Kenny Jhoanny Zapata Gómez*
Escribimos para inventarnos un mundo mejor del que conocemos
Anais Nin
Pablo, Lina y Andrés fueron en su momento el grupo de amigos más unido. Prácticamente todo lo hacían juntos, y cuando digo todo no se alcanzan a imaginar las dimensiones. En todo caso, cada uno tenía una fascinación, por ejemplo: a Lina le encantaba el arte, la danza y la buena música; Pablo, por su parte, disfrutaba de la historia y de la teoría, siempre se le veía inquieto; Andrés, el más callado de los tres, gozaba de cierta pericia en materia tecnológica, según él, el mundo era binario, unos y ceros, nada más.
Un día y en clase de pensamiento lógico, su profesor, Francisco Vega, les hace llegar un mensaje inesperado:
Jóvenes, hoy más que nunca afrontamos el reto de volver a la presencialidad, no ha sido fácil para ninguno y el reto sigue siendo muy grande. De todos modos, quisiera que en esta ocasión hiciéramos algo distinto, por eso, al final de este mensaje encontrarán una pista y, con esta, una serie de indicaciones que deberán descifrar, pues así darán el primer paso hacia la consecución de un fin: …?...
El grupo se sentía inconforme, de cierto modo confundido y no encontraban una respuesta del porqué el profesor les había dejado un mensaje de ese tipo. Al final, la tarea parecía simple, tenían que encontrar a su profesor. Pablo, que no aguantó las ganas de revisar todo el contenido, quedó desconcertado y se dijo a sí mismo: “esto no será para nada sencillo”.
Como buenos estudiantes del profesor Francisco, deciden, de manera colectiva, hacer una reunión, leer la totalidad de la nota y delegar tareas; eso fue lo que él les enseñó y por ahora parecía funcionar. No obstante, y por algo que había pasado recientemente (malas decisiones y argucias de terceros), Pablo, Lina y Andrés emprenden caminos distintos, cada uno toma el mando de un grupo y decide investigar por su cuenta. Ahora, como eran tres los mensajes en clave era necesario descifrarlos por separado, al menos ese fue el pensar de los tres. Se marcharon del lugar y de manera estratégica, asimilando que estaban a punto de vivir una aventura, analizan los mensajes y su asombro termina por avivar la llama de la curiosidad, especialmente en Pablo, Lina y Andrés.
El primer mensaje decía “Nací del sueño de un banquero e incluso llevo su nombre, no me canso de guardar en mis aposentos las obras de los más grandes”. El grupo de Pablo no podía estar más desorientado, sobre todo porque a la mayoría no le gustaba ni los bancos o la lectura, después de todo y cuando se es joven, el leer —en muchos de los casos— no hace parte de las actividades que todos disfrutan. Por suerte, Pablo era un amante de la teoría, de algo tenía que servir esta vez, y es que desde hace mucho tiempo se cuestionaba tanto el espacio de clases como la actitud del profesor, no era algo normal decía él. Sea lo que fuere, ya tenía una respuesta y no era del interrogante anterior.
En otro sitio de la ciudad y alejado totalmente del ruido se encontraba el grupo de Lina, para ella, la situación no podía ser más especial, reinaba la alegría y el son del compás. Lina era de esas personas con una energía que, si pudiera describirse con colores, abarcaría la totalidad de un arco iris. “Por las calles de la ciudad siempre he estado, tal vez no con la misma imagen e impresión, algunos logran recordarme por el 1-8-2-3 y otros, un poco más viejos, como antigua sede de una penitenciaría”, algunos pensaron que los números de la nota eran una dirección, otros, que sí o sí estaba dando a entender que era un lugar muy concurrido, pero cuál lugar de la ciudad no lo era. Por lo menos, de algo estaban seguros, el profesor Francisco no perdía la oportunidad de hablar sobre el centro de la ciudad, seguramente la respuesta se encontraba allí.
Por otro lado, el grupo de Andrés estaba desencantado, primero, porque esperaban cierta claridad y, segundo, querían que la claridad viniera acompañada de una gran extensión de palabras. En este caso, no encontraron ni lo uno ni lo otro. Dos palabras sueltas: “Cetnólogica Lleca”. Qué carajos nos está queriendo decir con esto, acaso se está burlando de nosotros —se escuchó a lo lejos. Andrés, que se mantuvo sentado por un largo tiempo, sintió que las palabras iban directamente para él, no sólo las de su grupo, sino todas en general. Claramente es un desafío personal y el profesor sabe que odio perder —pensó. Dio un salto y alejándose rápidamente vociferó: “por supuesto, ahora todo tiene sentido”.
Alrededor de 2 horas tuvieron que pasar para que Pablo descubriera que la Biblioteca Luis Ángel Arango era su lugar; Lina, que el Museo Nacional se había creado en 1823 bajo el ideal de ser un centro de estudio de la naturaleza, en unos años, conocido como la sede de la antigua Penitenciaria Central de Cundinamarca ; Andrés, que “Cetnólogica y Lleca” era un anagrama que reordenado significa Calle Tecnológica , precisamente donde solía ir a comprar e intercambiar partes para sus computadores y consolas. Pero aun había algo más, en cada sitio y junto a la ventana, relucía un sobre, su contenido en cierto modo embarullado, dado que había una dirección y una estrofa; ellos sabían que los poemas se componen de varias de estas, con lo cual, se percataron que todos iban a terminar en el mismo lugar, la respuesta posiblemente estaba allí y puede ser que algo más.
