La breve y aburrida historia de cómo me volví tomasina

María Fernanda Gualteros Posada*

La alarma sonó justo cuando estaba a punto de encontrar la cura a una extraña enfermedad que en mis sueños acongojaba a la sociedad, aún sin abrir mis ojos mi mano tanteó debajo de la almohada hasta encontrar el celular y, abriendo un ojo, desactivé el insoportable sonido. Me disponía a seguir durmiendo cómodamente y con suerte seguir la misma línea de sueño; sin embargo, recordé en ese instante que era 22 de Julio, la inducción a la universidad apareció como por arte de magia en mi aún nublado pensamiento. Poco a poco y de mal humor me levanté de mi tibia cama, eran las 7:10 am, agarré mi toalla y cuando pensaba salir del cuarto a causa de mis ojos entrecerrados choqué con la puerta, en verdad el día no podría estar peor, esta vez con mal humor tomé el pomo de la puerta con mi mano derecha, mientras que en la izquierda sostenía la toalla y mi celular; salí parsimoniosamente de mi cuarto al baño que por suerte quedaba justo al lado.

Abrí la puerta del baño haciendo el menor ruido posible; mi familia seguía durmiendo y prefería iniciar mi mañana en la deliciosa tranquilidad que aporta el silencio en medio de la soledad; sin embargo, el silencio no duró mucho, por más que quisiera iniciar el día en soledad, no podía desprenderme de aquella casi religiosa tradición de escuchar un podcast durante mi no tan corta ducha. Eliminando detalles insignificantes del relato, una vez bañada me puse la ropa que había alistado desde la noche anterior. Aún con la toalla en la cabeza, organicé mi cuarto, del que esperaba no tener que salir en todo el día, y acto seguido me dirigí a la cocina a buscar qué podía comer de forma rápida, al parecer la avena con banano era la opción más apropiada, lo prepare rápido, sin reparar demasiado en el grosor de las tajadas de banano que iba cortando.

Con el plato en una mano me dirigí de vuelta a lo que más que una habitación parecía ser una guarida, justo en el momento en que me encontraba cerrando la puerta de la misma escuché la puerta de un cuarto cercano empezar a abrirse, -justo a tiempo- murmuré con alivio, ya estaba lo suficientemente nerviosa como para tener que lidiar con el contacto social normatizado que tanto me incomodaba.

La verdad contrario a lo que muchos pensaban en pleno 2020 la cuarentena no había arruinado mayor plan en mi vida, estaba entrando a la universidad en el segundo semestre del año, tal y como lo había planeado, incluso esto era mejor de lo que había pensado, no tendría que quedarme sentada en una silla viendo cómo un montón de desconocidos disponen de una facilidad casi increíble de hablar entre ellos segundos después de haberse conocido, prácticamente firmando un pacto de amistad durante al menos las primeras semanas del semestre, no, eso nunca fue ni será lo mío, lo mío era quedarme en esa silla, pensando en los largos cinco años que me esperan y en todo lo que podría salir mal.

En fin, protocolos más, protocolos menos, entré cinco minutos antes de la reunión al enlace que fue enviado a mi correo, éste me remitió a una sala de espera, estaba sola, cómodamente sola. Empezaron a pasar los minutos y la ansiedad fue creciendo con ellos, ya iban cinco minutos de retraso, eso no era normal, me remití de nuevo al correo y volví a acceder al link, donde ya estaban finalizando la explicación de unas tutorías estudiantiles que en medio de la rabia con la ley de Murphy no pude procesar. Un minuto después, más calmada me di cuenta de la cantidad de personas que había en la reunión, lo más sorprendente para mí fue encontrarme a algunos nuevos, como yo, con la cámara prendida, ¿Qué nivel de confianza se debe tener para prender cámara en un acto para el cual no es obligatorio?

Más allá de eso la reunión fue bastante tranquila, los profesores y directivos uno tras otro intentaban motivarnos hasta donde podían en los límites de la virtualidad, pero lo que más llamó mi atención fue el hecho de que entre tantas personas no había ni profesores ni estudiantes de mi carrera, o al menos no que hubiera escuchado, era lo único que faltaba, de por sí en la entrevista me habían advertido que la carrera no era muy solicitada, pero ser la única de la carrera superaba todas las ideas que tuve de lo que podía salir mal, al menos durante la primera semana estaría con los de Teología también, entre un grupo es más fácil pasar desapercibida.

Para organizarnos mejor nos pidieron escribir a un promotor que nos guiaría durante todo el proceso de inducción, en mi caso tuve una promotora bastante simpática, creó un grupo de Whatsapp, en el cual me di cuenta que había otra chica en mi carrera, al parecer con las misma habilidades sociales que yo, y nos indicó de forma cronológica cuáles iban a ser nuestras actividades, ya estaba más tranquila, venía una semana agitada, pero había sobrevivido al primer día y de cierta forma eso me hacía sentir que la universidad después de todo sería más sencilla de lo que creía.

María Fernanda Gualteros Posada*
Estudiante de Filosofía y Letras
Universidad Santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y
no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) abril de 2021 No. 18

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