Jhon Kevin Pinedo Morales*
En el bullicio de la ciudad de Bogotá, mientras las luces brillantes y los ruidos ensordecedores dominan el ambiente, hay un joven que lleva consigo la esencia de un pequeño pueblo llamado Astrea, en el corazón del departamento de Cesar. Es ese lugar donde sus sueños tomaron forma y donde aprendió el valor de la comunidad y la conexión con sus raíces. Desafiando las circunstancias y buscando oportunidades de crecimiento, se lanzó a la aventura de estudiar una carrera universitaria en la gran capital. Y aunque el éxito le sonríe en la ciudad, hay un llamado irresistible que lo arrastra de regreso a su origen cada diciembre, una satisfacción indescriptible que siente al regresar y la sensación de pertenencia que lo envuelve, recordándole, sin importar cuán humilde sea, su refugio inquebrantable en un mundo lleno de caos.
Es hora, madre, ya debemos salir —le grito a mi Madre mientras ella corre desesperada porque aún no termina de empacar. Con el corazón latiendo de emoción, mi madre, mis hermanos menores y yo abordamos un taxi que nos conduciría al punto de encuentro, el lugar desde donde partiríamos rumbo al pueblo que nos aguardaba con ansias. Observo asombrado cómo mi madre carga un equipaje como si nos fuéramos a quedar a vivir allá, pero es parte de su naturaleza previsora, siempre lista para cualquier eventualidad. Con ilusión, nos acomodamos en los asientos del autobús mientras el conductor da inicio al viaje, marcando así el comienzo de nuestros días más esperados del año.
22 de diciembre del 2022, 4:00 p.m.
El gris de la ciudad de Bogotá se va desvaneciendo mientras el autobús avanza por carreteras interminables. La emoción se apodera de mi corazón al partir hacia el pueblo. Las quince horas de viaje se presentan como un desafío, pero la expectativa de volver a los orígenes y abrazar a los seres queridos llena cada minuto con una sensación de anhelo y emoción indescriptible. Las luces de la ciudad quedan atrás y el paisaje cambia a medida que nos adentramos en el abrazo acogedor de la naturaleza. Cada kilómetro recorrido es un paso más hacia el reencuentro con las personas que me vieron crecer, despertando una mezcla de nerviosismo y alegría que hacen que el viaje valga la pena.
23 de diciembre del 2022, 7:00 a.m.
Llegando al pueblo, mis ojos se llenan de familiaridad y nostalgia. A través de la ventana del autobús, veo rostros conocidos que saludan con alegría. El ritmo de la vida urbana se ralentiza y da paso a la serenidad que solo el entorno rural puede brindar. Desciendo del autobús, el calor del sol acaricia mi piel, me siento pegajoso, pero no importa. Tomo mi maleta y emprendo el camino hacia nuestra casita de tablas. Mientras avanzo por las calles empedradas, los recuerdos se agolpan en cada esquina, Los saludos se deslizan como susurros melódicos, emanando una energía genuina que se propaga en el aire, mi corazón responde con una sonrisa cálida y un gesto amable. Finalmente, llego a casa, donde mi abuela y mi tío nos esperan ansiosos pues ese es el único momento del año en que podemos compartir tiempo juntos, y un simple abrazo expresa toda la añoranza que sentíamos el uno por el otro. Dejo las maletas a un lado, me despojo de los zapatos y siento la arena cálida bajo mis pies descalzos. En ese instante, me siento verdaderamente en casa nuevamente.
23 de diciembre del 2022, 10:00 a.m.
Entrego en casa los detalles que lleve. Luego, visito cada casa de la calle, el placer de encontrarme con los conocidos, familiares y amigos del pueblo que me vieron crecer es indescriptible. Sentarse bajo un árbol de Almendro que da una de las mejores sombras de la calle, rodeado de risas y conversaciones animadas, me transporta a momentos inolvidables. Escuchar sus historias llenas de sabiduría y travesuras pasadas es un regalo para el alma. Cada anécdota compartida es un hilo que une nuestras vidas y aunque no estuve ahí, me hacen sentir que así fue. La satisfacción se refleja en sus ojos y sonrisas, y es mutua, pues la alegría de volver a verme se mezcla con la gratitud de estar de nuevo en casa.
24 de diciembre del 2022, 8:00 p.m.
