Santiago David Cadena Rojas*
En la vida las cosas van y vienen, el ciclo del vivir siempre llega a su fin, pero no se sabe a ciencia cierta cuándo será ese óbito, cuándo será el último día en que estemos con nuestros seres queridos compartiendo, riendo o llorando. La repentina muerte llega sin avisar, a ella no le importan las cosas que cada quien sienta; esta es la historia de muchos, particularmente la de “Lola”. Era una tarde calurosa en Medellín, capital de Antioquia, cuando ella, una trabajadora del común, quería distraerse y despejar su mente del trajín de todos los días, de estar siempre ocupada y no poder dedicarle más tiempo a su hijo Carlos Andrés Henao, y decide así planear un paseo a algún lugar cerca de donde vivían.
Lola o Lolita como le llaman sus amigos, ama a su hijo por encima de todas las cosas, él es todo para ella. Siempre cuando habla de él lo describe con tanta alegría y nostalgia que irradia y contagia emoción en quien la está escuchando, su hijo siempre ha sido su mayor felicidad. Lola, a pesar de que Carlos tenía 20 años en esa época, lo amaba como si fuera un bebé y Carlos lo sabía porque siempre sentía ese amor de madre muy fuerte, por eso acepta ir con ella de paseo a Damasco Antioquía, donde nunca se imaginó que sería el último día de él con ella.
Era un miércoles de semana santa del año 2000 cuando Lola parte en la madrugada de Medellín a Damasco con su hijo Carlos; con el objetivo de visitar a su nieto, que vivía en un pueblito llamado Umbría a un lado de la vía principal que lleva al municipio de Damasco y después a la nona de Carlos, mamá de Lola. Damasco no queda muy lejos de Umbría, puesto que son pueblos muy aledaños y comerciantes gracias a las personas que habitan en esta región Antioqueña. La sociedad trabaja del campo, vive del campo; pero como toda zona rural en Colombia tenía sus conflictos con el paramilitarismo o los grupos guerrilleros yacentes del narcotráfico, algo normal para la época que todo campesino cargaba en su vida, siendo esclavos de la preocupación de que les pueda pasar.
Llegando a Umbría, el jueves de semana santa al medio día, Lola y Carlos llegan a la casa de Camilo Agudelo, hijo de Carlos, niño de apenas 2 años; él vivía con su mamá Sandra Valencia, ya que Carlos no podía estar todo momento con él ya que estudiaba historia en la universidad de Antioquia en Medellín de manera presencial, era becado. Ese mismo día, horas más tarde después de compartir con ellos, Lola sale a Damasco a visitar a su madre, no la había visto casi que por dos años y necesitaba verla porque sentía una intriga en el corazón de estar acompañada de alguien; tanto estar trabajando, ocupada en todo momento no le daba tiempo para pensar en ella, su madre y su hijo.
Lola llega a casa de su mamá el mismo día en la noche, y doña Henao la recibe con su mayor amor porque ella desde su vejez también necesitaba ver a su hija, que era con la que más interactuaba pero que poco podía ver. Doña Henao de 50 años, una mujer fuerte y motivada en la vida se alegraba de ver a su hija y la atiende con su mayor disposición, mientras conversaban esa noche sobre cosas de mujeres y de madre e hija, suena el teléfono de Lola, era la mamá de Juan que llamaba a preguntarle si había llegado bien y Lola le responde que sí, que todo el viaje por carretera había sido tranquilo, solo había escuchado en la camioneta de transporte que habían matado a alguien por ahí cerca pero no le prestó mucho importancia, ya que no era cerca por donde andaban.
Sandra le cuenta a Lola que Carlos estaba enseñando a Juan a dar sus primeros pasos, y que el día de mañana viernes saldría para Damasco para estar con Doña Henao, su nona. Terminando la llamada a Lola le pareció buena idea darle una sorpresa a su mamá, porque no le había dicho que Carlos iría también a verla, entonces no le dice nada, simplemente le dice que alguien había llamado a preguntar para saber cómo había llegado.
