David Rios*
Somos esclavos. La gravedad, aunque intentemos ignorarla, nos hace prisioneros del suelo, y así nuestras vidas transcurren la mayor parte del tiempo, atadas a calles, praderas y pisos de madera, sobre los que solemos ejecutar nuestros asuntos, envidiando siempre las aves que viven entre las nubes y se elevan sobre nuestras cabezas, ajenas a los bancos, la política, los impuestos y demás tristezas de la humanidad. Un ave es en sí misma una metáfora para cualquier hombre sensible, y por eso cuando caminamos por el parque y encontramos el cadáver de una de ellas sobre el prado, irremediablemente vemos en su cabeza desgonzada, sus ojos secos, y sus plumas opacas, un símbolo terrible, un verso, una verdad que la mayor parte de nuestras vidas intentamos ignorar, pero que está ahí.
Jeremy Geddes, pintor australiano, ha dedicado su obra, ha pintar ese símbolo. Algunas veces lo ha hecho de forma literal, y sus dibujos hiperrealistas de aves muertas sobre fondos blancos o negros, no solo atestiguan el virtuosismo de su autor, sino que además encierran una tristeza profunda, que no necesita de lágrimas, o grandes escenas dramáticas para golpearnos, y hacernos sentir que hay algo alado en todos nosotros, algo frágil que está constantemente amenazado por la vida, y que vemos morir a diario en las calles de las grandes ciudades, en los salones de las universidades, y las oficinas de las grandes corporaciones.
Otras veces, quizás cuando su imaginación se siente más tímida y retraída, Geddes pinta al óleo escenas complejas con ciudades vacías y deterioradas, sobre las que flotan cosmonautas cabeza abajo, acompañados de palomas que vuelan a su alrededor. No sé si Geddes haya tenido la fortuna de leer los relatos de Ray Bradbury, pero sus cosmonautas, sus cápsulas espaciales, sus aves muertas y su agudo sentido poético, me recuerdan de alguna manera aquellas historias. Sin embargo, para Bradbury, los viajes espaciales eran un símbolo de la inmortalidad de nuestra especie, para Geddes en cambio, son residuos de un tiempo pasado, en el que torpemente la humanidad logró con fierros, siglos de sangre y algo de ingenio, simular aquello para lo que las aves solo necesitaron plumas, como lo atestigua su pintura Ascent, en la que un cosmonauta se ve cautivo de una enredadera que sale por los resquicios de su traje, y rompe el visor de su casco.
En los mundos de Geddes, la soledad y la nostalgia son las protagonistas principales, pero algunos de los títulos de sus pinturas nos hacen pensar que así como en la imagen de un ave muerta está presente el vuelo, en su obra aparentemente oscura se encuentra también escondida la esperanza. A quiet heaven, There is glory in our failure y Redemption son algunos de los nombres que acompañan y enriquecen sus obras. Es fácil para los artistas y los escritores caer en los lugares comunes de la agonía y el dolor, lo difícil es con esos ingredientes lograr reflexiones profundas acerca de nuestra naturaleza y la naturaleza del universo, que tal vez sean la misma. Así como los relatos de Bradbury, las pinturas de Jeremy Geddes manifiestan esa naturaleza, en la que existen cosas más allá de lo que vemos, pensamos y tocamos, que son innombrables y por eso mismo valiosas, como las aves muertas de los parques o los cosmonautas, que esconden bajo sus plumas, sus visores rotos y sus ojos secos, la gloria secreta del universo.
David Ríos*
Autor y compositor
**Imagen: Jeremy Geddes - "The Street" - 2010
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ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) julio de 2021 No. 19