasa las noches junto a sus dos hijas en aquel distrito golpeado por la pobreza. Alisha visitó la estrecha habitación de su madre mientras Kala, su hermana menor, la seguía por detrás sigilosamente en un intento por averiguar lo que estaba sucediendo. —“Mamá sólo está resfriada, no te preocupes” —dijo Alisha al notar a la preocupada Kala mientras le hacía señas de dejar la habitación para poder hablar en privado con su madre. Como hermana mayor, Alisha intentó mantener la calma para evitar que Kala llegase a advertir lo que pudiera estar sucediendo con su madre. —“Estaré bien, es sólo una simple gripe” —consolaba la madre a su hija con un tono adolorido, mientras teme haber contraído la nueva mortal afección de la que se habla todo el tiempo en las noticias. La chica compartió el temor de su madre y la instó a guardar reposo, por lo que acordó con ella que la reemplazaría en las labores del hogar y la búsqueda de alimento durante ese día.

Ya era mediodía en los barrios pobres cuando Alisha salió de su pequeña casa ladrillada para emprender las labores diarias de aquel pesado Miércoles. Nada más salir, enfrentó la misma escena desoladora que estuvo observando durante las últimas semanas: padres enterrando a sus hijos y también hijos enterrando a sus padres. — “Hoy son más que la semana pasada” —pensó Alisha para sí.

Fue así como la hermana mayor empezó el recorrido habitual de su madre hacia el centro de la ciudad, en donde existía la oportunidad de pedir algo de limosna, las sobras de algún restaurante, o en el peor de los casos, tener que robarle la billetera cautelosamente a algún citadino despistado. Mientras Alisha pasaba frente a una tienda de electrodomésticos, decidió detenerse a observar las noticias que se presentaban a través de la televisión que allí se encontraba. — “¿Coro… Coronavirus?” —intentó leer torpemente utilizando sus básicas nociones de lectura. En la nota periodística que se estaba televisando, se ilustraban los síntomas del nuevo COVID-19, así como la alarmante información por parte del diario Hindustan Times que, declaraba a India como el país más infectado por el virus entre los países asiáticos; la nota se tornó más oscura cuando se dio paso a una serie de estadísticas expuestas por The Economic Times que, indicaban la muerte de aproximadamente 200 doctores en India debido a la reciente pandemia. La niña se congeló, pues en la nota se describieron los mismos síntomas que empezaba a manifestar su madre y la muerte de los doctores la atemorizó aún más; fue así como sospechó para sí que su madre podría haber contraído aquella extraña enfermedad que causaba tantos entierros y llantos en su barrio. Alisha ya no podía contener la preocupación, lo que la motivó aún más a conseguir dinero y alimentos durante el día para llevar a su pequeño hogar en un intento por ayudar a que las cosas se resolvieran.

Ya eran las seis de la tarde cuando Alisha estaba regresando con nerviosismo a su vivienda, llevando consigo las sobras que obtuvo de algunos restaurantes, así como una pequeña frazada que robó de un balneario del centro de la ciudad con la esperanza de poder humedecerla y tratar la fiebre de su madre. Una vez más, se encontró con aquel paisaje de dolor y de muerte en donde familias clamaban por auxilio para sus moribundos, — “¡No quiero enterrar a mamá!” —se dijo la pequeña niña casi deseando gritar sus pensamientos.

La chica entró en su rústica vivienda y se dirigió con prisa hacia la habitación de su madre, a quien encontró respirando con gran dificultad mientras la pequeña Kala hacía gestos de impotencia. —“Traje comida, ¡todo estará en orden!” —dijo Alisha con angustia mientras se dirigía a humedecer la frazada que consiguió utilizando el balde de agua que quedaba en el hogar. Alisha se dispuso a servir las sobras que obtuvo para alimentar a su hermana, para luego poner la frazada húmeda sobre la frente de la enferma, que mostraba inútiles esfuerzos por tranquilizar a su hija mayor.

La niña se sintió impotente y ahora empezaba a comprender lo que podrían haber sentido esas personas que perdieron a sus seres queridos, debido a aquella enfermedad rara que no comprendían y que llegó de repente. Alisha entendió que, desde aquel día, tendría que hacer sus mayores esfuerzos por cuidar a su madre y a su pequeña hermana; era demasiado peso para un infante tan jóven, pero lo único que pensó la inocente muchacha es que no quería enterrar a su madre, o tener que ver a su querida Kala sumida en la enfermedad.

Son las ocho de la noche y cae el telón sobre Bihar, donde de lejos parecería que el arrabal en donde se encuentran Alisha y su familia es un abandonado pueblo fantasma en donde no se puede encontrar ningún alma. Luego de estabilizar a su madre y después de haber tranquilizado a su hermana menor, Alisha se recostó para empezar a quedarse dormida, pues el cansancio físico y mental la habían agotado de manera considerable.
Mientras entraba en el sueño, la hermana mayor comprendió que a partir de ahora habría más días como este y que el pesado Miércoles que había atravesado sería tan sólo uno más, fue un día en los barrios pobres de Bihar.

Juan Sebastián González*
Estudiante de Ingeniería Civil
Universidad Santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y
no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) enero de 2021 No. 17

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