Juliette Méndez*
En la sociedad, existen miles de millones de individuos, todos con diferentes pensamientos, experiencias, gustos, aspiraciones, metas, contextos sociales, estilos de vida, en fin… personas total y completamente distintas, pero que se agrupan en diversos entornos sociales, en los cuales se relacionan algunas de las características anteriormente nombradas.
Por lo tanto, se comienzan a crear ciertas jerarquías y estatus sociales (teniendo en cuenta en capital adquisitivo que tenga la persona), dentro de los cuales, se encuentra un grupo ignorado pero existente, que es el de los habitantes de calle. Un habitante de calle, específicamente es un individuo que reside y hace de la calle su lugar para vivir, ya que no cuenta con los recursos económicos suficientes para llevar un estilo de vida digno, así que la calle se convierte en su única solución de vida. Así pues, los habitantes de calle reciben un trato peyorativo y violento por parte de la sociedad, además de ser considerados como un peligro para la misma.
En la actualidad, la sociedad está viviendo inmersa en un modelo económico capitalista, enfocado, como lo decía anteriormente, en el proceso de “desarrollo” global. Este modelo de desarrollo, nombrado anteriormente, fue instaurado en Colombia con la percepción de mejorar económicamente el país, el cual nunca genero ese avance, sino que más bien, produjo un retroceso, ya que se agravaron los índices de pobreza en el país, y así mismo, la desigualdad fue mucho mayor, ya que la riqueza cada vez era para un grupo más pequeño, mientras que la pobreza aumentaba de número, disminuyendo la calidad de vida de muchos, ya que se empezó a perder parte de los beneficios básicos de subsistencia, como lo son la salud, educación, alimentación y vivienda.
Las propuestas de desarrollo basadas en el crecimiento económico como base fundamental para el logro del bienestar y la mejor calidad de vida, no han resuelto e incluso han incrementado las condiciones de pobreza en los países latinoamericanos. En Colombia, en particular, el modelo de desarrollo asumido durante la mayor parte del siglo XX ha mantenido a más de la mitad de los colombianos excluidos de los beneficios básicos del progreso humano: salud, educación, vivienda, seguridad social, participación, nutrición, información, recreación y otros bienes y servicios sociales, así como de la real posibilidad de alcanzar un nivel deseable de desarrollo humano. (Correa, 2007, p.40).
Así pues, mientras que se busca el desarrollo económico, se está perdiendo el desarrollo humano, en donde resalta la exclusión social y por ende, aumentando la individualidad de las mismas personas, permitiendo el modelo económico implementado se fortalezca y que aquella pobreza aumente de manera progresiva, acabando poco a poco con las posibilidades de supervivencia de la gente y, simultáneamente, va aumentando la barrera social que hay hacia el habitante de calle como tal, porque su situación económica es cada vez más crítica y, la exclusión y discriminación de la población es mayor.
Teniendo en cuenta lo anterior, la discriminación que se genera hacia al habitante de calle, se puede ver evidenciada cuando, las personas tienden a pensar y a relacionar al habitante de calle como símbolo de peligrosidad, ya que se tiene la idea de que estas personas, solo representan un peligro para la sociedad y generan inseguridad. Es común asociar la delincuencia, con estos habitantes, al consumo y adicción que tienen a las sustancias psicoactivas “el tema de los habitantes de calle en la ciudad es “muy complejo”, porque delinquen, bien sea por su propia iniciativa y la necesidad de consumir” dice el concejal Rober Bohórquez Álvarez de la ciudad de Medellín. Por esta razón, es que muchas veces se tiene un pensamiento negativo hacia estas personas, aunque la mayoría no se dediquen a delinquir, ya que según cifras de la Secretaría Distrital de Integración Social, en Bogotá se estima que hay unas 9.000 personas habitantes de calle, de las cuales solo el 5% se dedica a delinquir (Noticias RCN, 2015) por esta razón se presenta una discriminación hacia ellos, situación que muchas veces se basa en prejuicios, generando diversas formas de exclusión en la sociedad hacia el habitante de calle como tal.
Además de ser considerados como peligrosos para la sociedad, los habitantes de calle reciben un trato peyorativo y violento por parte de la sociedad. En Colombia, estas personas se encuentran constantemente expuestas al escrutinio social, debido a la precariedad, marginación y condiciones de extrema desigualdad; por ende, son objeto de malos tratos como “el uso del término peyorativo “desechables”...de amplia aceptación en Colombia para referirse a los habitantes de calle” (Sierra & Carrillo, n.f., p.6), término que claramente hace referencia, según Valencia, a una “Expresión despectiva de español de Colombia… para referir a las personas desamparadas, que suelen vivir de la mendicidad en las calles de las ciudades… que podrían o deberían ser eliminadas por la fuerza pública o por los grupos de justicia privada en ejercicio de campañas de “limpieza social” (Sierra & Carrillo, n.f., p.6-7) Con esto, se puede evidenciar que aquellas personas también son abordadas de forma violenta por la gente, ya que, como se mencionaba anteriormente, su alta vulnerabilidad, no les permite tener una calidad de vida digna o muchas veces subsistir; de tal forma que la desigualdad y la distinción de clases sociales del país, no les permite superar y muchos menos ocultar su condición, situación que denigra su integridad y terminan representando para muchas instituciones un problema social, la pregunta finalmente es, ¿cómo comprendernos como sociedad en construcción de paz, cuando en la cotidianidad cosificamos y maltratamos a otro ser humano, desconociendo las circunstancia que conllevaron a que ese otro ser, viviera en la calle?
Juliette Méndez*
Estudiante de Comunicación Social para la Paz
Universidad Santo Tomás
Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO. Revista de Estudiantes de Humanidades
ISSN 2619-421X (en línea) enero de 2018 No. 5