La dirección daba a un lugar que era imposible de olvidar, pues iniciado el curso el profesor Francisco, con cierta insistencia hay que decirlo, invitó a la clase al Parque de la Independencia, según él, desde ahí podrías iniciar o terminar un recorrido, al fin y al cabo, el resultado sería el mismo: recorrer el centro desde los resquicios del pasado y maravillarse con sus historias. Pese a ese vago recuerdo aún había algo que solucionar, y es que cada grupo contaba con una estrofa, la unión de las tres señalaría el final. Cuando Pablo, Lina y Andrés juntaron las partes, la nostalgia y la intriga se apoderaron con tenor de su curiosidad, ya que al completarlo lucía muy familiar, ninguno quiso aceptarlo, pero así fue. Al unísono se escuchó:
Dame la mano y danzaremos;
dame la mano y me amarás.
Como una sola flor seremos,
como una flor, y nada más...
El mismo verso cantaremos,
al mismo paso bailarás.
Como una espiga ondularemos,
como una espiga, y nada más.
Te llamas Rosa y yo Esperanza;
pero tu nombre olvidarás,
porque seremos una danza
en la colina y nada más…
Dame la Mano de Gabriela Mistral, dijeron los tres; curiosamente, con ese poema se habían conocido en la universidad, en ese tiempo se acostumbraba a realizar la “La Semana Anómica” y algunas personas presentaban ponencias o investigaciones. El profesor Francisco lideró una donde abordaba la trascendencia de las mujeres en la poesía. Amante de las matemáticas, las incógnitas y también de las letras: Francisco Rivera era una persona que creía posible potenciar la capacidad de transformar por medio de las palabras, cualquiera que fuera su orden, destino e intención. De ahí, que con esa presentación fue que conocieron al que hoy es su profesor, y al que se había tomado también la molestia de inquietar sus mentes y obrar en pro de sanar una amistad que daba la impresión de ser para siempre. Pablo, Lina y Andrés lo tenían muy presente.
Con el poema completo y las indicaciones inscritas en él, porque seguramente los tres sabían el lugar específico que su profesor —de forma muy creativa— les había querido mostrar. Con todo esto, la aventura muy parecida a una incógnita estaba a punto de terminar. Al llegar al Quiosco de la luz, una pieza arquitectónica muy conocida por la mayoría, especialmente por historiadores y sociólogos. El Quiosco, que en su momento albergó una planta eléctrica, se presentaba frente a ellos como una posibilidad; para algunos, la de unificar una amistad perdida, para otros, la de encontrar a su profesor.
Los minutos pasaban y nadie tenía la intención de acercarse a dicho lugar, ni entre conocidos o desconocidos se avistaba alguna posibilidad. Pablo, Lina y Andrés estaban al tanto de la situación y les parecía extraño lo desolado del espacio, probablemente omitieron alguna pista o asimilaron erróneamente el mensaje en clave. Pensémoslo bien y en conjunto —dijo Pablo. Recuerden y esta vez fue Andrés, para el profesor Francisco la mejor manera de observar la ciudad es desde lo alto, siguió Lina con una acotación, “en la colina y nada más” tienes razón. “Dame la mano y danzaremos” … “Como una sola flor seremos” … “Te llamas Rosa y yo Esperanza”. ¡Clarooooo! dijeron los tres: las fotos que nos mostró en aquella ocasión junto a su verdadero amor, sin duda ese debe ser el lugar.
Torres del Parque, ahí llegaron el grupo de estudiantes, aunque muchas veces pasaban por allí, esta vez, y a causa de la situación, el ambiente daba la impresión de ser distinto. Con globos y flores; rosas desde luego, todo equipado cual fiesta perfectamente planificada, sobre el final y junto al pozo, el profesor Francisco y su esposa estaban sentados esperando. En silla de ruedas y con una copa que a primera vista lucía de vino, sobresalía un papel, de este, un pequeño mensaje que Rosa, su esposa, leyó a los presentes:
Mi viaje casi concluyó, el motivo, una terrible enfermedad. Los hoy aquí reunidos son el resultado del amor eficaz, de la esperanza y de la posibilidad ferviente de que es posible cambiar. Por eso, el desafío no acaba con este papel; de hecho, es el comienzo de un viaje que eventualmente cambiará sus vidas.
PD: La suma de todas las fuerzas es igual a cero, la historia me recuerda por incomprendido.
Pablo, Lina y Andrés cruzaron miradas, sabían que al terminar el día una nueva aventura estaba a punto de empezar, solo que en esta ocasión lo harían como uno, es decir, siendo amigos de nuevo.
Kenny Jhoanny Zapata Gómez*
Estudiante de Sociología
Universidad Santo Tomás