Melodía de Vida

Laura María Urbano Feo*

El arte de la música ha estado presente en la vida de los seres humanos desde tiempos inmemoriales. Hoy en medio de incontables melodías sin sentido ni rumbo, la música se sumerge en el gran mar de la ostentosidad y la superficialidad. Tristemente, han quedado en el olvido aquellas letras poéticas, que, en compañía de notas inspiradoras, armonizaban con cada compás memorias de vida y sentimientos puros de corazón. Junto con esto, la dedicación y la honestidad han perdido la batalla contra el ilusionismo y el deslumbramiento que se halla en la frivolidad de los espectáculos. Así, se alimenta el alma de la ligereza presente en canciones con elementos disonantes, que al buscar desesperadamente la fama, dejan completamente de lado el ocio y la vitalidad que debería representar y brindar la música.

A pesar de todo, en medio de esta oscura y cegadora inconsciencia, existen seres que ante la adversidad luchan contra la tirana ambición y la liquidez de la sociedad. Son aquellas personas que crecieron interpretando música y apropiándola como símbolo de unión, pasión, cultura, historia, complejidad y significado. Ellos, quienes desde que se adentraron es este maravilloso mundo derramaron sangre, sudor y lágrimas; son inmensamente dichosos recibiendo nada más que una sensación indescriptible de amor y orgullo, por crear e interpretar aquel conjunto de ritmos, tonos, voces y palabras, que los conduce siempre a una incomparable conexión con su yo más profundo. Es así, que teniendo siempre presente la magia que se revela al expresar y compartir con los demás todo aquello que con palabras no es posible, los intrépidos músicos recorren con viveza cada acorde con la esperanza de llevar al mundo su talento.

En medio de las distintas historias que interpretan melodías para significar y representar la vida, se encuentra el relato de José Hugo Urbano quien es uno de aquellos peculiares músicos que comprenden la música mucho más allá que reconocimiento o riqueza material. Desde pequeño José tuvo que enfrentarse a dificultades y retos para poder adentrarse en este mundo artístico; principalmente, porque creció en un contexto donde a pesar de que la música expresara aspectos de gran relevancia y trascendencia, ser músico se asociaba bastante a la “vagancia” y a la ebriedad, debido a que, esto que hoy catalogamos como una profesión, antes no tenía en cuenta factores económicos. Sin embargo, para José la música era simplemente asombrosa, en el sentido de lo que puede generar en el intérprete y en quienes lo escuchan. Ese sentimiento indescriptible que estremece cada parte del cuerpo por más pequeña que sea; es la apropiación de una pasión y una serie de emociones que simplemente no podrían darse sin la música. Aun teniendo poco más seis años de edad, y sin conocer términos como cultura, se veía deslumbrado por todo lo que una canción podía generar en las personas, algo que hasta el día de hoy se ha mantenido intacto en su ser, junto al amor que se ha forjado en su corazón por esta inigualable profesión artística.

El recorrido de este individuo el sendero de la música inicia a sus seis años de edad, cuando José acompañaba a su padre Mesías a las fincas de amigos o vecinos con el fin de dar serenatas. Estando allí, pasaban horas enteras amenizando las noches al ritmo de pasillos, boleros y bambucos, mismos expresaban poesía no solo con palabras (pues muchas de las piezas no tenían letra), también con los acordes y melodías que construían y reflejaban relatos de vida. A partir de esas experiencias él comenzó a fascinarse por la música y a admirar a Mesías. Fue así, que deseó con todas sus fuerzas aprender a tocar para así sentir las cuerdas de un tiple deslizándose por sus dedos, y experimentar con cada nota la explosión de sensaciones que observaba en su padre.

Emocionado y totalmente esperanzado, José acudió a su padre para que éste lo instruyera y le compartiera sus conocimientos de la música. Desafortunadamente, su petición le fue negada ya que Mesías no deseaba que se viera envuelto en ambientes de fiestas, alcohol y “holgazanería” —Lo siento mucho papacito, pero yo quiero que usted tome un mejor camino que el mío; porque, aunque me enorgullecería que usted aprendiera a tocar, también es claro para mí que la música, a pesar de ser de las cosas más bonitas de la vida, también trae consigo muchos riesgos y desventajas —le dijo su padre. Por supuesto, José sintió una profunda tristeza debido a que su mayor deseo fue frustrado por la única persona a la cual podía acudir para realizarlo.

No obstante, José no se rindió ante la oposición de su padre. A pesar del hecho de que decidiera no enseñarle, aun le permitía acompañarlo a sus serenatas, por lo cual, José decidió que aprovecharía estas ocasiones para observar a Mesías y descifrar él solo todos los secretos que se escondían detrás del instrumento. De esta manera, al llegar a su casa luego de que se acabase la serenata, esperaba a que su padre se acostara a dormir, y tomaba sigilosamente a escondidas un tiple; luego, se dirigía los cañaverales donde nadie lo escuchase e intentaba imitar las posturas que observaba cuando Mesías, su padre, tocaba.

Así, transcurrían las horas para el pequeño niño, buscando encontrar acordes, descifrar melodías y comprender golpes, de manera que cuando escuchaba que al pisar ciertas cuerdas en distintos trastes se revelaban sonidos “bonitos”, su rostro se iluminaba de felicidad y anhelaba que llegase el momento en que pudiese demostrarle a su padre que la música no lo corrompería. Un tiempo después, cuando ya tenía estudiadas algunas cosas que había tratado de imitar de su padre, José decidió pedirle a un compañero de música y vecino de Mesías que lo orientara y le corrigiera lo que podía estar mal. Claro que José le pidió nerviosamente al señor que le guardara el secreto debido a lo que su padre le había advertido. Y así fue, el señor no reveló su secreto y con sus correcciones poco a poco José fue avanzando cada vez más en la ejecución del instrumento conforme pasaba el tiempo.

Aproximadamente, un año después a la casa de Mesías se presentaron unos amigos que lo buscaban para pedirle que les concediera una serenata —lo siento muchísimo, pero hoy no puedo acompañarlos; mis compañeros no se encuentran y no tengo a nadie que pueda ir conmigo —contesto Mesías. En ese momento José interrumpió —Papá yo puedo —dijo el pequeño. Su padre desconcertado le explicó que para eso era necesario ensayar y conocer antes el instrumento. Luego de escuchar esto José le dice que vayan a ensayar y que entonces le demostrará que él es capaz. Es así que por primera vez José y su padre empiezan a interpretar juntos una canción, que de por sí, era bastante compleja, llamada “La Gata Golosa”, que interpretó casi a la perfección. Finalmente, luego de esto Mesías abraza fuertemente a su hijo, le da un beso en la frente y con lágrimas en los ojos le dice que se siente orgulloso de él y le ofrece una disculpa por no apoyarlo, y a su vez, por haber evitado que disfrutara de interpretar la música.

En definitiva, a través de la historia de José Hugo se puede notar que la música implica bastante para las personas, esto, porque está conectada con la vida de todos. De igual manera conlleva a entender que esta implica aún más para quienes la interpretan o la componen, pues son sus experiencias las que están plasmadas en los diferentes lenguajes que componen una canción. Por esto, es bastante desalentador que actualmente en su mayoría esta es vista como algo pasajero o como un medio para conseguir fama y dinero. Deberíamos parar un momento nuestras veloces vidas y analizar qué es lo que escuchamos, para entender así, que la música puede representarnos conectarnos y significarnos el mundo, entre muchas otras maravillosas cosas.

Laura María Urbano Feo*
Estudiante de Comunicación Social para la Paz
Universidad Santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y
no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) julio de 2021 No. 19

 

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