Pasa la noche, llega viernes Santo, Lola descansa como nunca, se levanta con el sonido de los pájaros, de las ranas y de su mamá preparando el café en un fogón. En eso, Lola escucha noticias y ve que todo está tranquilo, se ducha y sale a pasear por fuera de su casa porque quería recordar su infancia, su tiempo cuando estaba en el colegio y parte de la vida que vivió con Carlos; los primeros años cuando era un niño e iba a la escuela.
Lola observa que la calle donde creció ya estaba muy deteriorada, las personas que vivían en ella ya se habían ido, no sabía muy bien el por qué, pero le daba nostalgia puesto que poco a poco se estaba dejando una historia atrás. La mamá de Lola sale de la casa y ve a su hija triste, nostálgica como si hubiese pasado algo, pero Lola tan solo estaba mirando todo como si nunca fuera a volver a ese lugar, como si fuese el día más importante para ella o el último de sus días, pero ni ella misma sabía por qué estaba tan alegre por dentro de ver la historia de ella y de su hijo en una simple calle con casas viejas y deterioradas.
Después de todo Lola daba gracias a Dios por haberle dado la vida, seguidamente de tantos obstáculos intentando sacar a Carlos adelante, ya que desde muy joven el papá de Carlos los abandonó, él nunca quiso algo serio solo buscaba aventuras pero no tan largas y que conlleven responsabilidades. Sin embargo, Lola nunca le dio importancia visto que ella era una mujer joven que tenía todas las fuerzas para sacar a su hijo adelante, y fue así que se convirtió desde el primer día de Carlos padre y madre al mismo tiempo, no le daba brega trabajar por el bien de su hijo, de su único amor.
Entre recuerdos y alegrías se llegan las 2 de la tarde de ese mismo viernes santo, alguien toca a la puerta, Doña Henao va abrir y se encuentra con su nieto; los dos se abrazan y saltan de alegría por estar juntos, por sentir la presencia uno del otro, dado que Doña Henao había estado en los primeros días de nacimiento de Carlos hasta sus primeros cinco años de vida en la escuela. Carlos apreciaba mucho a su nona, la quería tanto que miraba en ella en cierto sentido el reflejo del amor de una madre. Lola se acerca y también lo saluda dándole la bendición de bienvenida después del corto viaje desde Umbría. Eran las 7 de la noche y la felicidad en la casa irradiaba por todos lados, Lola reía con su madre al escuchar a Carlos contar chistes paisas tirándole a los pastusos mientras cenaban.
Todo era alegría y felicidad hasta que tocaron muy fuerte la puerta de la casa. Lola abre la puerta y ve que está parado un grupo extraño armado, inmediatamente Lola intenta cerrar la puerta, pero del otro lado impiden y entran asustando a Doña Henao y a Carlos. Entran sin permiso y comienzan a amenazarlos con armas de fusil AK-47 muy utilizadas en ese entonces por grupos paramilitares, pero este grupo no se sabía que era; estaban vestidos como guerrilleros, pero no eran guerrilleros, parecían ladrones comunes pero estaban muy camuflados para ser tan solo ladrones; en sí no se identificaron y comenzaron a pedirles pertenencias de valor; celulares, dinero, llaves de los carros y cosas que sean de plata. Doña Henao con sus nervios les responde que no tienen nada de eso, que son una familia humilde y campesina que trabaja en lo que salga cerca del pueblo. Pero a este grupo armado no le gustó y los amenazaron de muerte. En eso uno de los 6 hombres aproximadamente totalmente armados, habla en voz baja con uno de sus compañeros, que parecía como el cabecilla principal o el líder, pero Lola, ni Doña Henao ni Carlos alcanzaron a escuchar lo que discutían en ese momento, porque los tenían arrodillados con las manos tras de la cabeza apuntada con un fusil, no podían de los nervios.
De un momento a otro entre lágrimas de familia y llanto en el corazón por lo que estaba pasando, después de tanta alegría y compartir la vida de estar vivos, uno de los malandros agarra a Carlos y lo intenta sacar de la casa para subirlo a un camión, pero Carlos no se dejaba y forcejeaba con varios de ellos hasta que el líder le dijo que si no se dejaba mataban a las dos señoras.
