Asterix, el secreto de la poción mágica

David Ríos*

A estas alturas, es imposible no resignarse y pensar que no hay nada nuevo bajo el sol, basta solo dar un vistazo al rededor para darse cuenta de que todas las montañas fueron escaladas, los enormes y turbulentos ríos navegados, y las grandes historias contadas. En este momento de la humanidad, en el que nos agobia el exceso de información y la ausencia total de misterio, parece ser que la originalidad ha cedido su espacio, a un eterno retorno de fábulas y personajes que en años anteriores conmovieron y estimularon nuestra imaginación.

En los últimos años, hemos visto a Disney regodearse en sus triunfos pasados, reviviendo viejas películas, y ofreciéndoles a las nuevas generaciones productos enclenques, cuyo único valor se encuentra en el derroche tecnológico y la explotación inescrupulosa de la nostalgia. Es evidente que este proceder no es exclusivo del imperio maligno en el que se ha convertido Disney, y que todo aquello que los mercaderes del entretenimiento consideren apto para revivir, será traído de vuelta al mundo, en versiones lánguidas y tristes, carentes de la gracia y el corazón de las obras originales. Desgraciadamente, este es el caso de la nueva producción cinematográfica de Asterix y Obelix, una película que nos presenta una versión demasiado pobre de un universo otrora rico en humor, referencias históricas y sarcasmo.

En esta nueva aventura, Panoramix, único conocedor de la fórmula de la poción mágica, entiende que debido a su avanzada edad, debe encontrar un sucesor a quien pueda confiarle el secreto con el cual los galos han logrado mantener las tropas del César al margen de sus territorios. Debido a esto, Panoramix se embarca en un viaje a través de la Galia, en búsqueda de un joven druida que sea digno de recibir el secreto que ha garantizado la supervivencia de su pueblo. Cómo en esta ficción, las grandes empresas del entretenimiento han salido en búsqueda de nuevos talentos que sean capaces de reproducir la “poción mágica”, que les permita cautivar audiencias con historias ya contadas, pero ahora empobrecidas con cualquiera que sea el mensaje político o social de moda, mensaje cuyo atractivo principal no es más que el de garantizar el éxito comercial del producto, además de mantener la pose necesaria para que nadie dude de la altura moral de sus creadores. Gracias a esto, clásicos del cómic, la animación y la literatura han venido siendo víctimas de censuras, reescrituras y ediciones, hechas para alimentar nuestro deseo de sentirnos bondadosos, y de paso monetizar dicha necesidad, haciendo uso del viejo pero infalible truco del lobo disfrazado de oveja.

Hoy, Asterix y Obelix, dos guerreros galos que en aventuras pasadas lucharon contra el imperio romano, han perdido toda su picardía, pasando a ser solo un producto lo suficientemente célebre, para ser capaz de vender historias mediocres y blandas, donde lo que menos importa es el impulso vital del autor, puesto que en el 2020, los autores se encuentran secuestrados por las necesidades y opiniones políticas de la audiencia, dejando muy poco espacio para el riesgo y las formas “incorrectas” de ver el mundo. A pesar de todo lo anterior y para finalizar, quisiera creer que seremos nosotros, la audiencia, quienes cansados de consumir los mismos contenidos día tras día, año tras año, abramos las puertas a propuestas de autores, cuyo único anhelo sea el de expresar sus vidas y opiniones, obedeciendo tan solo al deseo incontrolable de gritar todo aquello que diariamente luchamos por callar.

David Ríos*
Autor y compositor

Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de la Universidad Santo Tomás.
ARTE-FACTO Revista de Estudiantes de Humanidades. ISSN 2619-421X (en línea) enero de 2020 No. 13

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