Diario de un viajero en bici parte I

*Andrés Sebastián Cañas Valencia

Debo decirlo, viví en Melgar, es casi mi pueblo natal. Bogotá no es mi lugar de ensueño, de hecho, en mi niñez siempre me decía que nunca viviría en esta ciudad, no tuve grandes experiencias cuando venía y debido a que siempre tomaba como comparación a Medellín, mi ciudad, las circunstancias eran cada vez más adversas para nuestra capital. Sin embargo, heme aquí, viviendo hace ya más de dos años, en los cuales, aunque con cierto recelo, la ciudad me ha tratado bien y sin darme motivos por los cuales quejarme. Pero no solo eso, he sido un afortunado, porque he tenido la posibilidad de conocer los aspectos más hermosos de la ciudad. Primero, viví en cercanías al parque Simón Bolívar, el pulmón más grande de Bogotá, la escasez de zona verde en la ciudad hace de éste un lugar de trascendencia y como siempre tuve un acceso muy cercano a este lugar, nunca extrañé la naturaleza del pueblo.

Además, ante mi curiosidad cultural, pude conocer la riqueza de esta región y la historia que envuelven toda la sabana cundiboyacense, ese territorio de nuestros ancestros los muiscas que inoportunamente hemos ido ocupando. Así, puedo ver la magnanimidad de nuestra tierra, un verde profundo de múltiples alturas y que nos han acompañado desde las épocas más remotas. Los cerros orientales se han convertido en un motivo de curiosidad e intriga para mí, ese lugar que tras sus montañas, acoge un mundo de senderos que nuestros ancestros caminaban diariamente y sobre los cuales escribieron su tradición. He caminado esos senderos (La vieja, Las delicias, El pico del águila, etc.) y me he adentrado en la otra cara de la ciudad, esa que aunque tan cercana, ni los mismos Bogotanos deciden conocer, siendo esta una buena forma de reconciliarse con su ciudad, pero no haciendo más, no hay otro remedio que seguir quejándose de sus desventuras.

Con todo esto, pude darme cuenta de la gran atracción que siento por toda esta tierra, toda la historia que se encuentra esparcida por su terreno y que seguramente me está esperando para ser conocida, una gran empresa, puesto que, las ocupaciones de este mundo de posmodernidad le impiden a uno darse una licencia para emprender caminos y olvidarse de las obligaciones. Aun así, encontré la forma de combinar dos grandes pasiones mías, el ciclismo y los viajes. Creo que todos en algún momento hemos pensado en guardar los libros, sacar la mochila de viaje, revisar la billetera y echar dedo sin importar el destino, sin embargo, no todos se animan, ni dan un primer paso. Los viajes son una experiencia inolvidable, son un motor de aprendizaje y una forma de esparcimiento envidiable, y yo, como ciclista, aventurero y muerto de hambre por experiencias, he decidido comenzar.

Mi objetivo, la sabana Cundiboyacense, mis primeros pasos, la ruta nororiental desde Bogotá, que comienza en la calle 85 con carrera 7, la famosa y reconocida subido a los Patios. Esa ruta, que bien sea con un sol esplendoroso o una lluvia sumisa, es la cita diaria de los ciclistas rolos y no rolos, y de mucho más que ciclistas los fines de semana. Esas rampas de 6% promedio de gradiente, durante sus 6000 metros son siempre mi primer encuentro al inicio de cada viaje, y aunque para cualquiera sería un martirio la montaña, esa es mi zona de confort, y la disfruto como si fuera mi hábitat natural.

 Subida a los Patios
lugar emblemático para los ciclistas de la ciudad

 Durante ese recorrido se puede observar la felicidad de los corredores, no sé si por practicar su deporte preferido o porque a cada pedalazo se alejan por un momento de esa mole urbana que tenemos a nuestras espaldas. La verdad es que poco a poco uno se va adentrando en un mundo más rural, con las típicas cantinas, los camiones destartalados y un acento rural ante cada palabra de quienes los habitan. Después de alrededor de 45 minutos se llega al tan deseado peaje, que más que una estructura o mecanismo de recolección de impuestos, es el lugar que demarca el final de Bogotá y comienza el municipio de la Calera.

Una vez se cruz el peaje se ve una nueva cara de esta región, casi inimaginable para los ciudadanos que de ninguna forma desean salir de su ciudad. A la vista, un mundo de paisajes que se pierde entre un verde excepcional, una infinidad de senderos que abren nuevas puertas a la andanza y toda una historia en sus caminos por recorrer. El descenso de ese pequeño alto nos invade con su aire puro y el frío tenue causado por la naturaleza que nos va rodeando. Después de no muchos pedalazos podemos encontrarnos a nuestra izquierda con el embalse de San Rafael, un embalse que provee del preciado líquido al norte de la capital y los pueblos aledaños. Todo un espectáculo que invade a propios y curiosos por tomar una foto y guardar recuerdos para tiempos venideros.

