Carlos Alberto Marroquín Mendoza*
El dolor, aquella sensación que nos cava el alma y a su vez en su ausencia podemos probar un trozo del pastel de la alegría, era una noche más en la vida de Azucena, una persona distinguida por su trabajo duro y perseverancia, que venía de una crianza bastante difícil pero que a la vez estaba experimentando el camino por ser madre, acompañada por su esposo Édgar que pese a estar siempre responsable y en constante lucha por el futuro de su familia, también se enfrentaba a bastantes demonios internos.
El 27 de noviembre de 1999, Azucena se encontraba trabajando como servicios varios en la fundación Alberto Merani que afortunadamente le permitían vivir en las instalaciones, pero en un momento como cualquier otro, más específicamente a las 10 pm, la alegría golpearía a su puerta a la vez que una inmensa angustia, era el momento del parto, pero siendo la mujer fuerte que es y sin ningún reparo en su dolor llama a su esposo y se dispone a hacer labores domésticas mientras esperaba a su llegada. Édgar en aquel momento se encontraba trabajando como vigilante, pero sin mediar dos palabras, solicita apoyo a una señora mayor y amiga, la querida señora Betty que en un acto de bondad ayudó a aquel hombre desesperado haciendo de suplente, mientras él corría en socorro de su acompañante sentimental y futuro hijo.
Era el momento de la verdad y aunque Edgar estaba nervioso y asustado y Azucena calmada, serena pero sin duda angustiada, ambos tenían bastante claro que su vida estaba a punto de cambiar, ya a puertas de la clínica era momento de separarse y dándole todo el apoyo a su esposa, el futuro padre no tenía más opción que quedarse en la sala de espera a pocos metros del campo de batalla, en donde su cónyuge se disputaría la vida y la de su hijo. Sin embargo, como recalca el dicho popular “a quien espera su bien le llega” y este fue el caso de Azucena la cual se vio sometida a esperar doce horas en sala de parto con dolores y mártires, atenta a que su futuro hijo diera la señal definitiva, hasta que por fin más allá del medio día siguiente que para la futura madre fue eterno, su hijo se encuentra decidido a salir, empiezan las contracciones más fuertes y suenan los tambores de batalla por el parto, había llegado la hora y ella lo tenía más claro que el agua, aunque bien difícil y nada agradable, por fin pudo dar a luz. Bien se sabe que existen cosas que libran de todo dolor y para Azucena ver la cara su hijo después del parto es la mayor de ellas, había finalizado ese mártir, y felicidad, calma y amor se encontraban dentro de su corazón, como resultado de sus ojos brotaban lágrimas de alegría.
Ya había pasado lo peor y aunque Edgar todavía no lo sabía, ya sentía tranquilidad dentro de su alma, pero pese a todo su nerviosismo era incontrolable y pensamientos de toda clase tocaron su mente, sin embargo su fe era aún mayor y nervioso rezaba en súplicas a Dios por su esposa e hijo, pero no había nada que pudiera hacer y aunque quería quedarse en la sala de espera hasta que se le diera la posibilidad de ver a su familia, esto fue imposible, ya era tarde y la noche le respiraba en el cuello, y por obligación médica tuvo que dejar el recinto hasta el día siguiente.
Ya era el 28 de noviembre y el sol brillante saludaba con ternura al nuevo miembro de la familia, todo parecía calmado y Azucena descansaba después de su dura lucha. De repente para su amarga alegría se escuchó un llanto que la levantó de su sueño y con lágrimas de ternura en su corazón supo que era su hijo y con decisión se disponía a levantarse de su cama para ir en su rescate, pero la vida a veces te detiene en seco y Azucena sintió dolores inimaginables, esto no era normal y ella lo sabía, por eso con un grito de dolor, angustia y miedo pidió ayuda y en un santiamén médicos y enfermeras fueron al rescate. Esta situación era inusual, no sabían lo que pasaba, todo iba perfecto, “¿qué había salido mal?” esto era lo único que pensaba el cuerpo médico. Sin más fuerzas la madre solo pidió que no la alejara de su hijo hasta que finalmente cayó.
-¿Por qué el caos siempre toca a la puerta cuando todo parece perfecto?, ese fue el único pensamiento que pasó por la mente de Edgar cuando recibió la noticia de que su esposa tuvo un mal procedimiento médico y por ello su vida colgaba de un hilo, “¿qué haré yo como padre viudo?” se decía mientras innumerables dudas tocaron su corazón, la angustia lo tenía pálido y aunque solo quedaba esperar con esperanza, el cuerpo médico no era muy positivo.
De esta forma transcurrieron las horas y los días llenos de tristeza y angustia, dando vueltas sin ningún sentido, Edgar esperaba en su trabajo, hasta que por fin recibió noticias del hospital y de inmediato corrió a ver la situación, su esposa por fin estaba mejorando y lo había superado, para alegría de todos, su vida ya no estaba en riesgo y saldría del hospital la siguiente semana, una vez más Azucena se alzaba con una victoria, la euforia de salir y convivir con su hijo y para Edgar la alegría de ver a su familia hizo que esa semana no se sintiera.
El 2 de diciembre de 1999, un día inolvidable, la familia estaba reunida y en la fundación Alberto Merani se cubría de alegría y euforia, había acabado esta aventura para la feliz pareja, solo para darle inicio a la travesía de ser padres primerizos. Si bien hay momentos complicados y amargos, la vida siempre da un trozo de calma después de la tormenta, no sería fácil el camino que empezaban a recorrer, pero lo han hecho mirando al frente y, en esta ocasión, acompañados de su hijo Juan.
Carlos Alberto Marroquín Mendoza*
Estudiante de Contaduría
Universidad Santo Tomás
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ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) julio de 2021 No. 19