Crónica de las remembranzas de la niñez

arbol mango

Andrea Carolina Villa González*

San Sebastián, Buena Vista (Magdalena). Me encuentro en el centro de la casa de mis abuelos, el calor es grato y dulce. Papanegro, mi abuelo, se encontraba sentado meciéndose bajo la sombra, y me encuentro yo, devolviéndome a las remembranzas de mi niñez. Aquí vengo a contar mi historia, de aquel palo de mango que cada tiempo del año llena de fruto, color e historia aquella casa que recoge cada momento íntimo y dulce de mi niñez.

En las mañanas el ambiente es fresco y un poco húmedo, los pájaros se escuchan cantar por toda la casa, la arena se siente fría, se escucha el raspar del rastrillo arrastrando la arena, los perros correr y las hojas de los árboles chocando entre sí. Es mayo, a principios de mes, la fecha que todos esperábamos, sobre todo yo, para hundirme en el sabor y en la sensación jugosa del mango que nacía de aquel palo. Mami, mi abuela, siempre me buscaba con la mirada para saber qué locura estaba haciendo y mientras tanto yo me preguntaba sobre aquella cosa curiosa que caía del árbol. Tenía alrededor de un año, la curiosidad por saber qué era me exprimía la cabeza. Al ver que mami los recogía y se los comía, me dio el impulso de probarlos sin duda alguna, y aquí comienza la historia de cómo me convertí en una ladrona de los mangos de la casa.

Mayo 24, miércoles. Son las 6 de la mañana, la rutina del andar comienza siempre temprano para aprovechar el clima y evitar el calor del mediodía, por lo general acompañaba a mi abuela en todo, era muy curiosa por lo tanto mis manos eran muy inquietas. Papanegro todos los días salía a vender lo que estuviera a su alcance: limones, naranjas, hojas de plátano, pescado o guineos; siempre regresaba con su mula, la llevaba con la mano caminaba muy lento, al igual que él; aunque tuviera 80 años su semblante y actitud parecían de un hombre de 30. Al llegar se sentaba, tomaba un poco de fresco y mami le daba un gran vaso de jugo de naranja con mucho hielo para bajar el calor, mientras tanto yo gateaba por toda la casa, jugaba con la arena y con los perros, en ese momento me encontraba cerca del palo de mango a lo cual escucho que algo se cae, efectivamente era un mango, un gran mago, estaba lleno de arena, emanaba un olor dulce y muy delicioso, entonces me acerco, lo recojo con mis pequeñas manos y sin pensarlo dos veces me lo empiezo a comer, estaba muy jugoso y muy dulce, sinceramente fue una seducción a primera vista, no solo por su color, sino por su textura y su sabor. No pensé en otra cosa más que comerlo y degustarlo con mucho gusto sin importar lo que dijera mi abuela o Papanegro, y sin embargo ese salto de realidad duró solo unos segundos, cuando Papanegro se dio cuenta de que me estaba comiendo un mango sucio y probablemente en un mal estado, por lo cual procede a correr para quitármelo, sin embargo, saco todas mis fuerzas y habilidades para poder esconderme de él con el fin de que no me quitara mi maravilloso mango, así que gateo lo más veloz posible. Fue tan rápido que Papanegro desistió y decidió dejar de perseguirme, mami al darse cuenta concluyó en hacer lo mismo y mientras trataba de alcanzarme gritaba con mucho arrebato ¡la nena se está comiendo los mangos sucios! Al final de esta gran persecución me escondí en la parte trasera de la casa para terminar de comerme ese gran mango.

Mayo 25, jueves, 7 de la mañana. Es un día un poco nublado, había mucha brisa, el cielo estaba muy oscuro, era claro que iba a llover, aunque aún no se precipitaba ninguna gota de lluvia. Había tanto viento que caían demasiados mangos del árbol, así que armé mi plan y me fui sigilosamente sin que mami y Papanegro se dieran cuenta, había demasiados mangos en el piso, así que uno a uno me los fui comiendo. Ninguno de mis abuelos se había dado cuenta, hasta que Papanegro que necesitaba hacer una entrega de 50 mangos a una de las casas de la cuadra, se dirige al árbol a recoger los mangos que estaban en buen estado hasta que se da cuenta de que la gran mayoría de estos están mordisqueados, espichados y succionados, de inmediato me voltea a ver y se da cuenta de que estoy untada de mango en la boca, en las manos en todo lado. Así que esta vez va decidido a quitarme los mangos que me estaba comiendo, sin embargo, gateo con toda la velocidad del mundo sin lograr que me alcance. Al final del día mami me daba mangos pelados y cortados para comérmelos de una mejor forma, sin embargo, esa travesía se convirtió en rutina y no había día que no me robara y me comiera a escondidas los mangos del árbol. Papanegro se fue y no volvió nunca más, ahora ya no había nadie que me persiguiera por haberme comido los mangos sucios, todavía lo siento cerca de mí, sentado meciéndose en la mecedora con un musengue en la mano. Ya no me devuelvo a las remembranzas, ahora camino con ellas, retornando a mi punto de partida, volviendo a casa, abrazando el calor y el aroma que envuelve mi niñez, y por supuesto robando mangos.

 

Andrea Carolina Villa González*
Estudiante de Diseño Gráfico
Universidad Santo Tomás

Buscador