Peaje de los Patios
Inicio del municipio de La Calera

 

Embalse de San Rafael a las afueras de La Calera

Al emprender camino, con no menos de una decena de kilómetros en las piernas encontramos el primer pueblo de mi recorrido, La Calera, un municipio ubicado a 12 km de la capital, perteneciente a la provincia del Guavio, del departamento de Cundinamarca. Su nombre se debe a una hacienda que fue construida en el lugar y a su vez esta recibió el nombre por las minas de caliza o calera que se encontraba por los alrededores del pueblo, porque otrora, cuando los indígenas habitaban esa zona, el lugar era conocido como Teusacá, el mismo nombre que hoy día tiene el río que bordea toda esa región. Los primeros pobladores de la zona fueron los chibchas, quienes dejaron vestigios por toda esta zona, aunque debido a la guaquería, muchas de estas esculturas se perdieron.

 

Municipio de La Calera, lugar recurrente de ciclistas bogotanos.

Iglesia principal del municipio de La Calera

Continuando el camino, empezamos a bordear los límites del Parque Nacional Natural Chingazá, un área magnánima de naturaleza en su estado más puro, de hecho, después de un par de metros, se encuentra una de la entradas a este lugar, he visto unas cuantas veces como los grupos de ciclomontañistas se deciden a subir por ese sendero, sin embargo, para mí, será una aventura para una próxima ocasión. Por el momento, me conformo con las vistas que me ofrece mi panorama. A medida que comienzo a subir el pequeño repecho hasta el Alto de las Arepas, la geografía se convierte en valle, teniendo una mezcla ideal entre las montañas y la llanura que verde que se asome en el horizonte.

 Una vez se “corona” el Alto, y se envidia a aquellos ciclistas que toman una aguapanelita caliente con cuajada en los meloneaderos de esa parte, se inicia un leve descenso hacia la Cabaña, una vereda próxima mientras se deja a un costado una entrada al Camino del Meta, uno de muchos de los caminos reales que se encuentran por la zona oriental de Colombia.

 Poco a poco se va uno alejando de esas panorámicas tan envolventes y los condominios pasan a ser una constante. Lo campestre de la zona, hace que esos lugares se conviertan en un lugar de relajación envidiable, a pesar de la lejanía a la civilización, entre ellos se encuentra un centro comercial, en donde fácilmente pueden cubrir sus necesidades consumistas cada vez que lo requieran. Luego de subir un pequeño repecho y cruzar otro peaje, llegamos a una ye en donde se bifurca el camino hacia la izquierda para Sopó o hacia la derecha para Guasca. Por ocasión decido tomar la ruta de la derecha. Es bueno prepararse con anticipación porque ahí comienza una pequeña subida de 3 kilómetros, que aunque corta, si no se tiene presupuestada en el trayecto puede pasar factura a las piernas. La vista que va generando cada metro de pedalada es asombroso, reflejando un valle estupendo, acobijado por unas montañas inmutables.

El destino ya es cercano, después de una docena de kilómetros y dejando atrás la carretera hacia Guatavita se llega a Guasca, un lugar envolvente por su paisaje. Guasca es un pueblo de origen precolombino, donde también habitaban los muiscas y eran gobernados por el cacicazgo de Guatavita. Desde la lejanía resalta su iglesia, que es fácil de detectar, no solo por su punta, sino porque el parque principal se encuentra sobre una pequeña meseta, como si quien la construyo, hubiera deseado tener una ventaja estratégica a la hora de defenderla en caso de ataques, tal como las fortalezas de la edad medieval en Europa.

 Iglesia principal del municipio de Guasca, Cundinamarca

 Aunque es de resaltar que ese inicialmente no era el centro del pueblo. Esa iglesia, junto con la plaza central y todo el centro administrativo se fundó en 1778. Antes, el centro de Guasca era La Capilla de Siecha, un lugar a 4 kilómetros trocha adentro, erigido en el siglo XVIII y que fuera una iglesia doctrinera de los Dominicos.

 

Capilla de Siecha

Estos lugares ejemplares me muestran lo provechoso que son estos viajes, que aunque arduos, son significativos y en el fondo es razón de un gran deleite para mí. Sin embargo, ahí no se detienen las aventuras, aún hay mucha tierra por conocer y sé que me están esperando.

*Andres Sebastian Cañas Valencia
Estudiante de Ingeniería Industrial
Universidad Santo Tomás

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO- Revista de Estudiantes de Humanidades ISSN 2619-421X (en línea) septiembre 2016 No. 1 

 

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