Karen Daniela Criollo Duarte*
Las historias son una excusa del mundo para hacer inmortales los momentos, contamos diferentes sucesos para conmemorar o usar de ejemplo… Ejemplo para saber qué está bien o mal hacer y de una u otra manera cambiar las decisiones de la vida. Las historias son la excusa perfecta para volver a vivir ¿pero si no existiera ya quién puede contar o escribir estas palabras? ¿Cómo volver a vivir?
Después de ese día que ya no puedo recordar (porque los días malos no son fáciles de memorizar para mí) pensaba a mi corta edad de 9 años ¿cómo volver a vivir sin miedo?
Todo empezó con un viaje familiar, recuerdo cuánta felicidad sentía porque después de un largo año de estudio y de poco tiempo compartido, íbamos a estar descansando en Piscilago, con el clima cálido que tanto caracteriza a Girardot, la alegría de las familias y los paseos largos por el parque acuático que solo conocía por fotografías a mi año de nacida.
Después de un par de días disfrutando de horas en la piscina y las casas gigantes que se convertían en mi imaginación en un castillo de juegos interminables, por fin íbamos a poder disfrutar de los toboganes más increíbles que había podido conocer hasta ahora.
Mi mamá siempre tuvo miedo a las atracciones y mi hermana en ese entonces “había madurado” lo suficiente como para no correr conmigo por cada atracción y saltar de la felicidad por la emoción que nos podía provocar. Por lo que mi emoción se reducía a mi papá que me acompañaba en cada locura y aventura.
Es así como nuestro día empezaba y en el punto de información pedí el mapa del parque entero en donde solo leía diferentes nombres como “EL SÚPER TOBOGÁN”, “EL TOBOGÁN MÁS GRANDE DE LATINOAMÉRICA”, “EL TOBOGÁN TORNADO” y mis ojos brillaban como si estuviera leyendo un mapa del tesoro que debía descubrir como fuera. Mi papá no pudo decir “gracias” cuando yo ya lo estaba agarrando de la mano y saliendo a correr al primer punto, “el tobogán sin nombre” ya no lo recuerdo, seguramente algo grande por descubrir.
Entonces los minutos empezaron a pasar, las filas avanzaban y, tobogán por tobogán, como si de una caza toboganes se tratara conquistaba en su punta más alta y terminaba mi aventura en la piscina que abajo nos recibía.
Puedo recordar que el recorrido iba por la mitad y llegamos al Tobogán Tornado, gigante para mí. Era un tobogán que conectaba con una tasa inmensa, con la función de darte vueltas hasta llegar al hueco que te expulsa a una piscina… Hace poco volví a este parque y cuando vi aquella atracción, era tan pequeña que aún no me explico cómo pasó todo.
La emoción pasaba por todo mi cuerpo, la adrenalina era tanta que solo podía escuchar los latidos de mi corazón, iba de primeras, iba a lanzarme con tanta seguridad, solo tenía que soltar las manos del tubo para “cazar” un tobogán más de la lista. Pero mi corazón por un momento se calmó y pensé con claridad y algo me hizo creer que era mejor opción que mi papá bajara y una vez allá en la piscina me recibiera.
La adrenalina se convirtió en miedo, era un sexto sentido, pero definitivamente no sabía qué significaba eso, cuando vi que mi papá llegó abajo respiré y volví a tomar el impulso para desafiar la adrenalina. Siento que el tiempo pasaba lento, como si fueran minutos dando vueltas en esa “taza” gigante y sin fin.
Por fin mi cabeza tocó el agua, mi cuerpo iba hacia el fondo de la piscina y con lo poco que sabía empecé a nadar, di vueltas, cada vez que pateaba y daba pequeñas brazadas la luz desaparecía, el aire se me agotaba y el desespero se apoderó de mí…, daba vueltas de nuevo, pero lo único que volví a sentir además de la densa agua que me dejaba sin aliento era el suelo…
Juro que no quería rendirme, pero mis pulmones no soportaban más, traté de dar un par de vueltas más, traté de buscar la superficie, pero la poca luz que había se apagaba por completo, esta vez no era el fondo de la piscina que evitaba que el reflejo de la luz en el agua llegara más lejos, esta vez eran mis ojos que se cerraban, era el aire que no podía tomar… me desgonce, sentí que mi cuerpo perdió fuerza, la fuerza con la que luchaba por salir y me dejé ir hacia el fondo, cerré los ojos.
Quise ver la luz una vez más y solo vi cómo el agua se desplazaba y una persona entraba desesperadamente a buscarme, esa pequeña luz me hizo tomar un poco más de fuerza, pero el agua que había tomado por mi desespero no me dejaba estirar ni un solo dedo. No sé qué pasó en los siguientes minutos, solo sé lo que mi papá me contó. Los segundos se hicieron eternos, fue un momento lleno de temor por ver mi tez blanca, sentía que no podría volver a escuchar mi risa, sentir mis abrazos, sentir mi calor. Por fin pude respirar, por fin escupí toda el agua que estaba en mis pulmones, por fin volvió a escuchar, aunque fuera mi llanto.
¿Cómo volver a vivir sin miedo? Los días siguientes no fueron iguales, no quería estar cerca al agua, no quería cazar toboganes, no quería estar sola cerca a una piscina. No quería que un “salvavidas” me ayudara porque la persona que me rescató fue mi papá, la persona que me devolvió a la vida fue mi papá, nunca tuvo ayuda del rescatista que estaba siempre al lado de la piscina…
Por muchos años me pregunté ¿Cómo vivir sin miedo al agua y a lo que me gustaba?
Karen Daniela Criollo Duarte*
Estudiante de Comunicación Social para la Paz
Universidad Santo Tomás
Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y
no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) abril de 2021 No. 18