Carlos sintió tristeza en su alma y se dejó subir al camión sin ningún apuro mientras su madre lloraba de desesperación por el hecho de saber que se le estaban llevando a su hijo sin saber para qué lugar. En este tiempo se veía muy fuerte los falso positivos, Lola temía que se lo vayan a matar y dejar tirado en algún lugar, temía que toda su vida iba estar sola sin compañía de alguien cercano, temía que a Carlos le dañen su vida y el futuro que tenía por delante con su mujer y su hijo Camilo. La desesperación era tan grande que quedan cortas las palabras para describir el sentimiento de una madre en esos momentos de angustia y dolor profundo, que se generan en lo más íntimo del ser y la existencia.
Eran las 11 de la noche y ya tenían a Carlos subido en el camión, se suben todos dejando a Lola y a Doña Henao en la puerta de la casa con un sentimiento de muerte, de óbito en el ser de la existencia y con un aniquilamiento al sentido mismo del vivir. Lola se queda destrozada, acabada como si hubiese visto en su presencia a la misma muerte, esa sensación de algo hermoso que por 20 años había amado, querido, y cuidado con el amor más fuerte que una madre pueda dar a su hijo, se estaba alejando poco a poco de la puerta de la humilde casa. La muerte rondaba por la cabeza de Lola haciéndole pensar mil cosas agraviantes contra el vivir, no solo del momento sino de toda una historia futura que faltaba por escribir en los libros de la experiencia y el amor.
Esa noche Lola no durmió, se la pasó en vela pensando con su madre; doña Henao en qué hacer y Lola tan solo en su hijo, recordando todos los momentos felices que habían pasado, las dificultades que había afrontado y aquello que tenían en común. Eran tantos los recuerdos que no la dejaban contenerse, las lágrimas fluían y fluían como si fuese una fuente infinita de tristeza. Desde ese momento Lola nunca más volvió a ser feliz del todo en su vida; algo muy importante, una parte de ella se la habían secuestrado y no sabía dónde encontrarla, dónde averiguar para volver estar con esa otra mitad que la completaba.
El gobernador de ese entonces era Álvaro Uribe Vélez y todas las autoridades estaban bajo el régimen de él. Muchas cosas no se podían hacer, cómo por ejemplo investigar el homicidio de alguien sin razón alguna, siempre terminaba alguien más perjudicado por intentar saber lo que pasaba con ciertos actos. La sociedad paisa, no podía hacer algo para cambiar su gobierno porque los altos mandatarios tenían relaciones con grupos ilegales que vivían haciendo estragos en todo el departamento y no por gusto sino por órdenes. Lola sabía todo eso, pero lo intentó, se metió a un grupo de humanidad para averiguar por su hijo, pero tan solo lo que recibió fueron amenazas de muerte por parte de personas que iban en contra de estos grupos que buscaban ayudar a personas con familiares desaparecidos. Tanto así que a dos de los mejores amigos de Lola que había hecho dentro de este grupo de ayuda los mataron, porque eran los que tenían más fuerza y conocimiento frente a estas cuestiones que sucedían en todo el territorio antioqueño.
Hoy en día Lola no pierde la esperanza de volver a ver a su hijo; sea vivo o muerto, tan solo quiere saber qué pasó, qué le hicieron, quién fue y por qué. A Lola no le importa cómo lo encuentren, solo quiere dejar que el amor de madre ya no la sigan martirizando por el resto de su vida gris, tan solo quiere tener una idea por parte de las autoridades, una respuesta que diga aquello que ya casi por 22 años lleva en su corazón sin solución, sin palabras de aliento alguno. He aquí la importancia de reconocer la verdad más no la oscuridad, he aquí el valor de saber disfrutar con la familia en especial padres con hijos, el valor que yace vivir en comunidad y reconocer en el otro la alegría del vivir como sentido de la existencia. He aquí la trascendencia de saber enterrar a los muertos y saber dejarlos ir, algo que Lola no puede concebir por la misma historia de su país Colombia. He aquí el amor de una madre que puede también ser el amor de un padre y he aquí la muerte de Lola en su propia vida.
Santiago David Cadena Rojas*
Estudiante de Filosofía y Letras
Universidad Santo Tomás
Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y
no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) julio de 2021 No. 19