Desde la víspera de Navidad hasta el Año Nuevo, las calles cobran vida y como costumbre las personas se ponen sus mejores pintas. La mesa se convierte en un altar de sabores y olores, evocando recuerdos de la infancia y despertando el apetito y el deleite. Mi abuela, con su sabiduría culinaria es la protagonista indiscutible. Los niños esperan las doce para destapar sus regalos, mientras tanto juegan toda la noche. Bailar y beber al ritmo de la música es una tradición arraigada que nunca puede faltar, pues es la expresión máxima de la felicidad compartida en este reencuentro anual. Es permitirse vivir el presente y recordar que, sin importar cuán lejos vayamos, siempre habrá un lugar donde nuestras raíces permanecerán intactas. Mañana llegará el esperado día de ir al río, sumergirnos en sus aguas frías mientras el sol calienta el ambiente, la sensación de alivio y frescura en medio del intenso calor es simplemente increíble. Estos pocos días de diciembre se convierten en algunos de los mejores del año.
31 de diciembre del 2022, 12:00 pm
Los días transcurren rápidamente y finalmente llega el ansiado fin de año. Esta fecha despierta en muchos una mezcla de melancolía y alegría, pues nos permite celebrar un año más junto a nuestros seres queridos, el aroma del sancocho se mezcla con el ritmo envolvente del vallenato, donde cada melodía encierra historias y experiencias compartidas, que se cantan con el corazón como buen Costeño. El conteo para la medianoche resuena en todos los parlantes, y al llegar el Año Nuevo, las calles se llenan de personas que se abrazan y se desean prosperidad. Los fuegos artificiales iluminan el cielo y las chispitas destellan en cada esquina, pero para mí, el punto culminante es cuando se quema el "Año Viejo", en ese instante, siento que es el momento de iniciar un nuevo ciclo con entusiasmo y energía renovada. No puedo evitar llamar a mis seres queridos que están lejos para enviarles mis mejores deseos.
Al día siguiente, es costumbre visitar la finca, donde disfrutamos de jugosas naranjas, preparamos un delicioso sancocho de pavo, arreamos las vacas y alimentamos a los demás animales. En ese momento, olvido por completo la ciudad donde el trabajo y los estudios nos consumen, y nos sumergimos en la tranquilidad y conexión con la naturaleza que solo el campo puede brindar.
15 de enero del 2023, 5:00 p.m.
Y así, después de tantos momentos agradables llega el día menos esperado, el momento en que debo partir nuevamente hacia la bulliciosa ciudad, dejando atrás la tranquilidad que encontré en el pueblo. Me despido con nostalgia de mi Abuela, mi Tío y de todos aquellos que considero mi familia durante estos días llenos de fiestas y amor. Empaco mi maleta llena de regalos y alimentos que llevamos desde el pueblo hacia la ciudad, llevando conmigo los sabores y las sonrisas compartidas. Este día evoca tristeza en el corazón de mi Abuela y mi Tío, pero todos sabemos que el próximo diciembre nos volveremos a reunir y reviviremos estos hermosos momentos. Con mi maleta en mano, camino hacia la salida del pueblo, donde el autobús espera para llevarme de vuelta a la ciudad. Con dolor en el corazón, me despido a través del cristal y emprendo un viaje de quince horas de regreso, pues tengo que volver a terminar mis estudios para algún día poder ayudar a todas estas personas que viven en este pueblo con calles de tierra donde el gobierno los tiene abandonados, pues esta fue una de las razones por las que decidí ser Ingeniero Civil. En mi corazón quedan grabados los preciosos recuerdos de esos días, alimentando la esperanza y la ilusión de volver el próximo diciembre.
Es en ese rincón donde encuentro mi verdadera esencia, donde me siento protegido. Aunque el pueblo pueda parecer pequeño a los ojos del mundo, para mí es un refugio seguro donde la sencillez y la autenticidad prevalecen sobre las pretensiones. Es un lugar que me recuerda quién soy y de dónde vengo, y nos enseña la importancia de valorar lo esencial. Regresar a mi pueblo es regresar a mí, a mis raíces, y eso es algo que siempre me hará sentir completo.
Jhon Kevin Pinedo Morales*
Estudiante de Ingeniería Civil
Universidad Santo Tomás