Laura Daniela Sánchez León*
Cinco de la mañana; Bogotá despierta bajo una fría y espesa lluvia que busca derribar las ventanas; en el horizonte solo se ven pequeñas luces ocultas tras una densa cortina de neblina; la ciudad va despertando y con ella, el caos. Paola toma un café cargado como de costumbre mientras siente el frío entumecer su cuerpo; cierra sus ojos dejando de lado el despertar de la ciudad y desea que ese día no sea tan desesperanzador como lo fue el anterior. Seis de la mañana, ve como la luz del sol busca atravesar aquella montaña que rodea la ciudad, es la señal que le recuerda que ya es hora de salir a trabajar. Su labor: alimentar a perros y gatos por igual; rehabilitar, esterilizar y dar en adopción es una prioridad.
Agarra su morral, las bolsas con pepitas y los garrafones de agua, no sin antes pedir una mano amiga en su perfil de Instagram, recordando que cada día es más difícil reunir para la purina y los medicamentos, y así lograr sensibilizar a las personas a partir de esta red social. Seis y cinco minutos, sigue lloviendo, en las noticias dijeron que iba a llover toda la semana, pero antes de salir le pega una revisada al pronóstico del clima solo “por si las moscas”, tiene fe de que va a salir el sol. Así, decidida y con toda la actitud que trae un nuevo día, emprende un largo y extenuante viaje solo con la esperanza del poder ayudar y hacer aquello que el gobierno aún no sabe cómo iniciar.
Es martes, camina por las limitaciones de Cazucá y Ciudad Bolívar sin saber realmente por dónde empezar. Paola recuerda su niñez, sus días cuando al ver perritos en la calle hacía que rompiera en llanto, cuando consentirlos no alcanzaba, donde darles ocasionalmente comida para ella realmente no bastaba. Sus ojos solo ven abandono, pobreza y una indiferencia abrumante con el paso de su caminar entonces recuerda por qué desde hace 12 años busca ayudar a aquellas minorías que solo con sus ojos y colas se pueden comunicar.
Ensimismada, a lo lejos logra divisar un peludito empapado buscando algo de comer en la basura (que parece cada día abundar más); Paola lo llama y el perro va hacia ella mostrando gran felicidad al verla; le da comida, agua, mimos y le pega una revisada para ver que no esté mal. Verlo comer llena el corazón de Paola, ya que desde su forma de ayudar el perro expresa con sus ojos el agradecimiento profundo hacia ella, lo que hace que valga cada día más la pena. Con él baja bandera y así empieza una jornada más de ayuda en la localidad.
En Bogotá, según el IDPYBA hay más de 66.000 perros abandonados, el 20,39% de ellos habitan en esta localidad, lo que la convierte en un lugar donde hay más perros en situación de vulnerabilidad. Es común ver perros de raza Pit Bull explotados y abandonados, perros con una condición corporal baja, deshidratados y con enfermedades propias de su especie, merodeando por las calles de los barrios buscando comida, calor o amor. Estas cifras tan altas y la poca intervención por parte del Estado impulsan a Paola todos los días, ella sabe que el primer perro en recibir su ayuda este martes es uno de los cientos de peluditos que viven a diario esta situación; pero su amor y dedicación para ayudarlos impulsa el credo más sagrado de su casa de protección: los animales sí tienen voz, yo soy su voz.
Diez de la mañana, dentro de las labores de Paola durante el día se encuentra el alimentar a los perros y gatos de la zona y revisarlos físicamente para evitar alguna enfermedad propia de ellos, como el moquillo, que en tiempos de invierno suele atacarlos más fácil. Además, ella busca concientizar a los habitantes de la zona, comentándoles por qué es importante dejar de lado el maltrato, y darle paso a la cooperación para que estos animales puedan tener una vida digna. El cielo se está despejando y para Paola esto es una buena señal; hay pepitas y agua para repartir con varios peludos más; gracias al sol la velocidad con que reparte el alimento entre los peludos aumenta, verlos ya secos mover sus colitas de felicidad le da la satisfacción de que su trabajo del día los puede ayudar y darles la suficiente energía para esperar que ella vuelva a el lugar, porque sabe que una comida decente en el día puede dar mejorías en su salud y bienestar.
Antes de partir a eso de las once de la mañana, mientras le recordaba a la comunidad sobre los voluntariados que se harían el día sábado, se encuentra con un caso en particular que merece toda su atención. Un cachorro de unos cuatro meses se acerca a ella en busca de comida, Paola se da cuenta de que presenta inicios de sarna y problemas derivados de la piel; la calle es un lugar hostil y para un bebé de cuatro meses o menos podría representar su condena. En ella recae la decisión de llevarlo consigo a la veterinaria para empezar su tratamiento y lograr darlo en adopción; decide nombrar al cachorro Marly y esperar un grano de ayuda por parte de la comunidad de “Adopta con responsabilidad” en Instagram para lograr sacar adelante a Marly y los demás.
Paola terminó su recorrido más temprano de lo pensado y ahora debe dirigirse a su trabajo, el cual se encuentra al otro extremo de la ciudad. Mientras desciende por aquella colina promete a los peludos volver otro día con más alimento y amor para brindarles. Esta pequeña parte de su día a día la impulsa a luchar y proteger a aquellos cuyos derechos han sido olvidados; aunque no se reciba la ayuda necesaria es consciente de que cada día trae su propio afán. Ella junto con las personas que ponen un grano de ayuda o se ofrecen como voluntarios buscan mitigar el impacto que como sociedad desde hace años hemos realizado, bien sea desde la falta de responsabilidad, empatía y amor. O desde el hecho de abandonar a un animal en la calle sin ser conscientes del daño que genera para el animal, para el ecosistema y la sociedad.
La mayoría de los perros que se encuentran en la calle tienen una edad avanzada o son de gran tamaño y estos no cuentan con la facilidad de ser adoptados a diferencia de los cachorros, pero “esto no significa que ellos deban ser dejados a un lado como si fuesen basura” Navarrete (2023). De esta forma, Paola hace un llamado para que como sociedad se apoye y se rodee de amor a las casas proteccionistas para que ellas puedan seguir con su labor, y que desde el respeto y la empatía, se acobije a algún perro o gato que no tenga hogar y sea vecino; sin dejar de lado la posibilidad de adoptarlo. Tal vez no se cambiará el mundo así, pero sí el mundo del animal.
Referencias
Se estima que más de 66 mil perros deambulan en las calles de Bogotá | Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal. (s. f.). https://www.animalesbog.gov.co/noticias/se- estima-m%C3%A1s-66-mil-perros-deambulan-las-calles-bogot%C3%A1
Laura Daniela Sánchez León*
Estudiante de Gobierno y Relaciones Internacionales
Universidad Santo Tomás